En estos polarizados tiempos, opinar en las redes sociales, especialmente cuando se trata de algo relacionado con la política, se ha convertido en un deporte de alto riesgo.
Twitter, en especial, es la arena donde los “gladiadores cibernéticos” se trenzan en encarnizadas luchas del intelecto, donde no importa decir algo inteligente, basta con encontrar el adjetivo correcto para hacer burla del adversario.
Tristemente, a quienes nos gusta observar callados la carnicería desde el timeline, convertido en las gradas de este Circo Massimo mexicano, lamentamos que tantas neuronas sean desperdiciadas en guerritas tan inútiles como la que enfrentan en estos momentos “fifís” y “chairos”.
Nunca como ahora la sociedad mexicana había estado tan polarizada por la presencia de un inquilino del Palacio Nacional. A Andrés Manuel López Obrador y especialmente a sus postulados de cómo debe de ser este país; o se les odia o se les adora, es complicado permanecer en la medianía.
Si a eso le agregamos la presencia de las redes sociales, el coctel se vuelve explosivo, pues ahora cualquier opinión, por estúpida que sea, viajará millones de kilómetros hasta aterrizar en las pantallas de sabrá Dios cuántas personas.
Quienes gustan de este clima de encono, opinan que la “democratización de los medios”, lograda con Twitter, Facebook, Youtube e Instagram es positiva, pues las opiniones de los “librepensadores” pueden llegar a más personas sin el corrupto filtro de los medios de comunicación.
El problema es que en muchas ocasiones estas personas no tienen la preparación o la capacidad intelectual para realizar un análisis, para despojarse de sus filias y fobias antes de opinar sobre un tema de actualidad.
Es cierto, las opiniones son como el cul… (bueno, ya me entienden): todos tienen uno.
Sin embargo, para jugar al opinador o al analista se necesitan, al menos, dos gramos de cerebro.
En este tema me cargo más hacia la opinión del gran escritor italiano Umberto Eco, quien en sus ya famosas declaraciones ofrecidas al diario La Stampa dijo:
“Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”.
Hoy, gracias a las redes sociales, la comunicación ya no es horizontal, sino vertical.
El pagano puede discutirle al Papa sobre el Nuevo Testamento. El analfabeto puede cuestionar al abogado sobre procesos penales y estas batallas tan inútiles son observadas por millones de analfabetos y abogados quienes tienen la posibilidad de meterse al pleito.
Estas nuevas reglas de discusión pública y lucha electoral (porque de eso se trata todo esto, no se engañen), han provocado que las redes sociales sean sitios donde o bien te puedes ganar una fama efímera por un comentario ingenioso, o puedes perderlo todo por una opinión que no le gustó a un determinado grupo.
Víctimas ha habido en ambos bandos (después de todo estamos hablando de una guerra). Y el problema es que estas “muertes virtuales” son completamente inútiles.
Que Ladybomba o Pedro Salmerón haya perdido sus empleos o que se hayan convertido en el perro del mal del día, no ha abonado en nada en discutir de forma racional temas tan importantes sobre cómo los mexicanos debemos aprender a convivir con un gobierno con el que podemos estar o no de acuerdo, o cómo se va a analizar la historia de México, especialmente en temas tan delicados, poco estudiados y tan desconocidos como la guerra sucia.
En realidad la gente no se indigna porque tiene una opinión sensata sobre lo que éstas personas escribieron; se enojan porque el deporte nacional en este país es buscar y participar en el linchamiento del día. Son divertidos porque no nos han tocado a nosotros.
Es cierto, México no tiene la exclusividad de la perversidad en las redes sociales, la condición humana nos obliga a odiar lo que no conocemos, despreciar a los que son distintos a nosotros.
Es más, todo este escrito me está comenzando a sonar inútil, porque sé que las cosas no van a cambiar. Seguiremos ingresado al Twitter con la misma sed de sangre que lo hacían 300 mil romanos en el siglo V, cuando llegaban al Circo Massimo para gozar con la violencia de las carreras de carros.
Así que con su permiso, me retiro: necesito checar mi timeline pues ya tengo mucho que no me indigno con algo.