Recientemente escribí lo siguiente en mis redes sociales (y conste que lo transcribo porque viene al caso, no por flojera):
Lo digo y lo sostengo: en #monterreymexico los choferes del transporte público son homicidas en potencia. Hoy por la mañana un camión (perdón, no vi la ruta) se me fue encima provocando que derrapara la moto.
Amiguitos: cuando les dicen que usen casco, botas, chamarra y guantes ¡Es por algo! Gracias a Dios y el equipo estoy ileso y en una pieza y debo decir que la aventurita me salió barata, pues solo debo lamentar un manillar doblado y dos luces menos.
Además fué en La Negra y no en la #harleydavidson pues si así hubiera sido, estaría internado ¡Pero por el cardiacazo! Jajaja.
Pero ya en serio, El Señor me cuida y estoy agradecido pues aquí sigo zumbando por la ciudad.
p.d. ¡Chin… a su ma… los choferes de camiones!
Lo he contado en este espacio montones de ocasiones, cuando llegué a la capital del cabrito y los equipos de futbol inflados decidí moverme en motocicleta pues odio pasar las horas atrapado en el tráfico.
Es cierto, la decisión conlleva riesgos (como ya lo leyeron), pero tampoco es como si anduviera zumbando por las calles de Reynosa donde -ahí sí- andar en motocicleta (de hecho manejar cualquier vehículo), es un deporte extremo donde no sabes si vas a regresar en una pieza. Basta decir que en mi querida frontera nadie sabe que un señalamiento rojo en una esquina significa alto.
Pero regreso a la capital de Nuevo León donde, donde aunque las cosas no son tan anárquicas como en tierras caleras, también existe una muy pobre cultural vial.
La principal crítica a quienes conducimos en Monterrey es que pensamos que tenemos vialidades donde se puede andar como en las 24 horas de LeMans. Creemos que Constitución, Garza Sada, Gonzalitos y ese infierno llamado Leones, son avenidas que podemos recorrer a 120 kilómetros por hora.
Ahí vamos, con la maldita prisa diaria urgidos por llegar a valer madres a pequeños cubículos donde hacemos como que somos productivos.
A eso agréguenle esa maldita envidia al conducir, donde no existe peor ofensa como permitir que alguien nos rebase, donde creemos que tenemos el derecho de cambiar carril sin avisar y que los que vienen detrás de nosotros deben de aguantarse.
Es cierto, los choferes del transporte público y los taxistas son los peores. Me han tocado casos donde -literal- intentan asesinarte con su unidad, quizás porque tras estar tantas horas detrás del volante están tan aburridos que creen que matar a alguien les va a alegrar el día.
Y tampoco voy a defender a los motociclistas, especialmente los aboneros y repartidores, quienes en sus pequeñas Honda 150 conducen con una temeridad que ya la envidiarían Evel Knievel o el Profesor Zovek.
El tema aquí es que por un orgullo mal concebido o simplemente porque nos interesa 300 hectáreas de… terrenos baldíos, andamos por las avenidas pensando que nuestro tiempo es más importante que la vida del conductor, motociclista, ciclista o peatón que va delante de nosotros.
¿Tienes mucha prisa por llegar a tu cubículo a valer madres, a recoger a tu bendición en la escuela? Levántate temprano, sal de tu casa con tiempo.
Porque al final (y lo he visto) siempre es así. Cuando matan a alguien nunca fue su intención, siempre fue un accidente, no querían hacerlo y desearían volver el tiempo atrás.
Lo sé, más de dos amigos me van a contestar con el meme de “anciano le grita a las nubes” (si no lo conocen, búsquenlo, es gracioso) y quizás es cierto, quizás todo este discurso es solo una manera de desahogarme por el susto.
Sin embargo piénselo un momento: ¿Qué puede ser tan importante como para aceptar el riesgo de que podemos matar a alguien o matarnos en el proceso?
¡Ah! y lo olvidaba: ¡Chin… a su ma… los choferes de camiones!