Un ejemplo de dignidad la manifestaron los actores y directores de Hollywood en su postura anti Donald Trump, contrario a los Junco, los Azcárraga, los Healy, los Salinas y demás propietarios de medios nacionales que dedicaron amplios espacios al cambio de poderes en Estados Unidos la mañana del viernes 20 de enero.
Si hubieran tenido algo de vergüenza y memoria, los dueños de Reforma-El Norte, Televisa, El Universal y TV Azteca, en ese horario del juramento en el Capitolio de Washington pudieron haber ordenado transmitir en sus canales y en sus páginas web temas como reportajes sobre nuestros pueblos mágicos, costumbres, tradiciones, hechos históricos o gastronomía mexicana. Por eso estamos como estamos.
Porque es de reconocer a los gobernadores de Campeche y Nuevo León, Alejandro Moreno Cárdenas y Jaime Rodríguez Calderón, respectivamente, que levantaron la voz para invitar a no comprar autos Ford y dejar de ir a McAllen, mientras los magnates de los medios se pusieron de rodillas ante el antimexicano nuevo presidente de Estados Unidos.
También debo aplaudir al editorialista, escritor e historiador coahuilense Armando Fuentes Aguirre “Catón”, quien escribió un editorial donde dijo que dejaría de gastar dólares en el país vecino y no iría más a la Isla del Padre, Texas, lastimado por tanta porquería que dijo Trump contra México antes y después de su victoria.
Es lo menos que a los mexicanos nos debe nacer de corazón. Que los próximos cuatro años de la era Trump volteemos a ver a nuestro país, tan lastimado y saqueado por gobernantes del PRI y PAN que robaron y se llevaron millones y millones de dólares a bancos estadounidenses, fortaleciendo ese segmento tan poderoso de la economía de cada país.
En lo particular, cuando Trump ganó las elecciones en noviembre pasado decidí ir lo menos posible a Estados Unidos, a donde acostumbraba vacacionar en el invierno con mi familia desde hace años atrás y, debo admitirlo, sin reparar en que México tiene sus coloridas tradiciones navideñas.
Que la nieve, que el frío; que las ofertas de Target, Walmart y el Mall de San Antonio; que Mickey Mouse, Mimi, Daisy y el Pato Donald vestidos de Santa Claus en Disney Orlando. Esas y otras excusas eran buenas para gastar en dólares que, también debo aceptar, se cotizaban entre 10 y 17 pesos.
Como miles de habitantes de Nuevo León y de la frontera de Tamaulipas con visa para cruzar la frontera, las ofertas del “viernes negro” del Día de Acción de Gracias también contagiaban a mexicanos que querían comer pavo el último viernes de cada noviembre, muchos desconociendo el motivo.
Y que se fueran ¡al diablo! los negocios de Monterrey, San Nicolás, San Pedro y Guadalupe; de Reynosa, Matamoros, Nuevo Progreso (Río Bravo) y Nuevo Laredo. La onda era cruzar los puentes internacionales atestados de vehículos, soportando hasta cinco horas o más en las filas, sin renegar.
También ¡al diablo! aprovechar este fin de semana para ir a La Huasteca y gastar en restaurantes de Santa Catarina, o realizar un recorrido por las grutas de García. Con menos atractivos, en la frontera de Tamaulipas la gente con mayor poder adquisitivo brincaba “el charco” a consumir en dólares y regresar con los bolsillos vacíos.
Ojalá en los primeros cuatro años de la administración de Trump cumplamos eso lo menos posible; que tengamos memoria de todas las barbaridades que salieron de su bocota y antepongamos nuestro amor a México, y comprar lo mas posible lo hecho en México, como en un tiempo se promovió.
En diciembre pasado, después de muchos años, decidí que debía cumplir mis escritos de que iría lo menos posible a Estados Unidos. Que me extrañaran las aerolíneas American Airlines, United-Continental y Delta, así como los restaurantes y negocios del Riverwalk de San Antonio.
Pero sobre todo, y lo escribo con nostalgia, mientras esté Trump de presidente me ahorrará en viajar a Nueva York; ver sus rascacielos adornados de Navidad y caminar sin ver el reloj en esa imponente jungla de cemento.
Porque desde hace más de una década que visité la Gran Manzana por vez primera, se convirtió en uno de los lugares favoritos para pasar unos diez días entre temperaturas polares, nevadas y paisajes blancos dignos de película en el Central Park.
Si bien en verano descanso con la familia en Cancún o la Riviera Maya, algunos complejos hoteleros te aislan del verdadero México. Y debo admitir que en esa época Estados Unidos no era mi destino: entre el calor allá y calor acá, prefería mitigarlo con una cerveza en un todo incluido.
Desde hace años la Ciudad de México se convirtió en uno de los destinos favoritos, sin importar la altura, el smog y el tremendo congestionamiento vehicular. Hay hoteles básicos a una cuadra del Zócalo que por una pareja pagas entre 300 y 550 pesos la noche. ¡Nunca en Nueva York! donde pagas, si vas en plan vasto, pero en dólares. Yo nunca cometí esa locura.
Ojalá quienes por años nos acostumbramos a convertir nuestros pesos en la moneda estadounidense y ayudamos a los vecinos del norte a salir de severas crisis económicas -la última hace no menos de diez años-, le metamos dignidad y orgullo mexicano pero de verdad.
Acepto que todavía con el dólar a 22 pesos hay ofertas en McAllen, Laredo o Brownsville. Y pongo como ejemplo una escalera que en diciembre ocupaba para subir a los clósets; fui a Soriana de Reynosa para saber el precio de una: 650 pesos y estuve a punto de comprarla, pero en Target me costaba 200 pesos menos. La opción que tomé se podrán imaginar cuál fue.
Es en este punto donde los fabricantes y empresarios del país deberían de reducir sus ganancias y beneficiar a la economía familiar, porque si en esa escalera el ahorro que tuve fue significativo, hay otros productos donde el margen de ganancia es superior en perjuicio de los compradores mexicanos.
Quizá alguna vez alguien me pueda evidenciar con una foto paseando por McAllen y decir que mucho “bla, bla, bla…”, que caí en la tentación de regresar a Estados Unidos de shopping. Y que todo lo que escribí en el tema anti-Trump fue como darles a mis lectores “atole con el dedo”.
A ellos quiero decirles que tengo un bebé de un año que nació en Mission, Texas, junto a McAllen. No porque “quiero que algún día me pida”. Esa frasecita, lo sabe mi esposa, me repatea el hígado.
Bebé Héctor Hugo tiene la doble nacionalidad. Sus dos pasaportes los sacamos casi al mismo tiempo, como sus actas de nacimiento estadounidense y mexicana.
Decidimos que naciera allá en tiempos de Barack Obama. Porque de haber sabido que llegaría al poder un desquiciado que odia a los mexicanos jamás, jamás, jamás hubiéramos tomado esa decisión.
Ni antimexicanos, ni antipatriotas somos. Sino todo lo contrario.