Cuando fui niño -hace ya un buen tiempo-, no recuerdo por qué el América era mi equipo favorito, aunque seguramente está relacionado a Televisa, cuyos dos o tres canales eran los únicos que veíamos en casa. Me refiero de los años setenta y a una televisión blanco y negro marca Zenith.
En 1974 tenía nueve años y en nuestra casa en Matamoros, Tamaulipas, vi el Mundial de Futbol de Alemania a donde no asistió México por ser eliminado en las eliminatorias de la Concacaf.
Extrañamente me interesó la participación de las dos selecciones de Alemania, la oriental y la occidental como país sede. Y ahora entiendo mi fascinación por el tema de la Segunda Guerra Mundial y la repartición de Europa por las potencias ganadoras del conflicto, con el emblemático y vergonzoso Muro de Berlín.
Del Mundial México 70 mi mente de niño de seis años mi tiene pocas imágenes archivadas. Sólo vagamente recuerdo a unos vecinos en Torreón, Coahuila, que vendían petróleo en tambos de 200 litros en su casa sobre la cuadra de la calle Eugenio Aguirre Benavides.
Ellos tenían un televisor donde puedo asegurar me atraparon acciones de varios encuentros. Pero no puedo afirmar si vi patear el balón a Pelé, Gianni Rivera, Gerd Müller, Hugo Sotil o a Mario Velarde en el Estadio Azteca, en Ciudad Universitaria, en Puebla o en el Jalisco de Guadalajara. Es mucho pedirle a mi memoria.
Si algo nunca olvidaré es que siendo un niño aficionado de los millonarios o los azulcremas del América, como eran conocidos en los años 70, me enojaba cuando mi mamá mandaba a sus cinco hijos a la misa de doce en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Precisamente a la hora del partido.
Peor todavía era más triste que el sacerdote de apellido Castellanos que oficiaba el rito católico, por cierto de avanzada edad, daba la última bendición exactamente cuando el árbitro pitaba la finalización del encuentro de mi adorado América.
Como no había celulares ni otra manera de ver las mejores jugadas o los goles de Carlos Reinoso, Enrique Borja o del brasileño Dirceu que había brillado en el Mundial de Argentina 78, esperaba el programa Acción por el Canal 2 de Televisa que se trasmitía como a las seis de la tarde. Y nadie me movía frente a la televisión.
Pero que no perdiera el América, que en la década de los 70 sólo ganó dos títulos de Liga (70-71 y 75-76), porque en casa mis hermanos y mi mamá me echaban montón con pesadas burlas, ahora llamado bullying, hasta no contener el llanto.
Por la economía familiar limitada que teníamos, pues mi mamá Angelita era empleada del Servicio Postal Mexicano, nunca tuve una playera original del equipo, ni siquiera pirata. Si acaso en una Navidad Santa Claus me trajo un balón amarillo con el logotipo de las dos letras: C.A. (Club América).
Tampoco recuerdo si César Felipe, mi hermano mayor, me llevaba la contraria en el futbol como en otros temas de niño. Pero era bueno para la “carrilla” cuando los millonarios perdían, sobre todo con Guadalajara o Cruz Azul. Él estaba más perfilado para destacar, y lo hizo a niveles altos, en basquetbol y voleibol.
Atrás de la casa de Matamoros estaba un terreno, entre un estero y el Hospital General, donde jugando con mis amigos imitaba los vuelos y las atajadas de Francisco “Paco” Castrejón y Rafael Puente, los porteros figuras del América de esa época. Luego llegaría el argentino Héctor Miguel Zelada.
Eran otros tiempos donde apoyar a un equipo no era sinónimo de recargarte de odios enfermizos como en la actualidad. Por la televisión o sentado en un estadio cuando tuve la oportunidad de acudir a ver a Tigres o Rayados, escuchabas porras como “a la bio, a la bao, a la bim bom ba, América, América, ra ra ra”.
Todo cambió cuando el fanatismo se “europeizó” o “argentinizó” -así lo he llamado sin menosprecio de nadie-, gracias a los directivos del futbol mexicano y los dueños de los equipos, al permitir la creación de las barras como los Libres y Locos de Tigres y la Adicción de Rayados.
Sin embargo también pasó lo mismo en el América, en Pumas, en Santos, en Guadalajara, en Puebla, en Tijuana y en Pachuca, sobre todo éste último club, cuna de los violentos aficionados ultras. El reconocido periodista, catedrático y analista del futbol, José Luis Esquivel, los llama “trogloditas”.
“No solamente es lo más sano ver el futbol sin extremos. También es lo más inteligente para lograr la madurez humana y dar ejemplo de civilidad. Los trogloditas piensan y actúan de otra manera”, escribió Esquivel en Facebook antes de la final de la Concachampions entre Rayados y Tigres.
Coincido totalmente en su apreciación, aunque he sido criticado porque veo el futbol sin apasionamiento. Sí, tengo mi playera de Rayados porque nunca he negado ser un seguidor, pero jamás ofenderé a un Tigre porque perdió un Clásico, menos me voy a tirar del sexto piso si pierden.
Allá otros y sus ganas de poner en riesgo la convivencia familiar o de vecinos poniéndose los guantes. O trabajar para comprar un abono y emborracharse cada sábado. Por favor, no vale la pena. Es solamente futbol.
twitter: @hhjimenez