En el México actual, tristemente las noticias que nos inundan están en su mayoría cargadas de antivalores; situaciones que para los chavos de las nuevas generaciones pueden considerarse “normales”, vaya, como parte de la vida misma.
Noticias en las que cientos de pobladores de una población del centro de la República salen a perder la vida, motivados solamente por el hecho de poder ganarse unos pesos mediante la “ordeña” de poliductos de combustible, sin preocuparles la doble tragedia que viven: por un lado cometer un delito y por el otro poner en riesgo su vida y la de sus familiares.
Imágenes donde los pobladores de una comunidad en la frontera con los Estados Unidos cruzan una autopista de alta velocidad para quedarse con la carga de electrodomésticos transportada por una unidad accidentada. Personas que más que buscar ayudar a los ocupantes del camión y velar por su integridad física, se dedican al saqueo de la mercancía.
Grandes grupos de vecinos que instantes después de que una unidad que transportaba cerveza fuera embestida por el ferrocarril, buscan afanosamente sacar las cajas de la bebida, sin asomarse siquiera a la cabina del tractocamión y auxiliar al conductor.
Mexicanos abusivos que aprovechan cualquier espacio disponible para evitar las largas colas en las gasolineras, igual que en el tráfico vial cotidiano, como lo hacen también en los establecimientos comerciales.
Total, en un México en que la impunidad sigue siendo la premisa válida, los ejemplos de los abusos cometidos por nosotros mismos, contra nuestros propios semejantes, hacen parecer a muchos políticos como unos auténticos “angelitos”.
Sin duda alguna que en estos tiempos, aquella famosa expresión popular que asegura que “el pueblo tiene el gobierno que se merece” cobra mayor vigencia; ya que después de todo, nuestros gobernantes son como nosotros, ni más ni menos.
¿A poco piensa que por el sólo hecho de ser gobernador, alcalde, diputado o regidor, aquellos ciudadanos que siempre fueron gandallas antes de detentar el poder público se convertirán en querubines?
La cultura de la legalidad crecerá siempre y cuando sea paralela a la erradicación de la corrupción e impunidad de la sociedad en general y no solamente en el sector público; la verdad que creer otra cosa es como pensar que Santa Claus existe.
Simplemente, como lo afirmó en días pasados Andrés Manuel López Obrador, “Todos los presidentes estaban enterados de los negocios grandotes, de los negocios que generaban corrupción”.
Nadie tiene la menor duda que los gobernantes están inmersos en unas arraigadas redes de corrupción, al ser totalmente responsables, ya sea por comisión u omisión; y mientras la apatía ciudadana siga en boga, mucho mejor para ellos al no tener ningún tipo de presión y sigan beneficiándose de los riesgos “tolerables” en la función pública.
¿Pero con qué cara un ciudadano que le ofrece un “moche” a un agente vial con tal de no ser infraccionado, a pesar de haber cometido una falta al Reglamento de Tránsito, podrá criticarlo?
A los mexicanos de norte del país siempre les llama la atención la “transformación” que sufrimos al momento en que pisamos los Estados Unidos.
Automáticamente nos “domesticamos”, respetamos las señales de tránsito, no tiramos basura en las calles, hacemos filas correctamente, en los centros comerciales no invadimos los espacios peatonales, no se diga los cajones de minusválidos, vaya, ni siquiera nos pasa por la cabeza abrir una lata de cerveza mientras conducimos, sin importar el calor que haga.
Sin duda que somos los mismos seres humanos en ambos lados de la frontera, es más, muchos de los ahora ciudadanos americanos son hasta nuestros familiares; entonces:¿qué influye en nosotros para respetar la ley en Estados Unidos y no hacerlo en nuestro propio México?
Obviamente una transformación social y cívica para dejar de una vez por todas que aquella famosa frase de que: “en México, el que no transa no avanza” quedó en el pasado.
Y aunque parezcan comentarios de una sesión motivadora en cualquier seminario empresarial ¡claro que podemos!