
Durante la campaña de Enrique Peña Nieto a la presidencia en 2012 sus adversarios del PAN quisieron tropezarlo frente a los electores argumentando: si el PRI regresa al poder habrá un pacto con los grupos del crimen organizado y México se convertiría en algo peor que un infierno.
El entonces mandatario, por cierto de regreso reciente al país, Felipe Calderón Hinojosa; a Josefina Vázquez Mota, candidata albiazul perdedora, y al dirigente nacional del partido, Gustavo Madero Muñoz, con ese discurso atrevido se jugaron el todo por el todo en su intento de ganar la elección.
México estaba en llamas en todos los rincones; los principales jefe de la criminalidad bien organizada como nunca tenían de rodillas al gobierno de Calderón Hinojosa, y los secuestros, las extorsiones, las ejecuciones masivas, los descuartizados y desapariciones de mexicanos y migrantes extranjeros eran noticias internacionales día a día.
Peor el país no podía estar. El principal temor de la clase gobernante durante los sexenios panistas de Vicente Fox Quesada y de Calderón Hinojosa no era la incontrolada y creciente escalada de la violencia, sino que al PAN se le escurría el poder entre los dedos, y con la peor arma en manos de un civil: la credencial de elector.
Por eso, las elecciones de julio de 2012 significaban una apuesta para poder cambiar el escenario y los resultados de las encuestas serias -no las de Milenio, obviamente-, reflejaban que Peña Nieto iba a ser el próximo presidente de México.
Los mexicanos apostaban a que la casi segura salida de Acción Nacional de Los Pinos apaciguaría a los grupos de narcotraficantes que se disputaban hasta el último de los territorios, como los sicarios de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, líder del Cártel de Sinaloa, que se querían apropiar de una de las manzanas de la discordia: Nuevo Laredo, Tamaulipas.
Semanas antes de los comicios de 2012 la única esperanza del PAN, de Calderón Hinojosa y de su candidata era la captura de “El Chapo”, en un intento desesperado de revertir la preferencia a favor de quien era criticado de ser un producto de la mercadotecnia de Televisa.
El ex gobernador del Estado de México se impuso con amplio margen, dejando en segunda posición a Andrés Manuel López Obrador, de la alianza de izquierda, y en tercero a Vázquez Mota.
Y llegó el 1 de diciembre de ese año. Peña Nieto se colocó la banda presidencial, terminado con un breve ayuno de apenas dos sexenios de un México sin el PRI en el poder, y la decepción era el sello que distinguía a su administración: la violencia no disminuía, al contrario, con la aparición de las llamadas autodefensas en Michoacán, la percepción es que el país estaba peor.
Si bien hubo golpes contundentes en contra de bandas de grupos en Tamaulipas y Michoacán, sobre todo con la captura de sus líderes bien rankeados por la DEA de Estados Unidos, la lucha antinarco, la inseguridad y parte del país fuera de control, distinguían al regreso del PRI a la presidencia.
La ingobernabilidad de Michoacán empezaba a preocupar a Estados Unidos y a otros gobiernos de Europa y Asia que en un futuro inmediato invertirían en el sector energético abierto a capital extranjero, pero antes Peña Nieto debería garantizarles que sus ciudadanos y capitales no estarían en peligro.
Porque ni Barack Obama ni los canadienses, ingleses, holandeses y franceses, entre las potencias interesadas en desembarcar en México con el auge petrolero, permitirían al presidente el secuestro de sus ingenieros, mucho menos que sus empresas fueron puestas a cuota por los narcotraficantes.
Por eso lo que para Calderón Hinojosa fue su carta bajo la manga para ganar la elección, para Peña Nieto era la máxima prueba de credibilidad ante el exterior: la detención de “El Chapo”.
Una acción que ha sido comparada por analistas internacionales con la muerte de Osama Bin Laden, que elevó hasta las nubes la popularidad de Obama y garantizó su permanencia en la Casa Blanca.
En la euforia de estos y las próximas semanas y meses, habrá quien proponga que se modifique las leyes y se permita la reelección del presidente.
Descartada esta posibilidad, la captura de “El Chapo” pone en los cuernos de la luna no solamente a Peña Nieto, sino al mismo PRI que le está tapando la boca a los panistas. Y mucho ayudará para las elecciones futuras a la causa tricolor.
Además de la renovación de la Cámara de Diputados, el próximo año se convocará a las urnas para relevar las gubernaturas en Colima, Querétaro, Nuevo León, San Luis Potosí y Sonora. Y habrá comicios para alcaldes y diputados locales en Campeche, Coahuila, Estado de México, Guanajuato, Distrito Federal, Hidalgo y Jalisco, Morelos y Tabasco.
Y hasta con un poco de suerte la fiesta priista puede prolongarse y ayudar a Tamaulipas en donde la percepción es que el PRI perdería en 2016 la elección a gobernador.