Entiendo a mi hija Andrea, que siempre había repudiando las marchas y los actos vandálicos de las mujeres encapuchadas y vestidas de negro, que exigen al gobierno de la 4T que reaccione con hechos para poner un freno al galopante fenómeno de los feminicidios en México.
Entiendo a mi hija Andrea quien, el mismo día que encontraron el cuerpo de la pequeña Fátima golpeada y abusada sexualmente a sus siete años, me dijo que apoyará las marchas y que ya no le importaba si quemaban el Palacio Nacional o el Ángel de la Independencia.
Entiendo a mi hija Andrea que empieza a sentirse bajo riesgo en un país cuyo presidente nos vendió en campaña que la inseguridad iba a disminuir y que, al contrario, cada vez está peor, sobre todo con el número de mujeres muertas sin importar si son niñas, amas de casa o ancianas.
Entiendo a mi hija Andrea que, por su trabajo de fotógrafa, maneja de noche su vehículo apenas termina un partido de futbol en Monterrey y tiene que detener su marcha en semáforos donde puede estar un potencial agresor, tal como sucede en la CDMX con robos o muertes con arma de fuego.
Entiendo a mi hija Andrea que dos veces ha sentido el miedo y la impotencia: cuando sufrió daños materiales en su vehículo, y en otra ocasión el ingreso a su casa -de madrugada- de una o varias personas que solamente robaron dinero y algunos artículos electrónicos, ¡gracias a Dios!
Entiendo a mi hija Andrea que cuando en días pasados cubrió una manifestación en contra de la violencia a las mujeres, sin pensarlo con gusto dejaría a un lado su equipo fotográfico, se pondría un paliacate en el rostro y gritaría las consignas “¡Nunca más otra Fátima, otra Ingrid… otra Abril!”.
Entiendo a mi hija Andrea que para mí sigue siendo una niña, aunque rebase los 30 años, porque para todos los papás nuestros hijos seguirán siendo pequeños; a quien he visto crecer desde que nació, y a quien protegeré de cualquier persona que intente dañarla emocional o físicamente.
Entiendo a mi hija Andrea que vive en un México que no merecemos. Donde desde hace diez años transcurren los días entre noticias de desaparecidos, ejecutados, secuestrados o descuartizados. Una pesadilla que lleva 15 meses de este gobierno, y no tiene para cuándo terminar.
Entiendo a mi hija Andrea que, sin decirlo abiertamente, pudiera estar decepcionada de Andrés Manuel López Obrador al no ponerle el pecho a las balas, en este caso al feminicidio y, en cambio, molesto sugiere a los reporteros que mejor le pregunten sobre la rifa del avión presidencial.
Entiendo a mi hija Andrea que votó por López Obrador como su papá. Y que tenemos el derecho de levantar la voz y pedirle que cumpla sus promesas: de que México iba a ser diferente, y está igual o peor de inseguro.
P.D.- Espero no se ofenda señor presidente. Ni nos eche la jauría encima.
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