Cuando se pensaba que los directivos del futbol mexicano no podían caer más bajo, lo hicieron.
Después de unas semanas intensas en las que la gira de medios de los presidentes de la federación y la liga sirvió para enredar más el presente y el futuro del futbol profesional en el país, sabiendo de antemano que lo que pase no cambiará nada los problemas de raíz, ahora se anuncia que el nuevo técnico de la selección varonil mayor será el argentino Diego Cocca, hoy entrenador de los Tigres de la UANL.
Gatopardismo puro.
Después del papelón hecho por el futbol mexicano en general en el 2022, desde los tambores de guerra de las televisoras se demandó que el entrenador de la selección co-anfitriona del mundial 2026 debería de ser alguien nacido en el país para, ahora sí, potenciar en unidad a los mejores futbolistas. Bueno, pues ahora resulta que siempre no.
Si la lógica para eventualmente contratar a Cocca fuera porque su estilo de juego potencializa las características físico-atléticas, o porque entiende la mentalidad de los jugadores mexicanos, además de que conoce a detalle la forma y fondo de la liga en la que fue bicampeón con un equipo limitado, pues bienvenido, sea de donde sea. Pero en este México cómico-mágico la llegada de Cocca se da por un tema de grupos de poder, caprichos personales y rabietas de millonarios.
Es bien sabido que en la asamblea de dueños del futbol mexicano existen grupos con intereses atravesados: los leales a televisa, los leales a quien pague más, el grupo Orlegui y el grupo Pachuca. Cada uno actúa como una mafia y cada uno busca su beneficio antes que el de la colectividad. Que se haya elegido a Cocca, apoyado por el Grupo Oregui, en vez de Guillermo Almada (Grupo Pachuca) es una nueva muestra del gatopardismo del futbol. Cambiarán los nombres, pero no las circunstancias; por ello, los resultados seguirán siendo los mismos porque en realidad es lo que se quiere. ¿Por qué? Pues en este momento parece que el demostrar quién es más poderoso es lo que importa.
Guillermo Almada es el campeón actual y lo hizo con un equipo de muchos mexicanos jóvenes a los que les dio la oportunidad de desarrollarse. Su pecado es que dirige al equipo insignia del grupo rival a quienes hoy tienen el control de la selección nacional, lo cual es más que suficiente para quedar fuera de consideración. El otro precandidato, Miguel Herrera, es un barril de pólvora con una mecha muy corta, una trayectoria irregular y una lengua muy suelta.
Alejandro Irarragorri es un hombre inteligente. Planeado o no, en su apuesta por el poder federativo, o al menos de la selección mayor varonil, logró una carambola de tres bandas en la que desmanteló a Tigres, controlará al tricolor y consolidará su influencia en la federación. A cambiar todo, para que nada cambie: la mediocridad del futbol y la existencia de una mafia.
Por cierto, que piquete de ojos le acaban de dar a Sinergia Deportiva, a Cemex y a la universidad. Y Marcelo Gallardo, sigue sin contrato.v