Por mis 30 años de periodista quise volver a publicar esta columna que escribí en 2006. Dedicada a un gran maestro universitario.
Era junio de 1986, en plena efervescencia del Mundial de Futbol de México 1986. Camina presuroso –como hasta la fecha– esquivando gente que entraba al Estadio Azteca para la inauguración del campeonato. Seguramente vestía un pantalón oscuro, camisa formal y una llamativa corbata que no combinaba con el resto. Su fuerte nunca ha sido estar a la moda o ser asiduo suscriptor y devorador de revistas fashion, porque su cabeza la tiene en otro lado, en su gran pasión: el periodismo dentro de las redacciones y en las aulas.
A mediados de los ochenta era uno de los reporteros deportivos de El Norte más respetados en el ambiente, sobre todo en el futbol. Siempre con la cámara pegada a su pecho porque decía a sus alumnos con su voz a todo volumen: “¡Qué tal que si van en el autobús o en su carro y de repente ven un choque donde hay heridos, pues hay que bajarse, correr al lugar y tomar las fotos exclusivas!”.
Rebasa o pisa los 60 años pero no los aparenta. Es el mismo de siempre, como un Dorian Gray del periodismo.
José Luis Esquivel ha sido un maestro del oficio dentro y fuera de esos templos donde las rotativas escupen tinta y papel periódico durante las madrugadas. Un reportero con alma de joven que, a menos que ande viajando por los países de Europa llevando a sus alumnos, los directivos no lo reprobarían por inasistencia sabatina a los estadios de futbol.
Fue mi maestro de periodismo entre 1983 y 1984. Daba la clase de fotografía y otras materias en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Algo que raramente podría suceder en 2007: que un empleado de El Norte sea autorizado a enseñar. Pero seguramente eran otros tiempos y José Luis no sólo tenía buenas amistades dentro del edificio de Washington y Zaragoza. Era amigo de quien tenía que serlo: de Ramón Alberto Garza, el artífice del Grupo Reforma.
Claro, pero su indiscutible capacidad como periodista, aderezada con su desmedida pasión por el oficio, eran el fiel de la balanza cuando se trataba de tener concesiones en El Norte. Así, con esas cartas credenciales, con toda seguridad José Luis Esquivel nunca necesitó pedir permiso.
Como maestro deja huella. Es punzante, terco, disciplinado, asfixiante, estricto; sabe querer a los estudiantes que le responden, pero igual sabe ignorar a los desinteresados; incluye en su círculo a los hambrientos de periodismo, y excluye a los “zánganos”, según sus propias palabras, que son aquello(a)s que estudian comunicación sin aspiraciones.
En el Mundial de 1986 fue el reportero estelar de El Norte, bien merecido porque de años atrás había sido el cronista de los partidos de Tigres y Rayados. El otro enviado especial era Gerardo Gutiérrez. Pelos parados, ojos chinos, introvertido, quien seguramente quiso desbancar a José Luis con intrigas, venenos y mentiras.
Bien recordará el maestro Esquivel que en aquella cobertura mundialista de El Norte tuvo la competencia de El Porvenir, quien planeó un suplemento especial que se adelantó a su época combinando crónicas, entrevistas y reportajes, con la opinión de los expertos ex futbolistas y analistas como Claudio Lostanaou, además de la deliciosa pluma de Carlos Monsiváis y del maestro Silvino Jaramillo.
El Porvenir, con Jesús Cantú Escalante como director gerente, quiso competirle de “tú a tú” a El Norte con enviados especiales en cada una de las sedes. El suplemento especial tamaño tabloide, por cierto, invadido de publicidad, contaba también con artículos sobre actividades culturales en Guadalajara, León, Puebla, Irapuato, Toluca, Guadalajara y Monterrey, a la par de la euforia deportiva.
José Luis Esquivel se acordará bien de esa rivalidad de El Porvenir, pues seguramente llegó a ver más reporteros de la competencia que de su propio periódico como Agustín García, Manuel González, Rolando Macías y Felipe Ruiz, además de los fotógrafos Juan José Cerón, Xavier “Xoc” Ordaz, Manuel Regil, Marcos García y Daniel Gil, entre otros.
Qué tiempos aquellos. La parte creativa del suplemento de El Porvenir estuvo a cargo de Francisco Javier Nava, apoyado por el jefe Julio Alcalá y por otros editores como Manuel Yarto, Homero Treviño, Rosalinda González y Nelly Martínez.
Nava después emigró de El Porvenir; se fue a La Prensa de Reynosa; después fue jefe de prensa del gobierno de Tamaulipas (1992-1998) y actualmente es director de El Mañana de Reynosa.
Seguramente José Luis Esquivel no conoció a Nava porque eran antagonistas en esos años, pero en la facultad tuvo una mayor responsabilidad: ayudar a formar a una generación de profesionales del periodismo agradecidos con él, que lo admiran como Jacqueline Lerma, Petra Hernández, Felipe Alvizo, Alejandro Salas, Miguel Ángel Vargas, Héctor Bencomo, Edith Ruiz, Roldán Trujillo, Francisco Soto, Diana Martínez y quien escribe.
Admito que como maestro y alumno José Luis no era santo de mi devoción, y de más alumnos que cursábamos la carrera en el turno nocturno. Y lo platicamos un día en la redacción del viejo Diario de Monterrey donde coincidimos en 1998. Había dejado El Norte y su amigo Jorge Villegas lo invitó a trabajar en la empresa de Francisco A. González.
No estoy seguro si había hecho una escala en el recién nacido periódico ABC, o de El Diario de Monterrey pasó a ese rotativo de la familia Estrada. Pero el destino y los años hicieron que José Luis se convirtiera en compañero de trabajo de alumnos del turno nocturno, por cierto, a quienes nunca invitó a sus viajes por Europa.
Años después juntos convivimos en Roma, Italia, entre 1991 y 1995, a donde viajó varias veces con su inseparable esposa. Una rica pizza, calefacción y un pedazo de alfombra en donde dormían en mi departamento, eso nunca faltó.
Tampoco olvidaré febrero o marzo de 1992 cuando me habló por teléfono a Roma para acreditarlo para el partido amistoso México-Italia que se jugaría en el estado Comunale de Florencia, que era el debut como técnico nacional de Miguel Mejía Barón. Él como enviado de El Diario de Monterrey y yo, corresponsal de Notimex, viajamos en tren a la hermosa ciudad renacentista para ver perder al Tri 2-0.
Días después reporteó en El Vaticano las actividades del papa Juan Pablo II y paseamos por los amplios y verdes jardines del sur de Roma, un sector conocido como el EUR, recordando viejas anécdotas entre risas y sin reproches. Pura felicidad.
Cómo no recordar y agradecerle su primer detalle de mayo de 1995 cuando, casi desempleado, me contactó una entrevista con Ramón Alberto Garza en su interés de que entrara a El Norte luego de mi experiencia en Italia.
Y la segunda ayuda en febrero de 1998 cuando se presentó en un restaurante italiano que tuve por la calle Padre Mier, interesado en que conociera a Heriberto Deándar Robinson, alumno suyo en la Universidad de Monterrey (UdeM), que a los 26 años planeaba en Reynosa el nacimiento de Hora Cero.
Después se le ocurrió hacer una maestría en España y dejó la UdeM; regresó al ABC y da cursos de periodismo y motivación en varias ciudades del país. Y sigue en la UANL dando clases en posgrado y en la licenciatura.
En serio, muchas gracias José Luis porque fuiste el conducto para mi estabilidad y realización periodística en Hora Cero.
Siempre será un agrado verte en algún Tok’s con tu esposa; recorriendo el césped del Tecnológico o del Universitario con tu cámara en las manos. O trayendo o llevando conferencistas de Europa a Monterrey… porque cuerda no te falta, te sobra.