Para Hugo y Sebas.
Dios con ustedes, amigos.
Si no fuera porque la fecha de cierre de edición la tengo encima y debo de entregar algo para esta edición, seguramente no estaría escribiendo estas lineas.
Y no lo haría por falta de ganas o de inspiración, sino por este coctel de emociones que revolotean en mi cabeza en estos momentos y que van desde el enojo a la tristeza, pasando por el miedo, la incertidumbre y la desesperanza.
Quizás algunos ya lo sepan, seguramente muchos no, pero en un periodo bastante corto de tiempo el Coronavirus ha afectado a personas muy cercanas a mi.
Siempre supe que este momento llegaría. Las características de este maldito virus que ya le ha costado la vida a miles de personas alrededor del mundo lo hacen casi onmipresente, siempre listo para colgarse de un organismo más.
En cuestión de días la palabra positivo dejo de tener una buena connotación, se convirtió en algo sucio, inaceptable, un montón de letras que nadie quiere ver en un papel con su nombre.
Con cada positivo que aterrizó a unos pasos míos, la incertidumbre y el miedo fueron encontrando tierra fértil para llenarme de funestas imágenes en mi mente.
A veces, cuando me siento a pensar, ese miedo se convierte en coraje, casi odio.
Me encabrona ver a tanta gente en la calle valiendo madres. Pensando que no las va a tocar pues ignoran que este virus no tiene conciencia social y le importa un pepino si andas en la calle por gusto o porque “tienes” que trabajar.
Cada uno de los que andan afuera sin cubrebocas, creyendo que son una especie de súper hombres o mujeres región 4, son culpables de que el Coronavirus ande rondando tan cerca de mi rancho.
No es justo que por estos miles quienes, obviamente, no se quieren ni tantito, gente a la que aprecio hoy esté en cuarentena y yo sin saber si ya infecté a mi esposa, mi hija, mis compañeros de redacción.
Lo escribí en mi muro de Facebook y lo vuelvo a repetir, como el mantra que se quedará en mi mente todo este año: Cada quien escoge cómo morirse… lo que no se vale es morir a lo pendejo.
Estoy consciente que estas líneas solo van a servir como una aspirina para aliviar un poco todos los sentimientos que traigo atorados en mi interior pues, estoy seguro, a la mayoría de las personas en Monterrey, Reynosa o México en general, le vale madres la posibilidad de contagiarse, lo importante es poder salir pues ya estaban aburridos de la cuarentena.
Hoy más que nunca me queda muy claro que contrario a la esperanza generalizada, esta pandemia mostró el rostro más feo de los mexicanos.
Nos demostró que somos una sociedad de modas, donde estuvo bien permanecer en casa y ser muy solidarios pero solo por algunas semanas, pues la gente se cansó de la pose y volvimos a nuestro deporte favorito: hacerla de pedo por todo.
Lo peor del caso es que ni siquiera cuando el virus nos alcanza podemos aceptar nuestra responsabilidad en el hecho, siempre será la culpa del gobierno, de los políticos, de nuestros vecinos.
Nunca vamos a tomar responsabilidad por nuestros actos.
Hoy que el Covid-19 sobrevuela como negro zopilote por el zaguán de mi casa, no me queda más que orar por la salud de mis amigos y compañeros infectados y porque Dios me de la fuerza y serenidad que necesito para soportar estos momentos.
Porque eso sí, no obstante todo esto, tengo fe que un día volveremos a abrazarnos y recordaremos estos días como una pesadilla de la que, afortunadamente, pudimos despertar.
P.D. Un favor: Si está en condiciones hágase un bien y vaya ahorita mismo a darle un abrazo a sus hijos, a su esposa, a su novio o novia, pues no sabemos por cuánto tiempo más vamos a poder hacerlo.