La eliminación de la Selección Mexicana en este Mundial de Qatar 2022 no se fraguó con una seguidilla de malos resultados en la fase grupos. Se gestó desde mucho antes, luego de años de falta de planeación, lo que incluye ensayos con equipos de írrita categoría y la nula formación de nuevos valores.
Al rescoldar lo que queda del incendio, se pueden encontrar algunas pistas del origen del fuego. El análisis de las cenizas tal vez arroje respuestas frente a las interrogantes que se plantean, una y otra vez, los aficionados que siguen las progresiones del equipo tricolor, y que ahora enfrentan una eliminación prematura, aunque muy esperada.
En nuestro futbol la realidad es aburrida, pero incontrovertible. Es muy difícil enfrentar una competencia tan demandante como una Copa del Mundo con cachorros que apenas han sido destetados. Hay un serio problema, como país, cuando llevas como relevos en el ataque al Piojo Alvarado, a Uriel Antuna o Rogelio Funes Mori. Si se colocan en una licuadora no arman un solo Cuauhtémoc Blanco, ya no digamos, acaso, un Irving Lozano o un Alexis Vega que, debemos decir, tampoco se han aproximado nunca a una categoría Romario.
México debuta con decoro ante Polonia en la justa asiática. No perdió y con eso ya se dio un pequeño pase hacia adelante. Hubo suma de puntos o, mejor dicho, de un punto. Ya es algo. Hay un consuelo porque la zaga nulificó a Robert Lewandowski, el más letal asesino de Europa del este, que en esta ocasión erró, además, un penal que contuvo Memo Ochoa.
Después ocurre el descalabro esperado. Mejor ahora que más adelante. Argentina jugando a medio gas, le gana a México con el peso de la historia, con el relumbrón de su impresionante camisa de franjas blancas y celestes. Lio Messi no da mucho, pero lo suficiente para anotar una y dar una asistencia. México no pudo reponerse al jab seco en la mandíbula. Anímicamente, con el primer gol los pamperos descoyunturaron a los aztecas, que ya jadeaban agónicos, corriendo como liebres en pánico, detrás de la pelota.
En la tercera jornada, cuando el tren de la calificación se alejaba, México quería subir al último vagón. El Tri no se agrandó ante el Reino de Arabia Saudita. Lo que ocurrió fue que se midió con un equipo pequeño que venía dar la campanada de su historia al vencer, sin muchos argumentos, a una desconcertada a Argentina que falló una y otra vez y se convirtió en una máquina repetidora de fueras de juego.
Contra México, los árabes se hicieron más pequeños aún, y dieron oportunidad de que el conjunto del Tata Martino se viera como un titán. La ilusión óptica hizo que un gran sector de la fanaticada se animara, con delirios de una posible calificación. Si se le piden milagros a la Virgen de Guadalupe, se encienden veladoras para San José y San Juditas en espera de concesiones celestiales, por qué no se puede pedir que la fatalidad se vaya y que las gracias del cielo nos echen una mano. Es cuestión de que se les demande auxilio con fervor, gritando ¡Sí se puede! No hay otro recurso, más que el que apelar a la fe, para que metan a los árabes los goles que no se pudieron cuajar contra los equipos grandes.
Entonces México comienza a desgranar su mazorca y anotan Henry Martín y Luis Chávez, que activan lo más patético que tenemos como la nación que cree que todo se puede con fuerza de voluntad que, con solo desearlo, puede subir el Kilimanjaro cargando una resaca. Como somos la raza de bronce, que animamos las fiestas en el extranjero, los mexican curious que echa picante en las celebraciones, tal vez por ello se puede dar que nos enrachemos, y que le demos una santa goleada a los hijos de su sultana progenitora.
Pero ni las piernas ni la preparación, ni el talento, ni los genes dan para más. Octavio Paz, Rosario Castellanos, José Clemente Orozco, Remedios Varo, Pedro Ramírez, Amalia Hernández, Jorge Negrete, Frida Khalo, Rafael Coronel, todos ellos han desparramado sus dones sobre el mundo porque supieron desarrollar sus aptitudes, se prepararon, hicieron ensayos y repeticiones al mil, para alcanzar su meseta olímpica, a la que accedieron como próceres de sus disciplinas. Todos ellos fueron,, como decía Herman Hesse, esa copa de champaña burbujeante que se derramaba porque no podía contener sus espléndidas espumas.
Pero su magia era individual. No se le puede pedir a los integrantes de un combinado mexicano de futbol que se encarame en las cumbres de los dioses con esa pobrísima exhibición de habilidades y ese desconcierto de trabajo colectivo paupérrimo, que los hizo ver como una nación sobajada, descendientes del Imperio Español que, medio milenio después, ha demostrado su fracaso, al parir naciones mediocres, a diferencia de los Ingleses que han prohijado dinastías que pueden tomar asiento en el Grupo de los 7, y que retozan en la prosperidad.
Al final México quedó varado en fase de grupos, tercer sitio del Grupo C. Da un poquito de pena quedar eliminados en una justa de 32 donde, en una primera etapa se eliminan la mitad de los competidores. Hay un descomunal 50% de posibilidades de avanzar, y ni así se pudo superar esa barrera de inicio. Peor aún, el equipo tricolor resulta en el sitio 22 de toda la nómina de naciones que estuvieron en el arrancadero
Esperamos cuatro años para tener que beber ese potaje amargoso.
Ya se aproxima el 2026. Habrá Mundial organizado por tres países, por vez primera en la historia. Quedarán calificados los anfitriones México, Estados Unidos y Canadá, unidos por el T-MEC y por el balón. Se estrenará un formato nuevo de 48 equipos, con 16 grupos de tres, para que avancen los dos mejores de cada pelotón, y hacer eliminación directa, a partir de octavos de final.
El Tri seguirá con su misma medianía. Por lo que se ve, nada cambiará. La justa será un éxito comercial y la Selección basará sus esperanzas más en la fe que en el talento, como siempre.