Una de las noticias que no dejan de resonar en las notificaciones de los teléfonos inteligentes de los ciudadanos informados de este país (sarcasmo) es que el proyecto de Margarita Zavala y Felipe Calderón (la verdad me vale gorro cómo se va a llamar), está a un paso de convertirse en partido político.
Esto quiere decir que, dentro de muy poco, los Calderón Zavala volverán a pegarse a la tibia ubre presupuestal para iniciar una carrera en pos de la presidencia de la República, donde su principal estrategia será “pegarle al Peje”.
Para como están las cosas en este país tan macuarro, no dudo que en un par de años el partido de los Calderón Zavala será mencionado por los opinadores y politólogos como una opción viable para ganar la presidencia de la República, gracias a que poco a poco, tuit a tuit, fake news tras fake news, van a ir ganando seguidores.
El terreno es fértil para esta estrategia. Lo de hoy, lo de moda, es criticar la figura presidencial… y no es porque no se lo merezca, la terquedad del presidente por ser el centro del universo ya es digna de un análisis clínico, pero esa es harina de otro costal.
Hoy que más de dos desmemoriados ven a los Calderón como opciones viables para salvar el país me viene a la mente una anécdota que me tocó vivir y que pinta de cuerpo completo al Comandante Borolas.
Era un Día del Ejército. El año no lo recuerdo, para qué les echo mentiras. El presidente de la República iba a celebrar la fecha en las instalaciones de la Séptima Zona Militar de Reynosa.
Para darle brillo al evento, la SEDENA haría la presentación en sociedad de los Plasan Sand Cats, los modernos vehículos ligeros de asalto blindados de fabricación israelí que la administración de Calderón le habría comprado por 746 millones, 825 mil 645 pesos, o sea casi 3 millones de pesos por cada uno de los 250 que adquirió.
La exhibición de las unidades fue impresionante. Los vehículos marcharon imbatibles sobre todo tipo de agrestes terrenos y, en una muestra de su poder, se abrieron paso del bloqueo que les colocaron con dos camionetas Silverado que instalaron para simular un obstáculo de un hipotético grupo delincuentes.
Calderón se mostraba satisfecho, pero no sonreía. Es más, su gesto era adusto, como enojado, pero a la vez orgulloso.
Terminó la exhibición y unos militares se acercaron al “corral” donde nos había colocado a los reporteros y camarógrafos para, amablemente, invitarnos a tomar asiento en una de las mesas donde se serviría el desayuno, no sin antes hacernos una recomendación: “dejen las cámaras aquí”.
Más de uno de mis compañeros bromeó con aquello de “¿no se irán a perder?”, pero el oficial no estaba para chistes, así que nos sentamos.
Mientras servían el huevo con jamón y frijoles (creo que eso desayunamos), miré hacia la mesa de honor, donde estaba el presidente y comprendí por qué no querían cámaras de fotos: al momento en que se servía la comida, un elemento del Estado Mayor Presidencial se acercó al mandatario y le sirvió una copa de vino tino… eran las nueve de la mañana.
El desayuno transcurrió y Calderón no sólo no probó alimento, se bebió otra copa más de vino… la marca se las debo, mi vista tampoco es de halcón.
Tiempo después estalló el escándalo, cuando Carmen Aristegui cuestionó el supuesto alcoholismo del presidente de la República… y ya todos sabemos cómo acabó esta historia.
¿Por qué digo que esta anécdota pinta de cuerpo completo a Calderón? Porque estamos hablando de un borracho (¿o cómo le llamarían a alguien que se chuta dos copas de vino tinto a las 9 de la mañana?) que gastó millones de pesos en darle gusto a los militares para poder iniciar una guerra que llenó de sangre y luto a este país.
Ese es Felipe Calderón, el principal crítico de la figura presidencial quien, si me permite el juicio de opinión, no tiene calidad moral para estar abriendo la boca.
Suerte para él que en este país no tenemos memoria y nos encanta subirnos al tren del mame en las redes sociales.