A Enrique Peña Nieto le duelen las infamias contra el PRI, pero más le duele la verdad traslúcida de su mala fama de fraudes, corrupción y abusos de poder desde su fundación con el nombre de Partido Nacional Revolucionario en 1929, gracias a las buenas artes políticas de un verdadero bandido que supo explotar el sistema en su momento y dejó una herencia millonaria de bienes pero no de valores morales a sus herederos: Plutarco Elías Calles. Fue tan posesivo con el poder, que el presidente Lázaro Cárdenas lo debió expulsar de México para quitarle fuerza a su Maximato.
Le duele a Peña Nieto aquella frase histórica de Carlos Hank González, el patrono del grupo Atlacomulco, al que él pertenece: “Un político pobre, es un pobre político”. Y también la de otro barbaján que gobernó San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos, a quien le recomendaban ver lo moral y no sólo lo legal de sus actos: “La moral no vale para una chingada, porque es un árbol que da moras”. Pero le retumba a don Enrique en el cerebro mucho más la expresión “dictadura perfecta” del laureado escritor Mario Vargas Llosa al referirse hace años a nuestro sistema político, debido a los atracos del PRI en las urnas durante todo el siglo pasado.
Por esa imagen pendenciera del partido-gobierno, que creció con los años cuando ya adoptó su actual nombre en 1946, Peña Nieto prometió en 2012 un “nuevo” PRI y puso como ejemplo de gobernantes honestos a sus amigos Javier Duarte de Ochoa, de Veracruz; Beto Borge, de Quintana Roo; y César Duarte, de Chihuahua (le faltó nombrar a Rodrigo Medina, de NL, el sobrino de Carlos Salinas de Gortari). Pero para su mala suerte, no le atinó a su presunción, y ahora vemos la clase de pillos que eran, según los calificativos de quienes los acusan por delitos de suma gravedad.
Así las cosas, ¿cómo quiere nuestro señor presidente que no se revivan las fechorías que el PRI carga en sus alforjas y que sorprenden a muchos jóvenes porque apenas las pueden creer? La historia es fiel al hablar del presidencialismo y su “línea”, que es una auténtica bofetada contra la democracia, cuyo peor escenario se completaba con la organización amañada de las elecciones pues no había IFE ni INE o algo parecido y el gobierno era juez y parte del proceso, de modo que sus triunfos se cantaban con mucha anticipación por el líder sempiterno de la CTM, Fidel Velázquez, y el voto del pueblo era pisoteado descaradamente.
Esa “línea” presidencial era la que elegía, por “dedazo”, candidatos para todo y convertía al PRI en una agencia de colocaciones en cualquier nivel de gobierno, de modo que no había ideología que valiera ni principios doctrinarios a seguir, sino la cercanía con el dueño de la “línea” o con sus operadores de más confianza en cualquier rincón de México.
Como el sufragio efectivo, también la división de poderes era una farsa, pues el legislativo y el judicial estaban sumisos al ejecutivo, por ese presidencialismo tan dañino que justificaba el nombre de “tlatoani” del primer mandatario de la nación, cuya prepotencia era manifiesta en todos los órdenes del sistema, no solamente para mandar a sus peleles sino para robar y llenar de lujos a las amantes.
Los medios de comunicación de masas, salvo rarísimas excepciones, se prestaban para el lavado de cerebro a fin de convertir en convicción y aceptación un cúmulo de tropelías que hoy calificamos de alarmantes e inexplicables, y por eso en las elecciones no podían faltar el “tamaleo” electoral, la lista de muertos empadronados para votar por el PRI, los porros golpeadores de la CTM y la CROC para amenazar a los adversarios políticos, los “embarazos” de urnas, los robos de éstas sin importar la presencia de los votantes, los “carruseles” en las casillas, el conteo de sufragios siempre a favor del “partidazo” y el reparto de migajas a sus partidos satélites como el PARM y el solferino PSUM, con tal de humillar al PAN, calificado como cristero e inepto.
Los rateros de cuello blanco gozaban de impunidad absoluta, y quien accedía al poder y no se llevaba su tajada al final de su mandato era un imbécil que no sabía para qué había sido “palomeado” por el PRI, pues no se trataba solamente de desviar recursos para el partido tricolor, sino para salir de pobre o hacerse más rico.
Así es que Peña Nieto dijo “ya basta”, cansado del hartazgo que el PRI causó en el electorado de fines de siglo 20 y que le hizo finalmente reconocer que había perdido la presidencia de la República en el año 2000. Y prometió un nuevo PRI en el 2012. Pero la desilusión no tardó en llegar porque la reproducción del viejo PRI salta a la vista con los Tomás Yarrington, los Duarte (Javier y César), los Beto Borge, los Moreira (Humberto, ya expriista, y Rubén), los Eugenio Hernández, los Rodrigo Medina de la Cruz, y muchos etcéteras.
Es cierto que ya no actúa el PRI con el primitivismo político de antes y que hay instituciones serias por el despertar ciudadano y los desamarres de la prensa, pero desafortunadamente ni con los gobiernos del PAN, del PRD y otros se ha terminado la corrupción y la impunidad, o se ha llegado a una completa rendición de cuentas. Para colmo, con la alternancia en el poder muchos oportunistas se fueron del PRI a otros partidos o se volvieron dizque independientes, pero a la hora del servicio público no han dejado de lucir el priismo que llevan muy adentro, arraigado en su corazón. Y también sobran los que creíamos políticos “puros” de otros institutos políticos, pero han terminado por beber la contaminación del viejo PRI.
No. El PRI ya no tiene la imagen de los trogloditas de hace décadas. Pero de “nuevo” no puede presumir ningún valor moral.