
A falta de pan, buenas son tortillas, dice un refrán popular que bien podríamos aplicar a nuestro torneo de futbol soccer, después del suculento banquete que disfrutamos en el Mundial de Qatar, con platillos de sobrada emoción en muchos partidos brindados por selecciones de las que no se esperaba mucho. Así es que nos llegan los primeros encuentros de la Liga MX y desafortunadamente algunos serán restringidos para las masas en la pantalla televisiva, pues ya se está haciendo costumbre que se transmitan en forma restringida por aplicación o en pago por evento. ¿Qué dicen nuestros voraces mercaderes, explotadores de la afición enfermiza del deporte más popular en nuestros días? –¡Que se aguanten los pobres o que le busquen debajo de las piedras si quieren consumir nuestro producto, porque tendrán pocos juegos a su disposición en televisión abierta!
Es la ley del capitalismo salvaje que aprovecha cada circunstancia para remarcar la desigualdad social en el terreno del entretenimiento. Y ni quién obligue a la generosidad a los jerarcas de estas empresas, porque no se trata de algo de primera necesidad, al considerársele opcional. Pero bien visto y analizado este asunto, la necesidad de esparcimiento y diversión sí es una necesidad espiritual, sobre todo después de que el deporte de masas por excelencia entre las masas va más allá de conocer los resultados de cada partido o de ponerle lupa a la actuación de los jugadores y árbitros, ya que se vuelve material de charlas familiares o de amigos y trasciende los 90 minutos de competencia en la cancha. Es un fenómenos sociológico, pues.
Así es que mientras se calienta el ambiente en esta primera semana de agarrones en distintos estadios, lo mejor es ofrecer a nuestros lectores una sabia reflexión al respecto, de parte de uno de los escritores consagrados que, entre sus obras, se ha ocupado del futbol: Eduardo Galeano. He aquí sus letras:
¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales.
En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencias sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del ‘78.
El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana; la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.
En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
Cuando el fútbol dejó de ser cosa de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.
Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo pasado, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió “este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”.