“Al que no se mide, el tiempo lo mide”.
Dicho popular
Un video grabado por los pilotos de un avión en tierra que tenían acceso a las comunicaciones de radio entre la torre de control y los pilotos puso en evidencia, el pasado 8 de mayo, el riesgo cada vez mayor en que opera el viejo aeropuerto de la Ciudad de México. Una aeronave estuvo a punto de aterrizar encima de otra; afortunadamente el piloto reaccionó bien y a tiempo para evitar la catástrofe.
Estos incidentes se han incrementado en los últimos años, a pesar de que hoy apenas se realizan cerca de 900 operaciones diarias de despegue y aterrizaje. Antes de la pandemia había alrededor de mil 400. El Seneam, la autoridad que regula y opera el espacio aéreo, se ha cansado de afirmar que no hay ningún incidente registrado, intentando tapar el sol con un dedo. Las agencias internacionales le quitaron hace ya un año el nivel de seguridad que tenía precisamente por el desorden que hay en toda la aeronáutica mexicana.
Más recientemente, la asociación internacional de pilotos aviadores volvió a advertir del riesgo con que operan en México. Pues con todos esos avisos, el gobierno hizo oídos sordos y siguió su camino al desfiladero hasta que se hizo público el video que mencionamos más arriba. Entonces arreciaron las críticas a Santa Lucía y al presidente. La respuesta fue el cese fulminante del director del Seneam. Tuvo que meter al secretario de Gobernación a negociar con los pilotos y las aerolíneas porque en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes nadie tiene ya autoridad, ni credibilidad.
Al día siguiente, en la mañanera, el presidente utilizó su recurso favorito y culpó a los gobiernos pasados de lo que él mismo ha generado. Un día después, un avión de Aeroméxico tuvo un incidente similar en el mismo aeropuerto, con lo que quedó demostrado que no es un asunto de políticos, sino de técnicos. Este problema tiene raíces muy profundas y si no se hace un cambio drástico pronto, los incidentes seguirán y la posibilidad de una catástrofe se incrementará cada día. Ahí está la Línea 12 para probar que meter los problemas debajo de la alfombra no evita los accidentes.
Poco a poco hemos ido conociendo las causas que han llevado a la situación actual: los controladores de vuelo con más experiencia renunciaron y buscaron posiciones en otras partes del mundo donde sus conocimientos y habilidades son más apreciados. A decir del líder del sindicato de controladores de vuelo, unos se fueron porque les recortaron sueldos y prestaciones como consecuencia de las políticas de austeridad que impuso el gobierno desde 2018. Otros, al ver el desastre que se avecina, quisieron evitar verse envueltos en algún accidente fatal que truncaría sus carreras. El resultado: faltan controladores y los que pocos que hay no tienen experiencia.
Las autoridades y el gobierno llenaron algunos huecos con controladores novatos que han sido uno de los factores en el incremento de incidentes. Y es que este tipo de trabajadores altamente especializados no se dan en maceta. Resolver este problema llevará años. Lo barato siempre resulta más caro con el tiempo.
La decisión de suspender la construcción del nuevo aeropuerto inició la cadena de errores que nos han llevado a la situación potencialmente catastrófica en que nos encontramos hoy. En un arranque muy parecido a las escenas hollywoodescas en que el nuevo preso va y golpea salvajemente al reo que se ve más grande y fuerte, el presidente olvidó medir las consecuencias técnicas de su decisión. Para medio componer las cosas se apresuró a construir el aeropuerto de Santa Lucía, mal llamado internacional porque ahí solo bajan puros vuelos nacionales.
Ya entrados en gastos alguien les advirtió que, por la orografía del lugar, las pistas en el antiguo aeropuerto militar estaban en diagonal con las del viejo en la Ciudad de México. Eso obligó a una reconfiguración del espacio aéreo y las rutas de aproximación, aterrizaje y despegue para meter con calzador a Santa Lucía. Ahora los aviones tienen que pasar más cerca de los cerros, verse de frente en el aire y otras lindezas por el estilo. Y esto ocurre cuando Santa Lucía casi no tiene operaciones; imagínense cuando regresemos a las mil 400 operaciones diarias. Agréguele usted la escasez de controladores y la abundancia de políticos, que no rompen un huevo a sentones, en posiciones técnicas y tendrá usted el coctel envenenado que estamos viendo en estos días. Y todo por demostrar quién manda aquí. Gobernar es fácil, nos dijo.v