Es increíble que Jaime Rodríguez Calderón no le halle la cuadratura al círculo en su estrategia de comunicación después de que este político del PRI, al no ser tomado en cuenta por su partido en las elecciones pasadas, se declaró independiente y con el apodo de “El Bronco” su publicista le sacó mucho jugo a las redes sociales para obtener más de su millón de votos en la urnas.
Pero la manifiesta aprobación que obtuvo en junio pasado, para su desencanto se ha convertido en pozo de lamentaciones entre muchos que votaron por él, no solamente porque no ha cumplido las promesas más incisivas de las que se valió para convencer a los electores, sino porque ha endurecido su confrontación con los representantes de los medios masivos y ha entrado en un choque frontal con el poder legislativo local, mientras que su operador político, Manuel González, no ha sabido llevar a buen término las oportunidades de diálogo o debate que se le han presentado.
Un día sí y otro también “El Bronco” se muestra áspero con algunos temas y más si se trata de cuestionamientos de medios que le han dejado un serio resentimiento en su ánimo desde que se negaron a cubrir su campaña en pos del triunfo hace un año. Les sigue guardando rencor y en el fondo de su alma busca la ocasión propicia para desquitarse, sin darse cuenta que la opinión pública es la que está de por medio.
Y cuando el escenario se presta, igualmente, su gobierno ataca y contraataca a los diputados que no le apoyan en sus iniciativas o que requieren mayor información en las iniciativas enviadas al Congreso. Pero los legisladores cojean del mismo pie y se nota que siempre están a la espera de cualquier indicio que les pueda redituar buenos bonos en su respuesta o encrucijada comunicacional.
Sam Leith, experto en aplicación de la retórica a las cuestiones políticas de actualidad, se pregunta: ¿qué es la democracia sino la idea de que el arte de la persuasión ha de ocupar formalmente el centro del proceso político?
Así empezó aquella ciencia en el ágora ateniense, practicando el hábito de la discusión, que siempre es más que monólogos entrecruzados y que lleva a ceder para avanzar. Lo contrario no es más que descortesía e imposición.
Por eso sorprende que quien hizo gala de una sabia aplicación de las modernas redes sociales en su conquista del voto popular, no tenga ahora la clave para hacer de la comunicación cara a cara o del uso de los medios masivos, un punto de acuerdo entre aquellos con quienes les tocó convivir, le guste o no le guste. Porque lo mejor para los ciudadanos siempre será el triunfo de la civilidad y la derrota de los egos en aras del bien común.
La comunicación es tender puentes de entendimientos entre los distintos sectores de la sociedad, pero aquella empieza con la buena disposición al diálogo y con el respeto y tolerancia a la diversidad de pareceres, hasta lograr un sano consenso, anteponiendo los intereses de las mayorías a los personales.
La comunicación es transitar del yo al nosotros en el campo político, así como dar la bienvenida a la crítica constructiva y a la enmienda de los errores que trascienden a la hora de los debates públicos.