El crimen organizado tiene su propia dinámica, que no siempre es influida por lo que el gobierno hace o deja de hacer, como lo hemos visto en días recientes. Iniciando agosto, en Guadalajara, Ciudad Juárez, Tijuana y Colima miembros de diferentes bandas quemaron carros, negocios y mataron transeúntes en lo que parecía una acción coordinada; se llegó a hablar de terrorismo. Cuando se pudo revisar con detalle lo sucedido, fue evidente que cada evento tuvo motivaciones y lógicas distintas.
Todas estas manifestaciones de violencia tuvieron en común que fueron dirigidas a la población; no se trató de enfrentamientos con la autoridad o entre bandas. En ese sentido puede hablarse de que usan tácticas similares a las de los terroristas, con la diferencia de que en este caso ninguno de los grupos del crimen organizado tiene demandas políticas, sociales, étnicas o religiosas.
Otro factor común fue la incapacidad de las autoridades para preverlas y la lentitud para reaccionar. Los criminales actuaron con total libertad e impunidad, sin que nadie los molestara. Hablando sin tapujos, podemos afirmar que lo hicieron porque pueden hacerlo; porque nadie se los impide; porque no hay consecuencias.
Y es que la “estrategia” de los abrazos se reduce a patrullar para “inhibir” la actividad de los delincuentes. Todo esto acorde con la ocurrencia de que, si la autoridad deja de enfrentarlos, los delincuentes solos van a dejar de asolar a la población. Los hechos de los últimos días prueban lo equivocado de tal idea.
El presidente ha tratado de convencernos de que se trata de actos desesperados de bandas debilitadas o bien de actos de propaganda. Es un discurso solo apto para quien aún cree a pie juntillas en su palabra, que a nadie más convence.
Con esta cuarta entrega finalizamos el análisis de la ocurrencia de los abrazos que, de acuerdo con el dicho del presidente, parece estar fundamentada en 4 ideas: La pobreza alimenta de sicarios y delincuentes violentos al país; la violencia extrema es causada por la lucha entre los carteles, en las zonas en que domina un grupo no hay asesinatos; el Neoliberalismo, con su afán individualista y progresista, estimula la sed de riqueza por cualquier medio; Calderón desató el baño de sangre al darle un garrotazo al avispero.
El presidente ha sido muy exitoso en señalar a Calderón como el causante de la violencia que se desató en 2008, cuando el entonces presidente decidió, a petición del gobernador perredista Lázaro Cárdenas Batel (hoy Coordinador de Asesores de López Obrador), enviar al ejército a rescatar los territorios dominados por las bandas de narcotraficantes. Lo acusa de haberle dado un “garrotazo al avispero”. Es una forma de evadir la responsabilidad que el presidente utiliza continuamente. La culpa es de los que gobernaron antes, aunque ya hayan pasado más de 14 años.
La estrategia correcta, como se ha cansado de decirnos, era no hacer nada. En el fondo podemos entrever una cierta claudicación del presidente, un reconocimiento de que no puede contra la delincuencia organizada; así que lo mejor es dejarlos en paz y esperar que ellos, en amable correspondencia, hagan sus negocios con un mínimo de molestias a la población: “dejar hacer, dejar pasar”.