
En Europa, el mes de agosto es tradicionalmente un mes de vacaciones en familia. De hecho, el 15 de agosto es un día feriado en muchos países, y es cuando algunos de los más afortunados que – todavía – tienen un empleo gozan de viajes; mientras los que luchan contra la dura crisis económica se conforman con disfrutar del clima generalmente muy caliente y más soleado que los otros meses del año. Por consiguiente, se trata de un mes “especial”; de desaceleración de la actividad económica, de semireceso de las actividades políticas ordinarias, de la administración pública y de todas las escuelas. Y es para aprovechar esta temporada de relativa relajación y de desmovilización general que escogen por lo regular los gobiernos para poner suavemente sobre la mesa algunos de los temas más polémicos.
Así es como ahorita se lanzó en Francia el debate sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, promesa electoral del entonces candidato F. Hollande, y tema de discusiones recurrentes en nuestro México, aunque la cuestión no ocupe necesariamente las portadas de los periódicos nacionales. De hecho, ¿quién notó la noticia de la primera separación legal de una pareja homosexual casada desde hace dos años y medio en el Distrito Federal? Opacada por el conflicto postelectoral, pasó un poco desapercibida la nota y se podría argumentar – con cierta razón – que hay crisis económica aguda, que el asunto de la violencia es inaplazable, que urge resolver el conflicto postelectoral (…); en fin, que hay problemas más urgentes, pero tarde o temprano México tendrá que enfrentar el ineluctable debate del matrimonio entre personas del mismo sexo. No que no lo haya habido cuando el DF lo adoptó, pero una decisión que cambiaría la realidad de millones de personas en todo el país requiere un verdadero debate (sino es que de un consenso) a nivel nacional, y de nada sirve “sacarle la vuelta” como lo hicieron desde hace muchos años la mayoría de los políticos que razonan únicamente en términos de ganancia/costo político en caso de adoptar una posición clara sobre el tema.
Abordar la pregunta de frente en los foros de expresión pública, los medios de comunicación, las universidades, las iglesias (…), tal como se ha hecho en Europa, sería un acto ciudadano responsable de un país cuyo futuro también comparten, eventualmente sufren y deciden los homosexuales. Del mismo modo, demostraría la calidad de la democracia mexicana, reconociéndole a una de sus principales minorías el derecho… a debatir, por lo menos; especialmente cuando el resto del mundo occidental está actuando al respecto, sea permitiendo (como Canadá, Suiza, Reino Unido, Alemania, España, Finlandia, Bélgica…) o prohibiendo (como Italia, Polonia, Rumania, Malta, Letonia…) la unión civil o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Asimismo, la Comisión Europea, principal organismo de la Unión Europea, está trabajando sobre una precisión legislativa al respecto. Francia, Albania y Grecia están en pleno debate. Suecia y Dinamarca van saliendo de la discusión… Esto para Europa. En EE.UU., Obama ya calentó la campaña electoral apoyando el matrimonio gay (actualmente legal en varios estados del país), y en Latinoamérica existen uniones civiles en Uruguay, Colombia y Brasil, mientras el matrimonio está abierto a todos en Argentina.
Urge un debate nacional abierto, respetuoso y maduro en el que cada ciudadano pudiera usar su libre opinión para expresarse, insubordinado a cualquier tutela paternalista ideológica o mística. Son muchos los temas para debatir: desde la definición del matrimonio (institución que preexistía a los estados y al catolicismo) hasta la legitimidad de la unión de dos personas sin importar su sexo y del reconocimiento social del amor homosexual. Tal vez no se llegaría a un acuerdo o un consenso, pero por lo menos permitiría disipar ciertas creencias arcaicas provocadas por lo desconocido (como la prodigiosamente ignorante asimilación entre homosexualidad y pedofilia).