Hace casi un año acudí gustoso a las urnas para emitir mi voto que, no lo oculto ni me avergüenza, fue para Andrés Manuel López Obrador.
Hace casi un año levanté un caballito con un sabroso mezcal para brindar porque finalmente la izquierda había ganado una elección en México.
Ya van a ser doce meses desde que, mientras cargaba en mis brazos a mi hija, me emocioné cuando me dijo: “Papá ¿verdad que ahora sí ganaron los buenos?”.
Sin embargo, ha pasado el tiempo y veo con preocupación que al contrario de mis esperanzas y las de muchos de mis compañeros, el hecho de que Andrés Manuel López Obrador se haya puesto la banda presidencial no ha sido la mejor de las noticias para el ejercicio del periodismo en este convulsionado país.
Es difícil reconocerlo pero, como dice el meme: “se tenía que decir y se dijo”.
La llegada de López Obrador a la presidencia ha vuelto más complicado el ejercicio de una profesión que, ya de por sí, es muy difícil.
No voy a mentir diciendo que mi aseveración se debe a que la administración de López Obrador ejerce presión sobre los comunicadores, que busca censurarlos o callar lo que tienen que decir; eso, según mi experiencia, no sucede.
Digo que la llegada de AMLO a la presidencia es lo peor que le pudo pasar al ejercicio periodístico por el ambiente que se vive en estos momentos en el país. Trataré de explicarme.
Con los gobiernos del PAN y el PRI el periodismo vivía los riesgos que todos conocemos. Sin embargo, había cierta protección de un enorme sector de la sociedad mexicana que estaba harta de estas administraciones y su forma de hacer las cosas.
Era bastante sencillo criticar, señalar y denunciar irregularidades de gobiernos y políticos panistas y priistas porque el grueso de la sociedad iba a estar de nuestro lado.
Es más -y cayendo en un exceso-, cualquier periodista podría mentir diciendo que Peña Nieto y Calderón son extraterrestres miembros del clan Reptiliano y la masa mexicana no se ofendería; es más, algunos hasta celebrarían la “nota”.
Con gobiernos tan impopulares, cualquier comunicador sabía que una investigación seria, con documentos y testimonios, tenía asegurado su aplauso entre la sociedad mexicana, que iba a hacer eco de las “valientes denuncias” de la prensa por la actuación del “gobierno corrupto”.
Sin embargo, el equilibro del poder cambió y ahora ese enorme sector de mexicanos inconformes con el “mal gobierno” celebra que su líder está en la posición más poderosa de este país.
Aquí es cuando la situación para los periodistas se ha vuelto funesta.
Hoy esta enorme masa lopezobradorista no quiere escuchar críticas al gobierno, señalamientos a lo que se ha hecho mal (que son bastante cosas), denuncias comprobadas con documentos de presuntos actos de corrupción.
El periodista que critica (no importa si es con fundamentos o pruebas) es un vendido, un agente de la Mafia del Poder, un derechairo.
A esta enorme masa mexicana no le importa que se señale con pruebas y documentos que el presidente de la República haya mentido, exagerado o se haya vuelto omiso en algún tema en determinado, lo único que ven son ataques a la figura de su líder que tiene que ser defendido a toda costa.
Para este grupo, señalar los errores de la 4T no es informar, sino atacar, calumniar, o venderse a los intereses de potencias oscuras.
Tenemos a un presidente que, en el peor de los escenarios, cuenta con una aprobación de 7 de cada 10 mexicanos, muchos de los cuales creen en su palabra como si fuera el Evangelio.
Ejercer el periodismo en estas condiciones no es lo idóneo, pues para ellos, la crítica contra el líder está prohibida.
Es cierto, muchos comunicadores están pagando las facturas de años de rentar la pluma, de cotizar los halagos, de distorsionar la realidad.
Sin embargo, a esta fecha existen verdaderos comunicadores, nuevos y encumbrados, quienes han sido crucificados sólo por haber osado señalar los errores del presidente de la República.
Es por eso que la llegada de la 4T, con este poderoso ejército de militantes, se ha convertido en la peor noticia para el libre ejercicio del periodismo.
Esto no va a cambiar hasta que, por algún milagro, sus seguidores comprendan que la labor de la prensa no es echarle porras a López Obrador, sin informar con fundamentos y cumpliendo con las reglas que rigen a esta profesión.
Mientras tanto, a seguir aguantando vara, que esto apenas comienza.