Basta deslizar nuestro dedo en una pequeña pantalla para ver lo que sucede en otra parte del mundo y ser testigo de los crímenes de un gobierno contra su mismo pueblo. Nicaragua es el ejemplo de lo que sucede con un gobierno dictatorial, ahí palabra libertad es una utopía ajena a la realidad de esta nación, cuya historia se ha tejido al margen de la democracia.
Muchos creyeron que los atropellos cometidos por el dictador Daniel Ortega Saavedra, aquellos ocurridos en la década de 1980, por los que se disculpó en el año 2004, “aparentemente” arrepentido por las equivocaciones y excesos del régimen sandinista eran cosa del pasado; nada más alejado de la realidad.
A los dictadores no les gustan las críticas, por ello ordeno el cierre de 11 radioemisoras y cuatro canales de televisión, les aterra el que exista prensa independiente, tampoco soportan la libertad religiosa, sobre todo en el contexto social de Nicaragua, donde la iglesia ha sido una voz crítica ante los dictadores que han asolado el país.
Ahora el campo de batalla son las iglesias y los sacerdotes el objetivo principal, un claro ejemplo es el asedio al obispo Rolando Álvarez de la diócesis Matagalpa, quien junto a 10 personas más, entre sacerdotes y colaboradores de la iglesia, fueron sitiados en las oficinas parroquiales desde el pasado 4 de agosto, en una especie de arresto domiciliario de facto, sin juicio, pero legal por las leyes que han permitido atropellar los derechos civiles de los nicaragüenses.
Nicaragua pasó de ser el botín de la familia Somoza, a ser gobernada por el régimen de Daniel Ortega, pero en 1990 la población se decepcionó de quienes les habría prometido libertad.
Tras la derrota electoral Ortega cambio su discurso, pero no sus convicciones, en la elección del año 2006 se presentó ante el pueblo como un hombre que había cambiado y reconocía sus errores, y sí; el pueblo le creyó.
Nuevamente en el poder no lo abandono hasta el año 2018, cuando se vio obligado a dimitir por la sangrienta represión de las protestas civiles encabezadas por estudiantes que dejo cerca de 325 muertos, la mayoría civiles. Alejado del cargo, pero con el control de las instituciones de gobierno, Daniel Ortega y Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta, regresaron en 2021 tras ganar unas elecciones manipuladas, en las que sus contrincantes políticos fueron arrestados, así como periodistas y activistas que representaran un peligro para el matrimonio.
De esta manera, con los dirigentes de oposición, activistas sociales y periodistas exiliados, presos o maniatados, la dupla Ortega – Murillo, ya no muestra vergüenza en mostrar al mundo las atrocidades del socialismo de las que son partidarios, su nuevo objetivo es destruir la fe católica de los nicaragüenses arrestando a sacerdotes y cometiendo atentados contra iglesias e iconos religiosos tan venerados como la imagen “La Sangre de Cristo” que llegó a Nicaragua en el año 1638, hace casi 400 años, y que el pasado 31 de julio fue incendiada, en un acto a todas luces terrorista.
Atrás quedaron las falsas disculpas que un día ofreció a la Iglesia Católica por los montajes realizados por el gobierno para desprestigiar esta institución que, desde el tiempo en que los dictadores se apellidaban Somoza, alzaba la voz ante los atropellos que sufría la población.
Es difícil saber que alienta a un dictador de 76 años, que no tuvo empacho en encarcelar a uno de sus excompañeros de la Revolución Sandinista, Hugo Torres Jiménez, el mismo que, paradójicamente, décadas atrás arriesgo su vida por rescatar a Ortega de la cárcel junto a más presos políticos. Queda claro; sin embargo, que actúa acorde a la ideología socialista de la que es partidario, la cual ve al individuo como un ente que sirve para los fines que el estado necesite, sin derecho a pensar diferente al dictador en curso.
Tal parece que para Nicaragua esa libertad apenas soñada, que la revolución sandinista prometió, pero que nunca se concretó, está muy lejos de ser realidad. Mientras tanto, la iglesia está “bajo fuego” haciendo frente al odio de un gobierno dictatorial, que no acepta más opinión que la propia.