
Me senté frente al televisor a ver la serie Capitanes del Mundo (Captains of the world, 2023), de Netflix. Con enorme angustia vi el episodio último, titulado El más grande, que relata como en un libro de historias sagradas, la Final de Qatar 2022, entre Argentina y Francia.
La acción se concentraba en el desempeño de los dos mejores jugadores de su tiempo, Lio Messi y Kylian Mbappé, protagonistas absolutos del torneo y de la emisión.
El documental es magnífico. Con una emoción creciente, se va narrando cómo se ve en la cancha, en el vestidor, la calle, las tribunas, los respectivos países, este duelo que da un pase directo a la inmortalidad.
Atestigüé el capítulo de la serie con gran ansiedad, porque sabía que experimentaría, una vez más, una mortal envidia por los equipos que se encuentran aún hoy, más de un año después, en la cima del mundo.
Presenciando este juego de campeonato de la Copa del Mundo, canela fina absoluta, supe que no podría ver a México ahí, con el protagonismo de los colosos. He seguido el futbol desde hace 50 años. Me enamoré del balón en el Mundial de Alemania 74.
Desde entonces han pasado 12 Mundiales y antes de cada uno he pedido a los dioses de los estadios, a los númenes planetarios que se apiadan de todos los hinchas mexicanos, que me permitiera una edición de protagonismo, que el equipo tricolor entrara en el elenco de los estelares.
He estado harto, fastidiado, colmado de hastío por el mencionado quinto partido, que solo ha llegado en una ocasión y que no ha servido absolutamente de nada.
La providencia, que en ocasiones escasas ha volteado hacia México, ha arrojado solo migajas. Porque si a emociones vamos, lo único que le ha proporcionado fue, precisamente, el triunfo en un cuarto partido, ante Bulgaria, para chocar con el muro de Berlín, ante Alemania, en el quinto cotejo de cuartos de final.
Miro, en el documental de Qatar, esa igualada apoteósica, con el doblete de Mbappé, en la agonía del partido y se me retuerce el hígado de dolor al suponer cómo ha de haber vivido París el segundo gol milagroso en el minuto 81. Y luego cómo el mismo Kylian volvió a igualar los cartones en el alargue, después de que Messi dio la ventaja, para irse a los tiempos extras.
Ah, imagino la locura de Buenos Aires cuando, en la tanda de los once pasos, los galos Coman y Tchouaméni erraron sus cobros y cómo, al final, Gonzalo Montiel, que nunca había hecho algo realmente relevante en su trayectoria, se la tocó por abajo, a la derecha y cambiado a Lloris para decretar la soberanía universal de Argentina, por tercera ocasión en el brillante palmarés de su absoluta. Suspiro de nostalgia y tristeza al pensar que nunca podré ir a la Macroplaza de Monterrey a gritar que México ha sido Campeón del Mundo.
Maldita miseria. ¿Qué tengo yo para celebrar con el Tri? Digamos que, en Francia 98, aquél gol agónico de Luis Hernández para el empate ante Holanda en el tercer partido de la fase regular que daba el pase a octavos. Solo para ser eliminados, como de costumbre, por Alemania. Uy, sí, qué festejo tan grande, por tal logro glorioso.
Vamos, también puedo atesorar aquella final de la Copa Confederaciones 99 ante Brasil, en el Estadio Azteca. Un triunfo de 4-3. ¿Atesorar? ¿Confederaciones?
El documental me muestra con espectaculares tomas inéditas, con intimidad de vestuario, y una cámara encimosa que revela a detalle los gestos de agonía y éxtasis de los protagonistas, cómo se gesta una epopeya de mundial, en lo más alto del futbol. Francia ya vivió el campeonato en dos ocasiones, y en esta se quedó en la orillita. Los ches son los que mejor mueven la pelota ahora, como lo confirmaron en esta pasada Copa.
Me doy cuenta que la envidia en el futbol es un sentimiento de amargura que pega como un balonazo en la entrepierna. Y es algo con lo que voy a tener que cabalgar a lo largo del camino, porque no se ve cómo, cuándo, en qué lugar México revertirá su costumbre de fracasos. No veo de qué manera mi país iniciará, su trayecto hacia la grandeza, poniendo aunque sea tímidamente un pie en el pavimento áureo de la gloria.
Es difícil, lo sé, y más considerando que los federativos aztecas se conforman con el risible quinto partido.