México ha vivido atrapado por la corrupción durante décadas. Desde que en 1929 Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario, que es el abuelo del PRI actual, ha habido un robadero escandaloso. A partir de entonces, prácticamente la carrera política se convirtió en una escuela de ladrones, en medio de la más inoperante impunidad. Así se concibió la mejor fórmula para saquear al país, convirtiendo el erario en un auténtico botín para gozo de sus beneficiarios, algunos de los cuales no tuvieron llenadera jamás y otros llegaron a los puestos públicos con una mano atrás y otra adelante, pero salieron convertidos en ricos de oportunidad. Este instituto político ha sido calificado por eso como corrupto y corruptor.
El desprestigio del PRI, en este orden, corre parejo con su archivo de fraudes electorales que instrumentó para favorecer a los suyos pertenecientes a sus brazos armados, que eran los sindicatos de las organizaciones afines y empresas paraestatales o universidades públicas. Por eso permaneció en el poder tanto tiempo, pero también por eso el hedor de su podredumbre lo sigue como aroma insoportable hasta nuestros días. Y sin querer queriendo, dejó el camino pavimentado y el ejemplo a seguir a los que llegaron del PAN u otros partidos y sus familias, que traicionaron la esperanza de los que, al amanecer el nuevo siglo, creyeron que los del partido albiazul enarbolaban en serio los ideales de sus fundadores y de los románticos políticos que vivieron proclamando un verdadero cambio.
Sin embargo, ningún gobierno ha sido tan castigado por la mala fama de esos abusos de poder que el de Enrique Peña Nieto. Basta revisar la lista de sus gobernadores y otros especímenes atrapados in fraganti en fraudes, robos, peculados, asociación delictuosa y delincuencia organizada. Tal robadera y escándalos de mala conducta hartaron de nuevo a los mexicanos. Y en el 2018 eso permitió la alternancia en el poder de un izquierdista que infunde vivo temor a muchos sectores de la población por su inclinación al autoritarismo y al gobierno de un solo hombre. Peor todavía, los antecedentes de priístas y panistas coludidos en el saqueo del erario y el apoyo al crimen organizado han conseguido dar pie a debates que han desembocado en la polarización de México, misma que no se sabe a dónde nos pueda llevar. Porque para unos no se trata de regresar al pasado; de ninguna manera. Pero tampoco de caer en el caos de países que parece tomar como modelo el presidente Andrés Manuel López Obrador y, sobre todo, los grupos radicales de su partido MORENA.
Lo bueno es que aún seguimos respirando los aires de la libertad de prensa y de expresión. Y le damos su valor a la alternancia que, en una democracia participativa, con elecciones libres y con un árbitro imparcial, da a los ciudadanos la oportunidad de cambiar el rumbo de las cosas y ejercer su voto de castigo cuando un gobernante ha fallado al pueblo. Pero esto no sucede si se recurre a fraudes, triquiñuelas y acarreos descarados, como los practicó durante décadas el PRI abusivo, que era “tapadera” de la corrupción y otras malas acciones de algunos gobernantes, aunque en ocasiones los pleitos “interescuadras” de este instituto político daban la apariencia de autonomía de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
La falta de alternancia durante décadas en México fue lo que permitió que la inmoralidad, podredumbre e impunidad campearan en la política en todo el territorio nacional. Y si no es por la presión de la sociedad y el hartazgo de una dictadura disfrazada, no hubiéramos llegado a una débil democracia –pero democracia al fin–, que nos ha dado verdaderos cambios en los cargos de representación popular para conocer casos tan deleznables y hediondos como los que las nuevas generaciones se están acostumbrando a ventilar públicamente.
Hoy asistimos al enjuiciamiento de figuras asquerosas del PRI, del PAN, del PRD y de otros partidos como el Verde y del Trabajo. En especial gozamos la libertad que ejercen los medios de información profesionales al investigar las trapacerías de personajes que pensaban jamás serían descubiertos y exhibidos a la luz de la prensa, de la televisión, de la radio y ahora de los sitios digitales y las redes sociales. El ex gobernador de Chihuahua, César Duarte Jacquez así lo expresó a sus colaboradores en su tiempo, asegurándoles que había conseguido que el presidente Enrique Peña Nieto y sus allegados le cubrirían las espaldas y que no le sucedería nada. Aún más: amenazó a su gente cercana si revelaba los datos que le incriminaran en su corrupción campante y hasta les asustó asegurándoles que su venganza llegaría a la familia de ellos en caso de obrar como testigos en las pesquisas oficiales.
Y lo mismo ha de haber pensado Emilio Lozoya Austin al cometer los delitos por los que hoy es procesado. Es probable que se sintiera protegido por el más alto nivel del gobierno al que le ofrecía servilmente su perversa fórmula para el saqueo del país y la comisión de los más escandalosos fraudes. Seguramente creía que la justifica jamás lo alcanzaría a él y a sus parientes que colaboraron en la trama la cual, amparados en la promesa de sus amos, parecía perfecta.
Podremos pensar que es un montaje bien armado del gobierno en turno para sacar su raja política. Podremos quejarnos de que este juicio tan especial, con la figura del “testigo colaborador”, es puro circo para distraernos de los asuntos prioritarios. Podremos sospechar que AMLO está tejiendo fino para abastecer con esta situación sus discursos electorales del 2021 y 2022. Podremos figurarnos lo que queramos, pero lo cierto es que asistimos al descubrimiento de la cloaca priísta por donde hoy se asoma el feo rostro de la corrupción de quienes no pensaban que la huella de Odebrecht los exhibiría, como ocurrió en otras naciones donde esta empresa brasileña repartió millones de dólares para conseguir contratos ventajosos, salpicando de billetes verdes a los más altos mandos del poder ejecutivo. Podemos creer lo que sea, pero si no es por la voluntad política de quien hoy despacha en el Palacio Nacional y el apoyo de sus legisladores, no tendríamos ni idea acerca de la facilidad con que alguien pudo comprar votos para sacar adelante el Pacto por México y la reforma energética última, en caso de comprobarse la acusación que se supone ha sostenido Emilio Lozoya Austin.
Así es que hay que valorar este ejercicio democrático de la alternancia en el poder. Pero no hay que ser ingenuos para pensar que solamente por ella ya terminó la corrupción en México. No. Tal es la bandera de López Obrador que enarbola a todo lo alto con gran esperanza. Pero él mismo se hace de la vista gorda en algunos casos en que los malandrines de MORENA y de la 4T caen en comportamientos indecentes, como varios de los superdelegados del gobierno federal en los estados de la república y no se diga los que con el nombre de “Servidores de la Nación” aprovechan su influencia para el conflicto de intereses. También quienes manejan los recursos de los programas sociales se han pasado de la raya en su aprovechamiento de todas las facilidades que tienen en su afán de privilegiarse primero ellos, sus familias, amigos o conocidos.
De cualquier modo, ahí tenemos a la mano la alternancia, que es el camino democrático de los ciudadanos que saben lo que ella significa para castigar el mal proceder de quienes llegan a los cargos públicos a servirse y no a servir al pueblo. A llenarse los bolsillos de dinero del erario y no a ejercer la justicia y la honestidad como se debe, tal como ocurrió con los periodistas “chayoteros” a los que los regímenes anteriores beneficiaron a manos llenas impúdicamente, y no se diga con el líder sindical Conrado García Velasco en NOTIMEX, la agencia informativa del Estado, según denuncias formales sobre su corrupción. Jamás hubiéramos sabido de todos estos enjuagues y de muchos otros si se hubieran perpetuado en el poder los partidos políticos a los que le convenía este juego de “valores”. Hasta que su rival en la arena ejecutiva se hizo de los documentos formales a fin de que la opinión pública midiera el alcance de la podredumbre en que nadaba México y sus políticos corruptos.