Combatir las causas y atacar los efectos de los grandes males que tiene México, debe ser tarea fundamental de los aspirantes presidenciales para el futuro gobierno mexicano. Corrupción e impunidad son dos fenómenos bajo el mismo matrimonio. La corrupción existe porque alguien protege a los corruptos. Sus delitos quedan impunes. ¿Quién verdaderamente se compromete a combatir este flagelo?
Recientemente, Andrés Manuel López Obrador fue entrevistado al respecto. Asegura que el combate a fondo a la corrupción y a la impunidad llegará a México cuando el Poder Judicial Federal, y espero que los estatales, sean verdaderamente autónomos.
La forma de garantizar la autonomía e independencia del Poder Judicial de la Federación es que los jueces sean electos mediante el voto popular, al igual que el procurador general de la república. Las instancias investigadoras e impartidoras de la justicia ya no deben estar sometidas al poder ejecutivo, sea federal o estatal.
El gran reclamo sigue siendo el descarado enriquecimiento de cientos y miles de políticos de todos los colores. Se quedan cortos quienes ponen como ejemplo a los Duarte, Medina, Padrón y otros exgobernadores. Basta con rascarle a las cuentas bancarias de los expresidentes, Salinas, Fox y Calderón, y vaya sorpresa que nos vamos a llevar. Existe la sospecha de que deben ser hombres inmensamente ricos.
No hay precedentes en la política mexicana de seguir un programa de que “el que la hace la paga”. En México nos hemos acostumbrado al borrón y cuenta nueva, y así han pasado miles de políticos como hombres honorables a lo largo de décadas.
Eso debe acabar. Debemos crear y fortalecer instituciones que verdaderamente funcionen. Otras naciones han combatido la corrupción con mucho éxito. Singapur es uno de los casos más recientes y ahora está en pleno desarrollo, convirtiéndose en una de las naciones más competitivas en el mundo.
La clave está en combatir las causas de los males. La inseguridad, la pobreza, la desigualdad, la corrupción, y el desempleo se combaten con acciones contundentes: más educación, más trabajo, más cultura y más deporte.
A la educación hay que inyectarle muchos de los recursos que ahora se le destinan a la fratricida guerra contra el narco emprendida por Felipe Calderón y que heredó Enrique Peña Nieto. Estos dos personajes creyeron que con más represión se pueden resolver los problemas de inseguridad. No señor, eso es tan solo una parte de la solución.
La inseguridad tiene sus orígenes en la pobreza. La gente comienza a delinquir cuando falta el alimento en casa y van escalando niveles delincuenciales hasta convertirse en verdaderos capos. No hace falta ser un experto en cuestiones de seguridad. Bien dice el dicho que “un foco encendido en cada calle es un delincuente menos”, pero si a ese potencial delincuente le damos trabajo antes de ligarse a los grupos de la delincuencia, estaríamos entrando en un círculo virtuoso.
Falta voluntad, dicen que las autoridades de ahora, sobre todo en los altos niveles, están acostumbradas a recibir el maletín con los fajos de dólares. Ellos no sufren, mientras cumplan, pero los de abajo sufrimos las consecuencias porque cada día el 50 por ciento de la población nos levantamos a trabajar y el otro 50 por ciento se levantan a chingar gente.
Esas son las actividades que debemos atacar, las causas. Estoy de acuerdo en lo que señala López Obrador, cuando asegura que los gobernantes se han convertido en una verdadera mafia que vive en la opulencia, mientras que millones de mexicanos se desgarran en la pobreza esperanzados a tener para comer en el día a día.
Vamos a las causas para detener los efectos de tanto cáncer maligno que hoy padece México.
Mexicanos, nadie está seguro mientras haya este tipo de gobernantes que prohijan y protegen delincuentes. A caminar buscando un cambio de ruta que lleve a México a la prosperidad y a la paz.
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