
Hace más de dos años José Ángel no lo pensó dos veces. Cerró su restaurante, un negocio heredado por los abuelos -de casi 50 años- ubicado en San Nicolás de los Garza, y emprendió la huida de Nuevo León, junto con su esposa y dos hijas mayores.
Los Ramos subieron lo indispensable a la caja de su camioneta pick-up de viejo modelo y tomaron la autopista de cuota a Nuevo Laredo; posteriormente cruzaron la frontera y permanecieron unos días del lado estadounidense.
Era 2010 y los estados del noreste de México ardían. La violencia en Nuevo León y Tamaulipas estaba fuera de control; las ráfagas de ametralladoras retumbaban de día, de tarde, de mañana o madrugada en zonas residenciales.
Una guerra se escenificaba entre dos grupos rivales, mientras la otra era entre los cuerpos de seguridad (militares, marinos y policías federales) contra civiles igual o mejor armados que los tres primeros.
José Ángel se sintió seguro en Laredo, Texas, donde se quedó pocos días hasta reanudar su migración hacia más al norte. Atrás había quedado una pesadilla que nunca imaginó: vivir años entre el latente riesgo que él, su esposa o alguna de sus hijas fueran secuestrados.
En San Nicolás conocían, de primera mano, sin la menor exageración, de historias verdaderas sobre empresarios o comerciantes privados de su libertad y cuyas familias fueron obligadas a pagar un millonario rescate. En el mejor de los casos el secuestrado fue liberado con vida.
Muy cerca de la plaza principal donde se ubica la presidencia municipal, una tarde llegó un grupo armado y se llevó de su casa a un comerciante de sombreros. Días después la Marina pudo ubicar la casa de seguridad y planeó el rescate que tuvo un final feliz: vivió para contarla.
Horas antes, de madrugada, un familiar fue citado por los secuestradores afuera de un motel en el conurbado municipio de Santa Catarina, sobre la carretera libre a Saltillo, para entregar parte del dinero solicitado para su liberación.
La banda delictiva fue desmantelada y todos sus integrantes detenidos. Ante las autoridades judiciales admitieron que ese secuestro era uno más en la larga lista que habían planeado en Nuevo León.
Pero eso no era todo, en sus declaraciones dijeron que hubo personas privadas de su libertad que fueron ejecutados y tirados en parajes porque sus familiares no reunieron las altas sumas de dinero solicitadas.
Ante ese escenario de altísima inseguridad, José Ángel decidió cerrar el negocio de antojos mexicanos que iba a cumplir medio siglo en San Nicolás, que iniciaron sus abuelos y que heredaron sus padres.
Cumplida la primera etapa del viaje, de Laredo tomaron la carretera 35 al norte con destino final a San Antonio. Años antes esta ciudad texana era visitada por los Ramos sólo en vacaciones, pero nunca se imaginaron que un día se convertiría en su hogar, en su refugio de salvación.
Una vez establecidos los cuatro con una visa de inversionista, el calvario tendría el nuevo reto de poder subsistir y, para ello, comenzaron a buscar el mejor sector para abrir un negocio de platillos tradicionales con recetas familiares.
José Ángel cuenta que el primer año y medio fue bastante difícil, porque la comida mexicana no es novedad en San Antonio, una urbe metropolitana con casi 2 millones 300 mil habitantes, de los cuales el 35 por ciento son de ascendencia, o connacionales recientemente llegados.
Los Ramos son parte del llamado “Méxodo”, referente a las familias que llegaron huyendo de la violencia y la inseguridad en nuestro país, aprovechando que a cinco horas de Monterrey, y a cuatro de Reynosa apenas cruzando los puentes internacionales, hay un México más seguro: San Antonio.
Después de superar esos meses de incertidumbre en su negocio, en la actualidad su restaurante es punto de reunión de mexicanos y estadounidenses que quieren saborear sus platillos con un sabor único.
José Ángel atiende personalmente a los clientes que esperan pacientes una mesa libre y, cuando la materia prima se agota, personalmente va al supermercado en la misma camioneta que trajo de Laredo a San Antonio. Y tiene razón, está bastante usada.
En las paredes están colgados artículos periodísticos donde cuentan la travesía y los motivos que obligaron a José Ángel a huir de su país. De una violencia que un día deberá terminar, pero con un saldo de decenas de miles de mexicanos que se fueron con sus capitales a Estados Unidos.
Frente a un plato de enchiladas y sopes, en un restaurante lleno, se puede ver que el empresario y una de sus hijas volvieron a sonreír. Al menos ya no rezan cuando salían de sus casas, mientras otros ya agotaron a todos sus santos.
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