Confieso que le tengo miedo a la intolerancia de Andrés Manuel López Obrador. Me aterra su mecha corta al reaccionar visceralmente contra sus críticos de los medios de comunicación. Tiene todo el derecho de réplica, cómo no, pero sus formas y descalificaciones no son de un político sensato. Su repudio a quienes expresan legítimamente desacuerdos con él, me apanica. Puede inclusive tener mucha razón en su incomodidad de escuchar o leer lo que no le parece correcto de los periodistas y adversarios; sin embargo, se exhibe en la manera como los enfrenta y en la impresión que deja de querer deshacerse de ellos. Esa piel delgada, pienso por mi cuenta, lo coloca en la orilla del peligroso camino de coartar, a base de decretos presidenciales, la libertad de prensa y de expresión.
Ojalá no llegue a tanto mi temor. Sin embargo, no puedo ocultarlo en el análisis de la realidad que enfrentamos hoy, y menos, mucho menos, si tomamos en cuenta la admiración de sus frases “ya chole con las críticas”, “no soy florero” y “me canso ganso” (“de que acabo con la corrupción”), así como el furor de quienes, enardecidos, lo “defienden” a capa y espada en las redes sociales y aplauden sus ataques a fulano, zutano o perengano, convencidos de que el presidente cuenta con la mayoría del Congreso Federal y muchos adeptos en todo el país. De hecho, sorprende la forma en que respondieron a inicio de noviembre de 2018 al semanario Proceso por una entrevista con un acreditado constitucionalista que dio pie a una portada, la cual enfureció a la misma esposa de AMLO, Beatriz Gutiérrez Müller y a la presidenta de MORENA, Yeidckol Polevnsky, quien tuvo el descaro de escribir que esta revista “no se va a hacer fifí, porque siempre ha sido progresista y siempre nos ha apoyado”, sin darse cuenta que la función de la prensa de élite no es apoyar a ningún partido sino no fallarle a la opinión pública.
Admito que los medios de comunicación no son una perita en dulce. Sus dueños y representantes cometen flagrantes errores. No gozan de buena fama y fácilmente desbarran en la difusión de las noticias y opiniones. En muchos casos, su prepotencia y falta de ética en hechos trascendentes y su inclinación hacia el poder los alejan de su misión primordial. Pero no dejan de ser un reducto de libertad. Representan, si se quiere, un mal necesario y una vía de escape de la opinión pública en la información y el análisis de la realidad, sin importar distancia geográfica.
El encono contra los medios es palpable entre las turbas que se sientan agraviadas y manipuladas por los mismos medios, especialmente entre aquellas personas que ubican a éstos como parte de la “minoría rapaz” y de la “mafia del poder” o de la “oligarquía abusiva que se ha enriquecido a base de la corrupción promovida por el contubernio entre el poder político y el poder económico”. Eso crea un resentimiento muy intenso que lleva a los seres irracionales a buscar cobrarse la afrenta como sea, y más si hay un “líder” como Donald Trump en Estados Unidos que llama “verdaderos enemigos del pueblo” a los medios que lo critican y enfatizan sus errores. De ahí que sus partidarios hayan llegado a lanzarse verbalmente contra periodistas del New York Times, Washington Post y CNN.
El contagio puede cundir. Por lo mismo, es tan riesgoso en México que el presidente sea tan fácil de contrariarse con los puntos de vista de sus opositores y no se canse de llamar prensa “fifí”, con toda la mala leche del término, a los medios impresos que no están de acuerdo con él o que torpedean sus propuestas, hechos y declaraciones. Porque la palabra puede significar lo que sea, pero la intención y contexto en que se expresa es lo que cuenta, máxime viniendo de quien viene. Todavía más: Andrés Manuel López Obrador afirma que los escritores y columnistas que lo critican tienen un pensamiento conservador y proceden de la prensa servil del régimen porfirista. Y pontifica como un dogmático dictador: “Se los voy a seguir diciendo porque son herederos de este pensamiento y proceder”.
Tales arrebatos pueden inducir al miedo y a la cobardía a otros medios. Leyendo el pensamiento de López Obrador y escuchando sus exabruptos, habrá periodistas que, para no exponerse a un descontón de los seguidores del “Moreno” o del mismo político, prefieran mejor ser dóciles, serviles y agachados, olvidando la esencia del verdadero periodismo. No. No queremos más el periodismo “chayotero” que sufrimos con el poderoso PRI y del que tanto han renegado los mismos partidarios del político tabasqueño. Periodismo que aguantaba los desplantes del poder y éste, para tenerlo de su lado, tenía que cooptarlo con premios, dinero en efectivo, dádivas, viajes, licitaciones a modo, negocios amparados por el mismo poder; línea telefónica directa, derecho de picaporte, amistad comprada, papel prensa, almacenaje gratis, etc. O había que perseguirlo con llamadas a los jefes de los medios para expulsar a los críticos que trabajaban en esos medios, y, si era necesario, recurriendo a otras formas más rudas y despiadadas como las huelgas “locas”, las auditorías fiscales y la siembra de evidencias en investigaciones judiciales a los medios y los reporteros no afines.
Era un periodismo que en 1954 retrató Daniel Cosío Villegas en un ensayo titulado “La Prensa y la Libertad Responsable en México”, en el que lamentaba que si el régimen de entonces alardeaba tanto de respeto a la libertad de prensa, por qué los periodistas no usaban esa libertad. Uno que otro medio, caricaturista, reportero o columnista aprovechaba ese ligera aspiración de aire fresco, libre de polución y con aroma de higiene. La mayoría, no obstante, se arrastraba a los pies de gobernantes, publicistas y empresarios. El sistema aplaudía la domesticación que funcionaba a todo dar.
No valía la crítica, porque como ahora López Obrador se echa encima de quienes la ejercen, en aquel entonces se aparecía un José López Portillo alegando “no te pago para que me pegues”, y ordenaba la cancelación de la propaganda y publicidad oficial de la revista Proceso y otros impresos. Igual como en estos tiempos Jair Bolsonaro, el ultraderechista Presidente electo de Brasil, ha cuestionado a la prensa que dice que quiere perjudicarlo y ha señalado que Folha de São Paulo, el principal periódico del país, “se acabó”, porque le aplicará un boicot de publicidad gubernamental.
La dependencia económica estaba antes que la libertad de disentir públicamente. La sujeción y el ajuste de cuentas a favor de los poderosos era el común denominador. Se trataba de concebir a los medios como negocios, y punto. Sacar ventaja de la cercanía del que reparte dinero, bienes, beneficios y “amistad”. ¡Cómo le costó sacudirse la imagen de tal entreguismo a Jacobo Zabulovsky, sobreviviente de esa etapa en la tímida democracia estrenada al amanecer del siglo 21! Y cómo le está costando ahora a La Jornada deslindarse de Enrique Peña Nieto, quien lo salvó de la quiebra a base de billetazos vía la publicidad oficial. Lo increíble es que, hoy ante AMLO, otros más vuelven a arrodillarse por su simpatías con la izquierda y con MORENA.
Es cierto que no es fácil juzgar la conciencia de quien escribe o habla en los medios. Y habrá algunos malintencionados o creadores y difusores de noticias falsas. A ellos debe dirigirse el poder político con energía y argumentos que no dejen lugar a duda del error que desea corregir, porque el gobernante tiene también la libertad de expresar sus puntos de vista y hacer valer su verdad, pero en una sociedad democrática no se vale descalificar a nadie simplemente porque piensa de una forma distinta. Mucho menos irse con todo el peso político en su contra, como lo hizo un día el propio AMLO contra el famoso cronista Carlos Monsiváis cuando no estuvo de acuerdo en que portestara ek fallo electoral del 2006 cerrando la avenida Reforma. Ni a Elena Poniatowska le perdonó que protestara con una pancarta en el proceso del 2018 por la decisión de MORENA de ir en alianza con el Partido Encuentro Social (PES), además de tratar de patear a su manera al columnista de Reforma Jesús Silva Herzog-Márquez y al televiso Carlos Loret de Mola, muy al estilo de Donald Trump, a quien el presidente mexicano le hizo saber en una carta: “Ambos hemos derrotado al establishment. Usted y yo hemos enfrentado adversarios poderosos para poner al pueblo en el centro de la política”. ¡Vaya orgullo de semejante paralelismo!
Otros malos ejemplos de maltrato a los medios y periodistas los tenemos de sobra en la revolución bolchevique, donde operó inclusive la expropiación, y no se diga en el hitlerismo alemán, pero lo más cercano en nuestra época lo hemos visto en Venezuela con Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro y sus fieles lacayos de Nicaragua (Daniel Ortega) y de Bolivia (Evo Morales), admiradores todos ellos del sátrapa cubano Fidel Castro. Igualmente la historia carga con las tribulaciones que hizo pasar a muchos de nuestros colegas el dictador Augusto Pinochet en Chile, al modo como procedió Francisco Franco en España, donde, a su muerte en 1975, se esculpió la siguiente frase: “Gracias a la libertad de expresión, hoy podemos decir que el goberante es un inútil, sin que le pase nada al que lo dice… ni al gobernante”.
Ojalá me equivoque en mi ridículo presentimiento y López Obrador me demuestre con hechos y realidades, y no solamente con palabras bonitas, que respetará la libertad de prensa y de expresión durante su mandato, en el que ha prometido no habrá expropiaciones, aumentos de impuestos, corrupción ni gasolinazos, pero tampoco censura y represión contra los medios y los críticos de su gobierno.
Que piense mucho en lo que pensaba Hans-Dietrich Genscher, el ministro durante 18 años de Relaciones Exteriores de Alemania, fallecido en 2016: “La prensa es la artillería de la libertad”. Y lea y relea lo que Proceso sostiene a través de su director Rafael Rodríguez Castañeda: “Quiero establecer el compromiso de seguir siendo lo que al poder molesta y obsesiona: una parte sustancial de la conciencia crítica de nuestro país”.