Escándalos extracancha

Cuando se hacía popular la televisión, en la década de los sesenta, los mercadólogos afirmaban que la comunicación instantánea movería a tomar determinaciones de las cuáles habría muchos arrepentimientos. Los medios electrónicos, ahora, producen una inmediatez maldita que suprime la reflexión. La profecía se cumplió. Hay más dinámica de interacciones, por las redes informativas al alcance de un clic, pero una precipitación de decisiones que coquetean con la pifia.
Pienso ahora en la forma de ver el futbol, y algunos de sus aspectos periféricos, como el interés que nos generan los comentaristas y narradores que, a causa de la sobreexposición, se han convertido en estrellas mediáticas.
En el pináculo de la popularidad se encuentran José Ramón Fernández y David Faitelson, padre e hijo, que se han presentado durante décadas en televisión con una relación de amor y odio, como la del doctor Víctor Frankenstein con su creatura.
Los dos han cruzado, en días recientes, una serie de acusaciones virulentas y absurdas de las que el público no debía enterarse. La penosa exhibición de enconos ha provocado un malestar generalizado entre la comunidad futbolera de periodistas y los seguidores de ambos, que se cuentan por millones en México.
Lo desagradable no es la bajeza de sus señalamientos si no sus pronunciamientos en la escena pública, para deleite y repudio de fans y detractores.
Ahora nos preguntamos si estas personas merecen nuestra atención, estimulándonos seguir sus diferencias del ámbito privado. Hemos llegado a un punto muerto del espectáculo deportivo en el que ahora los cronistas, quienes se encargan de documentar y describir las acciones de los estrellas en la cancha, se han convertido en los protagonistas del show.
En el caso de Joserra y Faitelson, el público mexicano los reconocía como un tándem funcional. El veterano periodista acogió bajo su ala al muchacho maravilla, cuando emergió como editorialista en TV Azteca. Juntos hicieron equipo genial. Se complementaban muy bien, pero era evidente quien era el líder en esa sociedad.
Cuando David alcanzó su propia altura, como periodista independiente, se daban buenos debates de altura, junto a su creador. Se observaba entre ellos una complicidad tácita en la que se increpaban aparentemente con acrimonia, aunque era evidente que había entre ellos un arreglo para agredirse sin rebasar una cierta línea. Hasta en eso se entendían bien.
En base a lo observado en estos días, ese pacto de pique contenido se ha roto. Colocados en cuarteles opuestos de la competencia deportiva, rompieron las reglas del decoro y ahora se agreden sin misericordia. Los señalamientos del hijo al padre son severos, apabullantes y con etiqueta de humillación.
Pero, lo cierto es que los dos se lo merecen o, mejor dicho, se merecen el uno al otro. Crearon un vínculo con una relación de aguijoneos recíprocos cada vez más intensos que ya no pudieron soportar. La tensión hizo que se rebasaran los vínculos de amistad para llegar a esto.
Es doloroso conocer el lado oculto de Joserra, uno de los decanos del periodismo en México. Lo más triste es que esa mancha en su vida es revelada precisamente por la persona a la que alguna vez le tuvo toda la confianza. ¿Es válido recurrir a la infidencia después de haber sido el depositario de secretos inconfesables?
Porque lo que hizo David se parece mucho a una traición.
Y pudiera ser que no debiera interesarnos tanto su trato personal, pues allá ellos con sus vicios y placeres. Lo malo es que se han convertido en personajes tan relevantes que son invitados cada noche a las casas de todos, como especialistas televisivos de un deporte que seguimos.
De cualquier manera, como aquí se menciona, lo que se dijeron y su exposición pública, se lo merecen.