
Es lamentable que, con o sin Mundial de Futbol, este deporte siga siendo en nuestro país un generador de odio sin respetar sexos o edades. Y como pésimo ejemplo fue la niña mexicana que, con guitarra en mano, subió a Youtube un video donde canta una sarta de estupideces después de la derrota del Tricolor ante Holanda.
Injusta o no la eliminación azteca de la Copa de Brasil 2014 frente a los europeos, las frases xenofóbicas en contra de los holandeses “putos” y “que chinguen a su madre” -que pronunciaba la entonada puberta en la canción-, confirmó que somos una nación intolerante.
En los días posteriores a la caída de la selección mexicana con un penalti dudoso, hice el ejercicio de ponerme la vistosa playera de Holanda que tengo desde hace cuatro años, y pasear por los centros comerciales de Monterrey para percibir la reacción los aficionados.
Para empezar me sentí un bicho raro, objeto de miradas de gente de todas las edades que parecía estaban viendo a un extraterrestre, y en ocasiones detecté personas que hacían comentarios a mi espalda. No lo niego, a como estaba todavía el luto nacional, no descarté que alguien viniera a fastidiarme.
Me considero un mexicano que gusta del futbol sin importar el color del jersey. El domingo del partido de octavos de final contra Holanda, imploré al cielo para que México pasara a la siguiente ronda, a jugar el ansiado quinto partido, luego de 28 años de frustraciones.
Sin nacionalismos ni patriotismo enfermizo, me molestó que el árbitro se tragara el anzuelo con el clavado descarado de Robben, pero también no me cegué cuando agradecí al Señor que tampoco marcó un claro penalti contra México por una doble falta al mismo delantero holandés.
Vaya, tan clara fue la barrida de Rafael Márquez y Héctor Moreno para tumbar a Robben en el área grande, que Moreno terminó con una fractura que lo alejará seis meses de las canchas.
¿Acaso supimos de alguna niña del país de los tulipanes que grabó una canción tachando de casi asesinos y putos a los jugadores y a los mexicanos? Claro que no, porque en Europa todavía hay países, como Holanda, bastante civilizados y que no se toman a pecho un error arbitral, al grado de odiar a los adversarios en un deporte donde no se juegan miles de millones de dólares de ganancias económicas.
Cada cuatro años los mexicanos somos presa fácil de las televisoras -las principales ganadoras con el dinero de los aficionados-, pues nos recetan campañas de publicidad que nos taladran el cerebro a grado tal que a muchos convencieron que la selección azteca en Brasil 2014 sería campeona mundial.
Pero se nos olvida que México sigue siendo de clase C en el concierto del futbol mundial; de selecciones que son comparsa de las potencias que califican a cuartos, semifinales y a la final de una Copa Mundial.
Las privilegiadas, las de clase A, son las representaciones nacionales que antes y durante el Mundial en turno siempre están obligadas a ser campeones, y cualquier otro resultado es un fracaso: Argentina, Brasil, Alemania e Italia.
Abajo está el casillero de la clase B, con cuatro campeones mundiales y una más que ha sido tres veces subcampeona: España, Inglaterra, Uruguay, Francia y Holanda.
Y luego vienen las de clase C, como Costa de Marfil, Argelia, Polonia, México, Estados Unidos, Costa Rica -con todo y su gran Mundial que no la saca de esta categoría-, Chile, Croacia, Portugal, Ghana, Nigeria, Dinamarca, Paraguay, y un montón más que nunca han trascendido en esta justa.
Salvo gratas y gloriosas excepciones como dos títulos mundiales de la Sub17 y el oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la selección mayor llegará a Rusia 2018 como un representativo clase C.
Porque para la próxima Copa Mundial habrán pasado 32 años sin que México llegue a unos cuartos de final. Penoso ese casi tercio de siglo, sin jugar el ansiado quinto partido. La verdad aunque duela.
Y si los directivos no lo corren antes, las esperanzas estarán centradas en un pintoresco Miguel “Piojo” Herrera, el menos culpable del nuevo desencanto brasileño porque tomó las riendas de una escuadra casi eliminada.
Aspirar a subir peldaños. Salir de la clase C y alcanzar la B, seguramente pasarán muchas generaciones, y millones de aficionados de esta época ya estaremos bajo tierra.
Y aunque en estos días muchos mexicanos quieran disimularlo, hay una generación de amantes del futbol que crecieron admirando a Holanda, su juego y su uniforme color naranja.
La razón: al campeonato de Alemania 1974, México no clasificó al ser eliminado en el premundial que se llevó a cabo en Haití, después de perder en la semifinal 4-0 ante Trinidad y Tobago.
¿Entonces, después de esa vergonzosa actuación, a qué selección apoyarían los mexicanos cuando rodara el balón en el Mundial alemán?
Seguramente en 1974 la mayoría tenían como favorito a Brasil, el campeón defensor del título obtenido en México 1970.
Pero hubo una selección europea que enamoró al mundo no solamente por su juego revolucionario bautizado como “futbol total”, sino por el color de su playera.
De esa manera, “la naranja mecánica” también se ganó el aprecio de los mexicanos que habíamos quedado huérfanos por la eliminación.
Con jugadores como Cryuff, Neeskens, Rep, Van Der Kerkhof, Jansen, Geel, De Jong, Reesenbrink y el portero Jongbloed, aquella Holanda dejaría profunda huella entre quienes gustamos de este deporte sin nacionalismos enfermizos.
Definitivamente el futbol le debe a México pasar a cuartos de final en Rusia 2018 luego de 32 años, como a Holanda también le debe la Copa del Mundo. ¿Alguna duda?