
Relataré a continuación la ocasión en que Joel Sampayo Climaco, mi guía y director en el Extra! de la Tarde, me pilló en un acto de corrupción. Y cómo resolvimos ese penoso asunto. Debo aclarar, para los desconocedores de la jerga reporteril, que cochupo es una de las muchas formas como se le llama al soborno en el oficio del periodismo.
En 1988 yo tenía 19 años y era el reportero único de la Sección de Deportes, que editaba Diana Martínez, a quien aún hoy considero mi jefa. En este tiempo, la Jefa impulsaba mucho el futbol amateur y me enviaba a los llanos a tomar fotografías de una determinada liga. Cargando mi cámara Pentax K1000 de batalla, ponía a posar a los equipos. Al goleador del partido lo ponía a dominar el balón. Captaba el momento preciso de la ejecución del penalti. Tomaba apuntes de los árbitros y hacía reportes de la jornada.
La labor era extenuante, porque implicaba andar todo el día bajo el solazo. Cubrir el futbol amateur definitivamente es una actividad de jóvenes, como yo lo era en ese tiempo. Terminaba la jornada cansado, como si hubiera corrido en tres partidos seguidos. Había satisfacción, porque llamaba mucho la atención la cámara que me colgaba en el pecho, y los jugadores y entrenadores me agradecían las fotografías. Como estrategia comercial del periódico, la cobertura de los partidos llaneros era exitosa, porque, según me decía El Apá, como le decíamos en La Redacción a Sampayo, todas las ligas de la metrópoli estaban al pendiente de las páginas llaneras.
Cubría así las Ligas de San Nicolás, El río Santa Catarina, las de Santa Catarina. Mi favorita era la Liga Municipal de Guadalupe, que se jugaba en la Ciudad de los Niños, en la colonia La Pastora. Ahí me formé como futbolista y guardaba muy buenos recuerdos de sus canchas de superficie boluda, y sus porterías milenarias de acero, que ya estaban picadas por los años.
EL PROFE
Una mañana de domingo, mientras tomaba fotos entre equipos de la Ciudad de los Niños, vi que se aproximaba hacia mí un tumulto. Un veterano de sombrero, guayabera, mezclilla y botas era seguido por chiquillos. Me dio la mano e innecesariamente se presentó: era el Profe Froylán, dueño de la Liga, a quien ya conocía desde hace años, como jugador que todavía era.
El Profe Froylán de repente se daba sus vueltas entre las canchas para ver cómo funcionaba el circuito que, en sábado y domingo funcionaba a la perfección, con sus juegos programados cada hora y con canchas llenas, desde que iniciaba la jornada, a las 7:00, hasta hasta el último cotejo, a las 17:00 horas. Él no me conocía, pero me saludó con afecto.
Me dijo que había visto las páginas que el Extra! le dedicaba a la Liga, y me lo agradeció, porque era importante resaltar los valores deportivos en saludable convivencia. Me dijo que los medios tenían muy olvidado el deporte amateur, y por eso era doblemente importante este trabajo de difusión.
Antes de despedirnos, inesperadamente sacó un billete de 5 mil pesotes y me lo colocó en la bolsa del pecho de mi camisa polo. Me lo iba a sacar, para regresárselo, pero suavemente me detuvo la mano, colocando la suya sobre la mía, que ya estaba tomando el dinero. Me pidió que no me ofendiera, que el “estímulo” era un gesto de buena voluntad y que serviría para que me refrescara, con alguna gaseosa por ahí.
El Profe se retiró y yo me quedé desconcertado. Nunca me habían dado así dinero como “gratificación” por mi trabajo.
LA CONFESIÓN
Terminé de tomar fotos y datos, y me retiré al periódico. En el camión me fui pensando en lo que había ocurrido. Lleno de dudas llegué a la sala de redacción atestada a las 16:00 horas del domingo.
Recuerdo que en el rincón del Extra! casualmente se encontraban Sampayo, que charlaba con las Dianas: Martínez, que era mi jefa de Deportes, y Alvarado, que editaba Espectáculos para el Extra! de la Mañana, o Extrita, como le decíamos, por su tamaño tabloide. También estaba Marco Castillo, trazando esquemas para las páginas de Espectáculos, pero para el Extra grande.
Sampayo me recibió animado. Quién sabe cómo le hacía para andar siempre de buenas. Llamándome por mi seudónimo de Chano del Monte, me preguntó cómo me había ido. Yo le dije que bien, pero le señalé que hubo una situación, un “incidente inesperado”. Lo dije en tal tono de gravedad que las Dianas y Marcos dejaron de lo que hacían para ponerme atención.
Le expliqué al Apá que el dueño de la Liga me había dado un estímulo, y saqué la prueba incriminadora, un billete de 5,000 con la imagen de los Niños Héroes. Me sentía como si entregara la incriminadora pistola humeante, aún oliendo a pólvora.
“¡Pero cómo, Chano!”, me dijo Sampayo con tono grave, aunque aguantando la risa. Me traté de justificar, diciéndole que el tipo me sorprendió, que no supe cómo rechazarlo.
Me explicó que eso que acababa de recibir se llamaba “cochupo”; “chayote, agregó Alvarado; “buque”, aderezó Marco.
“Es un soborno Chano, ¡un vil soborno!”, concluyó mi jefa, que ya se estaba riendo como los demás.
Sampayo me dio un fervorín sobre el pecado mortal del chayote. Me indició que a la próxima rechazara esas dádivas. Me advirtió que si recibía dinero, las fuentes no me tomarían en serio. Me dijo que él conocía muuuchos colegas que recurrían a esas prácticas, pero que no eran considerados periodistas serios.
Empequeñecido me di cuenta que la había regado, pero me quedó muy claro lo que me dijeron.
Pero quedaba un asunto por resolver, como se lo dije a Sampayo: qué debía hacer con este cochupo-chayote-buque-soborno.
“Pues láncese por las cocas”, resolvió salomónicamente El Apá. Y ahí fui caminando entre meditaciones al Super 7 de la esquina del periódico, para hacer buen uso del pecaminoso dinero.
Ahora pienso que hice efectivo el microchayote, porque disfruté la gaseosa que me propuso El Profe.
PD.
El 31 de octubre pasado. El periódico Hora Cero, de Monterrey premió a lo mejor del periodismo local. Hubo también un reconocimiento póstumo a la memoria de Sampayo, fallecido en el 2020, y me encargaron entregarlo a su viuda, la señora Dolores Tejeda. Este es el texto que leí esa noche:
Agradezco esta ocasión para expresar públicamente mi gratitud a Joel Sampayo. En vida tuve la oportunidad de decirle, en más de una ocasión, que conocerlo me cambió la vida porque él me abrió generosamente la puerta para ingresar al periodismo. A él le debo mi carrera como reportero.
Me gusta pensar que nuestro querido Reportero del Aire tenía buen ojo para reclutar gente y creo que, cuando me aceptó, cumplí con sus expectativas. Cuando yo empezaba a publicar, a mis 18 lejanos años, él se encargaba de revisar mis primeros textos y me felicitaba, diciéndome: “Muy bien Chano, cuando sea grande usted va a ser como yo”. Luego, cuando escribí mi primera columna de futbol, él me bautizó como Chano del Monte.
Le expreso, señora Dolores, y a su familia, que don Joel fue conmigo paciente y didáctico, como un guía sabio que me enseñó el camino. Fue un genio del periodismo popular y este reconocimiento es un homenaje merecido que le rinde Hora Cero.
Joel Sampayo dejó una escuela para varias generaciones de reporteros que, durante décadas, tuvimos la fortuna de estar bajo su liderazgo. Nos transmitió pasión por el oficio, y nos enseñó a desempeñarlo bien y con honestidad.
Gracias a Héctor Hugo Jiménez y a Herbierto Deándar, los jefes de Hora Cero, por permitirme entregar este reconocimiento. Le reitero, señora Dolores, mi gratitud eterna al Señor Sampayo, al que en la redacción de nuestro querido Extra! de la Tarde llamábamos El Apá.
Este artículo apareció originalmente en el portal Ruta Familiar (rutafamiliar.com)