Nunca me he considerado un experto en nada, pero si de algo estoy seguro –apelando a la lógica y a lo que mis ojos vieron– es que en días pasados en Tamaulipas se tomaron decisiones claves que evitaron una catástrofe por inundaciones en Reynosa, Río Bravo, Valle Hermoso y Matamoros.
Tampoco hay que ser un sabio para deducir que en Nuevo León, después del huracán Gilberto, en 1988, algunos gobernantes del PRI y del PAN se llenaron los bolsillos de millones de pesos al permitir la urbanización del río Santa Catarina en contubernio con empresas privadas, sindicatos y particulares.
La alerta no ha terminado en Tamaulipas por el crecimiento del río Bravo que anegó campos agrícolas. Y se habla que vendría lo peor, sobre todo en el sector agrícola y de comunicaciones terrestres, cuando se haga el inevitable recuento de los daños.
En un recorrido que hice con mi compañero de Hora Cero, José Manuel Meza, por la autopista Reynosa-Matamoros, me di cuenta de que los cortes a la carpeta asfáltica que se hicieron entre los kilómetros 53 y 57 seguramente fueron determinantes para salvar la vida de personas y reducir los daños materiales ocasionados por la crecida del río Bravo.
Una vez que el huracán Álex se exprimió en la Sierra Madre Oriental de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, entre el 1 y 2 de julio pasado, los niveles de los ríos, arroyos y presas crecieron desmesuradamente afectando manchas urbanas, campos agrícolas y ganaderos, y matado a cerca de 30 personas en las tres entidades.
Se acusa a la Comisión Nacional del Agua (CNA) de cometer varios errores, entre el más grave, de no vaciar las presas antes del inicio de la época de huracanes, por lo cual sus niveles han inundado poblaciones rurales y puesto en alerta a las ciudades fronterizas en las márgenes del río Bravo, desde Anáhuac, Nuevo León, hasta Matamoros, Tamaulipas.
En otro periplo, Hora Cero fue y regresó hasta Anáhuac con los helicópteros de Protección Civil de Nuevo León, visitando ejidos que -hasta el miércoles 14 de julio- todavía no veían la ayuda a los damnificados de los gobiernos federales, estatales y locales.
Su ausencia no se debía a desorganización oficial, todo lo contrario. Desde las primeras horas de la contingencia ocasionada por Álex, las autoridades de Nuevo León y Tamaulipas reaccionaron: abrieron albergues y desplazaron personas de zonas en riesgo a tierra firme. Pero lo peor estaba por venir.
Cuando supo de que las presas en Coahuila y Nuevo León estaban hasta el tope, el gobernador tamaulipeco, Eugenio Hernández Flores, se adelantaba y acusó a la CNA de los daños que podría causar el desbordamiento del río Bravo cuando las compuertas se abrieran y sus aguas tomaran cauce hacia el Golfo de México.
La crecida del Bravo era inevitable con las presas sobrepasadas en su capacidad y con el riesgo de reventar, por lo cual fue necesario que las autoridades sonaran las alertas desde Nuevo Laredo hasta Matamoros.
Una medida tomada el lunes 5 de julio fue cortar, en varios tramos, la autopista de cuota que conecta a Matamoros con Reynosa, porque el río Bravo está a cerca de kilómetro y medio y se pronosticaba que, de no abrir esas zanjas para que corriera el agua, entonces habría serias inundaciones en las ciudades río arriba.
Sin esos cortes en la autopista y en otras carreteras de Valle Hermoso, la lógica es que millones y millones de metros cúbicos de agua iban a inundar las ciudades… y esa hubiera sido otra lamentable historia.
Según las primeras estimaciones en Tamaulipas, 180 mil hectáreas de siembras de sorgo, maíz, frijol y ocra (bombó) están anegados por el desbordamiento del río Bravo, provocando pérdidas millonarias aún sin precisar en ese sector.
También se cortó la circulación que conecta al turístico poblado de Progreso (que pertenece al municipio de Río Bravo) con la carretera libre Reynosa-Matamoros. El espectáculo es indescriptible. A 10 kilómetros –según el letrero– de llegar al puente internacional, las aguas ya inundaron campos agrícolas, rancherías y torres que extraen gas natural de la Cuenca de Burgos.
Y falta cuantificar los daños en la zona agrícola y ganadera de Anáhuac, donde las lágrimas de los agricultores caen y se confunden en terrenos todavía lodosos, pues perdieron todas sus cosechas, sus vacas, borregos y cabras.
La resurrección de los ríos Santa Catarina, en Nuevo León, y de Bravo, en la franja fronteriza de Tamaulipas, es un recordatorio a la ambición y negligencia humana de que la naturaleza es generosa cuando permanece inalterable, pero cuando se violenta es implacable.