A mitad del Siglo XIX, cuando los liberales (puros o moderados) lanzaban sus arengas contra las propuestas de los conservadores, eran éstos los que devotamente invocaban a Dios para que librara a México del peligro que corría su fe religiosa. E imaginamos a Benito Juárez exacerbando sus argumentos contra el poder terreno de la Iglesia Católica y enfrente de él a Miguel Miramón orando con devoción así: “Detente, enemigo, el Corazón de Jesús está conmigo”, al tiempo que el adversario del oaxaqueño sostiene en sus manos la tradicional estampa de la imagen sagrada que relata Santa Margarita María de la Alacoque se le apareció en 1675.
Tal era el escenario de aquella histórica época. Pero resulta que más de 170 años después los papeles se han invertido. Sí, porque quienes se dicen herederos de aquellos liberales hoy no respetan el espíritu de la Constitución de 1857 que éstos purificaron con sus luchas para que quedara bien entendida la separación Iglesia-Estado. Y la inspiración de aquellos en la frase bíblica “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, les vale muy poco.
Pero resulta que a la izquierda hipócrita de nuestro país también le vale bien poco la violación que comete el presidente Andrés Manuel López Obrador al estado laico. Sus radicales seguidores no dicen ni pío. No se manifiestan en manada para reclamarle una rectificación a las referencias al Evangelio, dada su investidura ni le recuerdan la esencia del artículo 89 de nuestra Carta Magna. Los vemos aguantar calladitos la incongruencia oficial de su caudillo, quien, reiteradamente en sus “mañaneras” proclama una y otra vez su fe cristiana, no sabemos si con verdadera convicción (sólo él lo sabe en su conciencia) o como una estrategia electoral para seguir captando la adhesión y los votos de una inmensa mayoría de mexicanos que aplauden su valor y honestidad para declarar públicamente lo que ellos aprenden de las enseñanzas en sus templos. Y lo aplauden a rabiar porque lo que se proclama desde el púlpito presidencial causa más estruendo que los sermones o prédicas de los ministros de culto desde el altar.
Los “morenos” que ven cómo se infringe un agravio a los principios juaristas con esta contradicción histórica, pero más los fanáticos de Marx no se atreven a alzar su voz aunque sí se han de retorcer de coraje cuando graban los mensajes del predicador que, además de presidente constitucional quiere ser visto como un auténtico guía espiritual y religioso de los mexicanos, lo cual no está entre sus funciones oficiales emanadas de la Constitución, por muy sana que sea su intención. Y menos lo está porque al ponerse de lado de la religión mayoritaria que se profesa en el territorio nacional, lo hace quedar mal con las religiones minoritarias a las que no se refiere por su nombre ni les echa aplausos, ni respeta a los ateos que, desde luego, no aceptan ninguna fe que no se pruebe por la ciencia.
En estas circunstancias, queda claro que los conservadores y su guía están en el Palacio Nacional también. Podrán idolatrar a Benito Juárez, pero unos predican con la palabra y el ejemplo lo que el oaxaqueño reprochaba con la ley y su misma acción. Y los otros son igual de conservadores porque, cobijados en su hipocresía política, no dicen nada. Sostienen al jefe de Estado que tanto anhelaba México para combatir la corrupción y luchar contra la pobreza de los más desprotegidos, pero lo toleran sin más en su desfachatez de aprovecharse de los más ignorantes e ingenuos con sus homilías cargadas de símbolos cristianos que nadie duda que tienen un fin propagandístico, igual que el reparto “caritativo” de dinero a los más vulnerables.
No hay mejor instrumento para manipular a las masas con fines electorales que la propaganda que mueve las conciencias de las mayorías, a través de la fe, y la entrega de dinero. Así es la política, y más si se cuenta la complicidad de los críticos que se hallan alrededor su caudillo y, por mera hipocresía, se hacen de la vista gorda de despotricar contra lo que antes hacían sus rivales y ahora están calladitos, calladitos. ¿O no se lanzaron como perros contra López Portillo cuando, malamente, llevó al Papa Juan Pablo II a celebrar una misa en casa de su madre? ¿O cuando, malamente, Vicente Fox recibió un Crucifijo de su hija al rendir protesta como presidente de México? ¿Por qué ahora no? ¿Cómo reaccionarían si hoy cualquier otro gobernante se comportara, en terrenos de la fe religiosa, como se está comportando AMLO? ¡Ah, pillines!