Escuchar o leer sobre Robert Dahl exponer su teoría democrática con la emoción encendida, obliga a no olvidar sus enseñanzas. Y vale la pena recapitular una y otra vez el tema de la “comprensión ilustrada” con sus afluentes caudalosos de la pluralidad informativa y de la apertura al pensamiento crítico. Es el método probado para enfrentar el miedo y la rabia en época de elecciones, pero sobre todo es el escudo certero contra la difamación que circula por todas partes en las consabidas guerras de lodo por parte de los seguidores más radicales de todas las corrientes ideológicas.
La propaganda interesada en ocasiones no sabe de ética y se enrumba por el camino de las promesas falsas, para empezar. Y le sigue por la vía de la desinformación para manipular a las masas. Pero lo que no tiene nombre es recurrir a la falsedad de las noticias y al ataque frontal de los rivales partidistas mediante la calumnia y la nociva difusión de aspectos de la vida privada e inclusive íntimos que nada tienen que ver con la contrastación de propuestas o programas políticos.
Hace falta, pues, una reflexión profunda sobre la responsabilidad de accesar a toda clase de materiales, con la facilidad con que hoy se hace a través de los modernos dispositivos y su tecnología de punta. Y, al mismo tiempo, es necesario tener conciencia de lo que representa el voto ciudadano, con el fin de llenar el cerebro de elementos reales y valiosos para definir nuestra verdad de acuerdo con los parámetros que nos convencen, sin manipulación externa. La pureza de la información, hasta donde es posible, contribuye al fortalecimiento de la democracia, de acuerdo con Robert Dahl, a quien no le falta razón en su aserto científico.
No le falta razón en todo proceso eleccionario. Sin embargo, en el que estamos viviendo en México se hace mucho más urgente alertar a los ciudadanos, muchos de ellos cansados de tanta injusticia, hartos de frustración tras frustración sexenal y llenos de ira, de rabia y de odio, inclusive.
Pero en el fondo, los ciudadanos también hemos fallado. O, por lo menos, no debe cargársele la responsabilidad a un solo partido, por más que el PRI tenga tan mala fama de antidemocrático y fraudulento desde que nació en 1929. Desde entonces jamás ha podido borrar su imagen de corrupto y manipulador descarado que le ha permitido tener una sólida estructura territorial a lo largo y ancho del país. Por eso el pueblo le dio la espalda en el 2000. Sin embargo, la alternancia no significó ningún cambio de régimen ni mejoró las condiciones de vida de las mayorías, y un Partido Acción Nacional dividido ha mostrado las grietas por donde se filtró lo peor de la grilla y la autodestrucción.
Y lo mismo se puede decir del PRD, desde que llegó en 1997 a sentar sus reales en la capital mexicana. Sin embargo, el partido tricolor volvió a detonar la decepción a su más alto nivel, al prometer Enrique Peña Nieto en 2012 “un nuevo PRI”, poniendo como ejemplo a jóvenes gobernantes como Javier Duarte de Ochoa, de Veracruz; a Roberto Borge, de Quintana Roo; a César Duarte, de Chihuahua, y a Roberto Sandoval, de Nayarit, que resultaron ser presuntos delincuentes de cuello blanco, juzgados severamente por la opinión pública y la ley.
Por eso se vislumbra ahora la esperanza y el ansia de la mayoría de los ciudadanos por un nuevo régimen. Y en la virulencia del reclamo, muchas veces se envenena el ambiente de la indignación, la rabia y hasta el odio contra quien no representa la seguridad de algo mejor. Y la respuesta de sus contrapartes recorre la misma vía del uso de los medios alternativos y las redes sociales para bombardear con insultos, difamaciones y alertas de peligro. Y es cuando escuchamos la voz sensata de Roberto Dahl, que nos ubica frente al fanatismo político que cae en excesos en la promoción y en la supuesta defensa de una postura ideológica.
Las contradicciones mismas son desinformación, porque tan pronto los radicales de un grupo piden expropiar empresas apenas lleguen al poder, se escucha al candidato de esos grupos decir que no. Y tan pronto este mismo candidato es acusado por sus detractores de tratar de llevar a México por el camino de la Venezuela en crisis, su voz responde también que no, y que jamás buscará la reelección como Hugo Chávez o Nicolás Maduro. Pero la insistencia en tipificarlo como populista barato surge del otro lado de la trinchera, en busca de causar miedo con sus arranques, opacidad en la rendición de cuentas e intolerancia; sin embargo, no entienden que cuanto más lo bombardean, más lo fortalecen y lo encumbran en las preferencias de las mayorías de hoy.
Seamos sensatos. Hay que centrarse con madurez en la definición de lo que más le conviene a México. En nuestras manos está optar por lo que nos dicte la conciencia y lo que el cerebro determine que vale la pena.