Llegas a Estambul, ubicada en el Bósforo, y lo primero que extrañas es por qué no es la capital de Turquía, si esta bella estampa turística del planeta se encuentra entre Europa y Asia, además de ser la más poblada y admirada como centro histórico, cultural y económico del país, aunque ya se sabe que la razón es que Ankara está en un estratégico punto para su defensa en caso de alguna agresión extranjera. Periodistas españoles, como Pedro J. Ramírez, desde que dirigía “El Mundo” de Madrid, han hecho de esta ciudad su destino preferido, sobre todo cuando las noticias aquí convocan a los internacionalistas a analizar el estado de cosas que viven los medios informativos y los reporteros.
Estambul, conocida históricamente como Constantinopla y Bizancio, fue capital de estados soberanos como el imperio romano de Oriente, el imperio latino y el imperio otomano hasta 1923 cuando se fundó la república. A partir de entonces, el grupo en el poder gobernó con el sello laico hasta que el grupo religioso Hizmet, del clérigo Fetullah Güllen, se apoderó del mando y permitió que Recep Tayyip Erdogan llegara a ser alcalde de Estambul en 1997 y luego primer ministro en 2003.
Al convertirse en presidente, Erdogan modificó la constitución de Turquía porque ese puesto era más protocolario que de acción, y ahora es el todopoderoso que decide en amplios órdenes de gobierno supeditando inclusive el cargo de primer ministro a sus órdenes, al tiempo que se propone ser un verdadero sultán, al amparo de la democracia dirigida por él, hasta el año 2029. Logró las reformas a su antojo con su Partido de la Justicia y el Desarrollo en alianza con el Partido Movimiento Nacionalista. Y como a todo dictador o tirano le estorban los enemigos y los medios informativos que no le son afines, se ha propuesto acabar con ellos, empezando por su antiguo amigo Fetullah Güllen, quien en mayo de 2013 huyó a los Estados Unidos y vive en Washington.
Como Nicolás Maduro en Venezuela, Erdogan en Turquía ha arreciado ahora su represión contra los medios y los periodistas a los que empezó a perseguir desde 2003 cuando era primer ministro, mientras que la lucha contra Güllen la ha endurecido a raíz del golpe de estado en julio de 2016, porque cree tener la certeza de que el clérigo estuvo atrás de los insurrectos militares, igual que un sector de la prensa. Por eso no se tocó el corazón para detener en esas fechas a dos mil 261 miembros del ejército y seguidores del religioso así como encarcelar a 501 de ellos, mientras que se ensañó con unos cien periodistas. Inclusive usuarios de redes sociales fueron perseguidos por criticar al presidente de la república.
Para tener una idea de sus alcances, sometió a intervención gubernamental a “Zaman”, el periódico de mayor tiraje (635 mil ejemplares) y hoy el fideicomiso que se hace cargo de él reporta apenas 3 mil copias diarias. También cerró siete canales de noticias y mantuvo un férreo control de las páginas y movimientos universitarios críticos, y no se salvó ni siquiera el canal de TV Al Jaseera.
VORÁGINE REPRESORA
La persecución contra los periodistas no sólo tiene presos a más de cien de ellos: también están sin empleo unos dos mil 300. Suman a la fecha cien medios de comunicación cerrados entre periódicos, canales de TV, estaciones de radio, agencias noticiosas (3), revistas y casas editoriales. La situación es tensa y la vorágine represora de Erdogan amenaza con mayores excesos.
Uno de los casos que más han trascendido es del diario “Azadia Welat”, en el sureste de Turquía, cerrado el 29 de agosto de 2016 y sólo por estar presentes cuando ocurrió el asedio, 18 periodistas fueron arrestados. Pero también los trabajadores del “Ozur Gundem”, por denunciar al juez del régimen, Bekir Altun, fueron objeto de vejaciones y malos tratos cuando la policía detuvo a 24 de ellos.
El “Daily Zaman”, editado en inglés, era parte del FEZA MEDIA GROUP, que incluía televisoras, radioemisoras y el diario “Zaman” en turco. Pero en mayo de 2016 un juez ordenó también la intervención gubernamental del KOZA-IPEC MEDIA GROUP y sus diarios “Bugün” y “Millet” además de sus canales de TV. Lo atrevido, sin embargo, ocurrió en septiembre de 2016 cuando la gubernamental Corporación Turca de Radio y TV anunció que ocuparía el moderno edificio de FEZA MEDIA GROUP y utilizaría sus oficinas y equipo mobiliario.
Sin embargo, hay algo que muchos medios y sus periodistas turcos hicieron y que no debieron hacer. Por eso ahora están arrepentidos y piden que sus colegas en el mundo no lo hagan jamás: apoyar a Erdogan con reportajes a modo y perseguir a sus enemigos en busca de los beneficios que da el poder y gozar de amistad e influencia con el político del momento y sus huestes.
“Fue un error”, afirma desde la clandestinidad Bülent Kenes, ex jefe de “Zaman”, creyendo que el estado de cosas no cambiaría jamás y sin esperar que un día él mismo sería uno de los enemigos de Erdogan. “Y pensar que ataqué con furia a los que criticaban al político como Ahmet Sik, quien estuvo un año preso”.
“No medimos las consecuencias”, subraya el editor, escondido aquí y allá. “Es algo que los periodistas jamás debemos hacer: vendernos con el poderoso y ganar sus favores con noticias que le agraden y ponernos a sus órdenes para darle con todo a sus opositores”. No obstante, ahora que el panorama se ha revertido, hay otros periodistas y medios que siguen el mismo camino de los que hoy lamentan su acercamiento con Erdogan, sin saber que un día el estado de cosas puede cambiar y ser perseguidos cuando cambie el humor del poderoso o se sienta agraviado por su trabajo profesional.