Uriel Antuna firmó con Tigres y los medios de México desataron sus truenos, como un tifón en altamar.
Allá en Cruz Azul, de donde venía, se dijeron sorprendidos por su salida. Sin avisar a los compañeros, vació el locker del vestidor y se escabulló en silencio. El técnico de La Máquina, en tono de decepción, reconoció que él sí sabía que el muchacho quería emigrar. Si no deseaba quedarse en La Noria, era imposible hacer que funcionara en el cuadro. El futbol exige voluntad. Los once en la cancha deben estar espiritualmente conectados y si uno solo es renuente a hacer equipo, de inmediato se percibe en la circulación del balón, el ataque, la defensa. Un solo desenchufado arruina la formación completa. Paradójicamente, los compañeros deben agradecerle que fuera sincero y que decidiera llevarse su apatía, para no afectarlos.
El gran pecado del muchacho de 27 años es haber buscado lo mejor para su persona. ¿Se le puede reprochar que prospere? Porque eso es lo que hace cualquiera, buscar mejores condiciones laborales, impulsado por un móvil pecuniario que lo lleve a recibir un cheque de mayores cantidades. Recuerdo a un compañero que era subdirector editorial de un periódico en el que trabajé hace décadas. Me decía: “Claro que quiero ganar más, como sea. Pídanme que me eche maromas y lo hago, si me dan otro pesito”.
El nacido en Durango simplemente optó por la mejor oferta. Tiene unas piernas de oro, le guste reconocerlo o no a sus detractores y malquerientes. Si los aficionados creen que no lo vale, las directivas de los quipos sí, y han desembolsado millones de dólares para tener sus servicios.
Vamos, buscar un salario mejor lo hace cualquiera y en las instancias más altas. Luis Figo, uno de los mejores jugadores del nuevo milenio pasó del Barcelona al Real Madrid, para inaugurar la época de los galácticos merengues. Fue acusado de traidor y pesetero, pero entregó excelentes números con la nueva casaca. También transitaron entre los dos archirrivales de LaLiga, Samuel Eto’o y Ronaldo Nazario, por mencionar casos recientes.
Que si besará el escudo del nuevo equipo, que había jurado amor eterno a los celestes, que si dará la espalda a la U cuando se le presente una mejor propuesta. Todo es escándalo mediático.
A Uriel le queda esperar a que se asienten las aguas. Ha pasado muchas veces y la noticia de estos movimientos que hacen ruido, remecen por unos días las redes sociales y las páginas de los diarios deportivos, pero luego desaparecen. La noticia queda para el archivo y será sacada eventualmente cuando haya oportunidad de escarnecer al atacante. Eso es lo de menos, pues todos tienen su pasado.
A él, lo que le queda hacer, es colocarse en los ojos aparejos de caballo para ver al frente. Lo que se espera es que no se distraiga con los cohetones de periodistas que lo señalan con malos adjetivos. Si se concentra, puede obtener excelentes dividendos de sus buenas condiciones. Va por los lados de la cancha y gambetea. Lo que mejor sabe hacer es desbordar y poner centros. Brilla más como pasador, por lo que los seguidores felinos no deben confundirse con sus habilidades: su fuerte son las asistencias, más que los goles. Según Wikipedia, en 231 juegos marcó 40 tantos, cifra nada impresionante, para alguien que va de la mitad de la cancha hacia adelante.
El Mago va por la consolidación. Hasta ahora es una promesa que se eterniza. Ha pasado ya por suficientes equipos: Santos, LA Galaxy, Chivas, Cruz Azul. En el Tri jugó el Mundial de Qatar 2022, la peor actuación del combinado nacional en medio siglo. Está obligado con la U a exhibir madurez y a enseñarle al mundo de qué está hecho. Basta de palabras y de griterío en la prensa. Es tiempo de verlo conducir el balón y saber si tiene piernas para jinetear sobre el éxito.