S
i a mis 80 años de edad, en el Mundial del 26 alguien me ofreciera reportear de tiempo completo la mayoría de los 80 partidos, seguramente no se decepcionaría por mi pasión por el periodismo y mi afición viajera. Oiga usted, ir y venir de Toronto a San Francisco o Los Ángeles, Houston, Dallas y Atlanta, es un banquetazo como para decir que este trabajo no es trabajo sino premio de la vida. Estar en Vancouver y Nueva York para cubrir todas las incidencias y ambiente de los juegos que ahí se celebrará, es para sentirse bendecido de ser tomado en cuenta en tan afortunada página de la historia deportiva. Pero no hay como vivir intensamente las correrías que representa una justa de éstas en tu propio país. No hay como pulsar la emotividad de la gente en torno a este suceso que hace repercutir el nombre de México en todo el mundo: por sus tres estadios elegidos, sí, pero sobre todo por lo que representa la marca en muchos órdenes de la globalización.
Así es que esperemos estar listos y seguir disfrutando las ocasiones que le dan más vida a los años, sin importar cuántos sean. Vean ustedes que nuestro colega argentino Enrique Macaya Márquez está a punto de cubrir un Mundial más en Qatar, después de haber estado en el primero en Suecia en 1958. Declarado “Personalidad Destacada del Periodismo Deportivo de la ciudad de Buenos Aires”, aún tiene cuerda en su labor informativa y no hay por qué no aplaudir su récord de haber cubierto más Copas del Mundo que él. ¿Los años? !Bah! Es un reto, desde luego, frente a la energía de las nuevas generaciones de periodistas, pero es un plus el cúmulo de experiencias que sirven para contrastar las épocas, el paso de las transformaciones obligadas, el contexto histórico y la lista de nombres de muchos protagonistas que son referente obligado en los apuntes de hoy, pues lo que éstos hicieron ayer tiene sentido y trascendencia.
México ya reclama la puntualización de su hazaña al confirmarse que el Estadio Azteca será el único en ser sede de tres Mundiales. No es poco el mérito, obviamente, si revisamos lo sucedido en 1970 y en 1986, cuando la suerte nos benefició al renunciar Colombia a la celebración de la fiesta por los problemas de inseguridad que le azotaban. Pero si en el 26 vuelve a ser escenario inaugural de una Copa del Mundo, creemos que será muy difícil llegarle a esa marca. Y más si la Federación Mexicana de Futbol sigue peleando para que eso ocurra y la FIFA autoriza tres partidos inaugurales: en el coloso de Santa Úrsula, en el Sofi Stadium de Los Ángeles y en Toronto o Vancouver. La pelea está cerrada porque Nueva York quiere parte de este pastel desde el arranque de las competencias, aunque su designación para la Finalísima tiene el propósito de hacer llegar la transmisión diáfanamente a Europa.
Es obvio que muchos de los políticos que hoy aplauden desde el poder este timbrazo deportivo en México, ya no tendrán las luces de la información y de la publicidad en el 26, empezando por el presidente López Obrador, pero uno de los que se siente su sucesor, Marcelo Ebrard, está acaparando reflectores muy oportunamente en el Mundial de Qatar, como activo Secretario de Relaciones Exteriores, y en su afán por ganar la carrera sucesoria ha tenido la ocurrencia de cantar un tiro al destino, sugiriendo que la capital mexicana se apunte para organizar los Juegos Olímpicos en el 36. Una buena puntada, pues no hay ni un asomo de posibilidad, sabiendo que la anticipación con que trabaja el COI este tipo de decisiones tiene muy adelantadas a verdaderas potencias de Europa y otros continentes. Por ejemplo, a Madrid se le ha caído este sueño tres veces.
Bueno, pero Marcelo sabe que cualquier cosa de éstas que diga o haga, llama la atención y su nombre repiquetea en el tablero político. Y lo mismo ocurre con otros de sus colegas que le sacan raja propagandísticas a todo lo que les permita llevar agua a su molino. Aunque ya no estén en Guadalupe, N. L. la hoy alcaldesa Cristina Díaz, por ejemplo. Y también sabrá Dios cuántas personas ya hayamos dejado de respirar de aquí al 26 y no seamos testigos de la efervescencia de un Mundial que está llamado a romper el récord de asistencia a los estadios; récord que hoy ostenta la organización del 1994 en Estados Unidos, con tres millones 587 mil 538 asistentes, según datos de la FIFA. E, igualmente, se elevarán los números de la recaudación por tratarse ahora de 80 partidos y con escenarios repletos en la Unión Americana, especialmente ante la euforia de los mexiconorteamericanos y los nuevos aficionados que ha ido cosechan la liga del otro lado del Río Bravo, poco a poco, pero con contundencia. No habrá fiesta en el Rose Bowl de Los Ángeles, como en el 94, pero ahí la modernidad latiendo en el Sofi como para saber la razón de la eliminación de la sede pomposa que fue el Rose Bowl en aquellos días.
Por último a México le cayó bien la fecha del 26, que encuadra con un aniversario más del Mundial de 1986 para tomarse en cuenta sin singular nostalgia. Y a mí me viene al dedillo, porque ahí estuve yo recorriendo canchas de nuestro territorio nacional. ¿Y en el 26 por qué no? ¿Alguien me quiere acreditar desde hoy con gafete oficial? No salgo caro y espero todavía servir, aunque las nuevas tecnologías me exigen más que a los chavitos que nacieron con un chip especial en el cerebro. ¡A sus órdenes, jefe!… ϖ