Una vez roto el silencio, actuar es el siguiente paso. #MeToo #EnMtyTambién
En Monterrey las mujeres también han alzado la voz para señalar el acoso sexual. En el blog Acoso en la U se reunieron los testimonios de varias chicas que fueron víctimas de hostigamiento sexual por parte de sus maestros en distintas instituciones educativas de la ciudad.
Los días siguientes a la apertura del blog fueron impactantes. Miles de lectores regiomontanos leyeron incrédulos las confesiones de las estudiantes, muchas de ellas, menores de edad. Fue como si de pronto nos quitaran la venda de los ojos y nos descubriéramos delante de un monstruo aterrador.
No faltó quien creyera que todo era falso. Que los testimonios eran inventados, que el hecho de ser anónimos les restaba credibilidad, que no era más una manera sofisticada de calumniar y, en fin, que hasta no haber una “evidencia”, aquello no eran más que chismes. Esta es la postura típica de quien examina la situación desde una posición de poder. Sin embargo, poniendo a un lado esta situación, las mujeres por décadas hemos sido acosadas en todos los niveles, desde el estudiantil hasta el laboral.
Pero es que primero hay que escuchar. A una víctima le cuesta mucho expresar el dolor que ha sentido, porque el acoso es un malestar abstracto que se mueve entre el silencio, la confusión y la culpa. Escuchar con atención, con empatía y sin juzgar es la manera de acompañar a la víctima y decirle “te entiendo”.
Después, viene el reconocimiento. La escucha activa y unas pocas palabras de consuelo tienen la capacidad de arrastrar desde la oscuridad hasta la luz la situación. Así, la vuelve concreta, real y permite que la víctima empiece a dar tímidos pasos de la resignación al empoderamiento.
Por último, la acción. Aquí se vuelve más complicado, porque las instituciones educativas, laborales, organizacionales y gubernamentales carecen de una estructura que permita prevenir, identificar, denunciar y sancionar el acoso.
La tarea, entonces, se reparte entre varios: a las mujeres nos toca denunciar. Ya no nos podemos quedar calladas; hay que exponer la queja en los pocos canales habilitados para ese fin. A las autoridades, les corresponde crear protocolos para abordar este asunto y a la sociedad dejar de normalizar el acoso. No, no es normal que un maestro quiera “ligarse”, enamorar o seducir a una alumna, ni que quiera condicionar la calificación a citas o favores sexuales. No, no es normal que en las empresas aún sigan viendo a la mujer como un objeto sexual y no como una profesional. No porque veamos que esto se repita una y otra vez en todo tipo de instituciones educativas o laborales quiere decir que esté bien, que sea deseable, ni mucho menos que tengamos que soportarlo. Ya nos atrevimos a alzar la voz, ahora lo que sigue es actuar.
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