Literalmente Luis Echeverría no ha muerto. Sigue vivito y coleando. Pero si creíamos que políticamente era un cadáver, nos equivocamos, porque Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de revivirlo. El actual presidente de México tiene una enorme devoción al ex. Lo venera, lo imita, lo adula cuando se presenta la ocasión. Fue su fiel seguidor en tiempos del poderoso PRI y ahora lo trae en un relicario para lo que se ofrezca.
Por eso pensamos que si en uno de estos días Luis Echeverría se nos fuera para el otro mundo, obviamente AMLO se protegería en la sobada calidad de ex presidente para rendirle homenajes a lo largo y ancho de la república mexicana, como no lo haría con Vicente Fox y menos con Felipe Calderón, a pesar de tratarse también de expresidentes.
La memoria colectiva no le tiene gran respeto a la imagen que dejó como gobernante Luis Echeverría, pues de buenas a primeras en la década de 1970 echó a perder lo que nos había dejado el llamado “milagro mexicano” mediante un desarrollo estabilizador, con una economía bien sana y una paridad del peso frente al dólar muy significativa. Bastó que se cruzara la banda presidencial para sacar a flote su megalomanía y ansias de poder, al grado de manipular a los suyos para que lo consagraran internacionalmente como “líder del Tercer Mundo” e inclusive lo proyectaran a conseguir la Secretaría General de la ONU y un Premio Nóbel.
A quienes nos tocó en nuestra juventud pulsar los estragos de un partido hegemónico y casi único, que consintió el autoritarismo y la corrupción de Echeverría y de su sucesor José López Portillo, nos lleva a pedir perdón a las nuevas generaciones por no haber hecho lo que debíamos hacer para heredarles un mejor país, con plena libertad democrática y justicia social. La verdad es que no hicimos mucho para detener la furia individualista de este par de enfermos de poder que empezaron a empinar a México por el despeñadero de su economía y de sus principales valores. ‘
La enseñanza y experiencia de aquel México 68 se fue por la borda. Y también su secuela del “halconazo” el Jueves de Corpus de 1971. Frente a la dupla de amigos populistas nada más nos dedicamos a gritar, bien resignados, pero sin actuar a fondo. Con una política hacendaria desastrosa y el dólar que hacía de las suyas con el deslizamiento o devaluación de escándalo, fue muy poco lo que logramos para que nuestros hijos y nietos no terminaran sumidos en el desastre, según definición de Miguel de la Madrid, satisfecho cuando menos porque México no se le desmoronó en las manos durante su sexenio, de acuerdo con sus propias palabras.
Luego vendría a clavar mucho más el diente el monstruo de la corrupción y de la impunidad con los gobiernos neoliberales. No hay duda. Y el desperdicio de la democracia debe ser nuestro mayor lamento, pues simplemente seguimos teniendo los gobiernos que merecemos hasta la fecha, al entregarle todo el control de los poderes públicos a un solo individuo, a otro redentor o “mesías” de los pobres, sin investigar la herencia que nos dejó a este respecto el perverso de Luis Echeverría. Los electores de hoy, al votar con el hígado y los frutos de la indignación y el odio, no supieron medir el significado de un gobierno monárquico, del autoritarismo y la manipulación de un político que en lugar de informar, se ampara en sus datos, y no en los de la flagrante realidad para decir que “vamos muy pero muy bien” y que el crecimiento no cuenta.
No olvido yo con que desfachatez Echeverría respondía con mentiras, verdades a medias e información flagrantemente falsa, Y la memoria me tienta a comparar el estilo de AMLO al enfrentar a la prensa y darse baños de libertad en las “mañaneras”. Tengo derecho a ello y punto. Me nace identificar los mismos rasgos egocéntricos de ambos, reflejados en las reacciones piscológicas de un mismo temperamento de “mecha corta” contra los medios informativos que no le son afines. La diferencia hoy es que la inflación, el dispendio, el derroche del dinero público y los ataques a la corrupción van por otro sendero aunque no hay duda de que la política hacendaria se maneja directamente desde el Palacio Nacional y que el control de los tres poderes tiene la huella de una misma mano, que es la que hace y deshace contra los órganos autónomos, imponiendo a gente afín a López Obrador para que obedezcan sumisamente al tabasqueño.
Ojalá al paso de los años del sexenio de AMLO su verborrea o locuacidad le sirva para airear verdaderamente la libertad de prensa de la que se dice respetuosísimo, y no se harte de que los auténticos medios críticos e independientes , así como los periodistas sin compromisos políticos ni económicos, sigan ejerciendo su derecho a investigar e informar la verdad de las cosas y a cumplir su misión tan necesaria en una sociedad democrática. Para que la opinión pública distinga a esos medios y periodistas de los demás: los serviles y adocenados al poder, los que llevan a las “mañaneras” las preguntas a modo y las felicitaciones inoportunas a su amo. Como en los tiempos de Luis Echeverría, reencarnado en ya saben quien.