Conocí a don Juan una vez que decidí andar de novio con la Rosa María. En ese momento se acostumbraba usar radio, ella hablaba con Chapis, como le dicen de cariño, fue cuando decidí saludarlo:
– Como está don Juan, quiero pedirle permiso para andar con su hija.
– Claro que sí, solo te pido que seas un caballero.
– Sí señor, cuente con ello, yo la trataré muy bien.
De pronto cuelga pero como que, ya saben, el radio se queda encendido.
– ¿Quién es ese cabrón? Si tanto le interesa que venga y me lo diga personalmente.
Fue cuando me espanté por su recio carácter, pero al mismo tiempo le pregunté a Rosa María:
– ¿Pos dónde vive tu papá?
– En Acapulco.
– ¡Dile que vamos a visitarlo la próxima semana!
Después de pedir permiso en el periódico, acudimos al puerto, donde nos recibieron doña Rosa y don Juan, un hombre de apariencia recia, pero terco y de buen corazón.
Como recepción nos invitaron a su rancho, ubicado como a una hora del puerto. Era una cena de pozole, tostadas de patitas en vinagre, carnitas de puerco, tostadas con crema y cervezas, era un sitio que el suegro fue construyendo poco a poco con sus propias manos.
Decía que le gustaba Acapulco, porque se sentía mal con la altura de CDMX, donde están la mayoría de sus hijos.
En la entrada principal estaba “El Tiburón”, una camioneta camper que sirvió para vivir con sus tres hijos (de siete) en su estancia en Culiacán y que ahora quedaba como un simple recuerdo para abrir la conversación.
Ahí estaban las recámaras con su cocina, además de un amplio jardín lleno de plantas y flores, como una construcción aparte de dos pisos a la que se llegaba en escaleras de madera.
Fueron muchos los años que doña Rosa vivió en Acapulco acompañando a mi suegro en sus aventuras, hasta su partida hace 11 años de un infarto al corazón.
Después de su muerte “el viejo” se sentía desesperado, no se hallaba estar solo.
– ¿Cómo le hiciste José Luis para conseguir novia?
– Eso no se busca don Juan, se da solo, Dios pone las cosas.
Don Juan no quiso estar cerca de sus hijos en la Ciudad de México, donde estaban Juan Carlos, Eduardo, Miri y Arturo con sus respectivas familias. Concha se quedó en Toluca y la Rosa María, pos allá relejos en Reynosa.
Pero don Chapis le entraba un ansia loca por huir con su esposa a Culiacán, Veracruz, Celaya y en los últimos años a Zinapécuaro, quesque le recordaba a su mamá, esa tierra de aguas termales y de deliciosas tortillas de maíz.
El tiempo cobra factura y aunque uno no quiera hacerse viejo, pos se le desguanzaron las piernas y aunque mentalmente estaba al cien, siguió terco de estar en su casita de campo, que a pesar de sus carencias, si vieras qué bonita estaba, reverdecida, llena de flores como le gustaba a doña Rosa, debido a las recientes y abundantes lluvias.
Si vieras Chapis cómo te adoran tus hijos y nietos. Tu partida fue muy dolorosa para todos, lograste crear con doña Rosa una familia muy querida y especial. Los enseñaron a procurarse unos con otros y a expresarse de ti con mucho cariño.
“¡Sacúdete el cerebro!” les decías a tus nietos cuando no reaccionaban como tú querías. Les dijiste uno a uno que preservaran las uniones familiares y pese a que tú estabas lejos, no nos dimos cuenta cómo te fuiste decayendo. Por más esfuerzo que se hizo el tiempo cobra factura.
– Estoy bien, pero me falta galleta-, decías y sí vimos como no comías, pensabas que ibas a recuperar las fuerzas, pero te faltaron años.
A pesar de todo, nos dejaste con un gran recuerdo de amor, que seguiremos conservando en nuestros corazones.
Te recordaremos viendo tus partidos del Cruz Azul en su mecedora y bueno faltaría mucho por escribir, me despido rápidamente como tu colgabas el teléfono, pronto te veremos: “adiós y good bye”.