Fue de esas veces que uno dice: “Dios me lo puso en mi camino”. Don José María Betancourt no sabía de mi existencia, ni yo de la suya. Regresaba de un desayuno en Ciudad Guadalupe cuando acudiría a mi primera cita en la clínica del Seguro Social que me corresponde, ubicada en Félix U. Gómez y Colón, en Monterrey.
De esas extrañas veces que no traigo unos billetes y unas monedas en mi pantalón, buscaba un cajero automático de mi banco para sacar efectivo y pagar el estacionamiento público. Así, circulando de oriente a poniente llegué al Banorte de Colón y Héroes del 47.
Era el lunes 24 de julio. Un hombre de estatura baja, con uniforme color caqui y gorra, me hizo señas para estacionar mi auto en una zona de parquímetros. En esos días la temperatura rebasaba los 35 grados y don José trabajaba al pie del cañón.
“¡Déle, déle, déle!”, me guiaba girando una franela. Me preguntó que cuánto me iba tardar, y le respondí que iba a mi primera cita en el IMSS a las once de la mañana y que seguramente, optimista apostando a la puntualidad de los médicos, no me tardaría más de una hora.
Sacó unas monedas de su pantalón y le echó al parquímetro seguramente un peso para evitar la multa por 20 minutos. Entré al cajero automático y luego caminé hacia la Unidad Médico Familiar (UMF) ubicada en una zona altamente contaminada por las rutas de transporte público que circulan por Colón, Reforma y Félix U. Gómez.
Para mi sorpresa, entré puntual a mi cita, confesé mis padecimientos y ¡otra sorpresa!: sí había medicamentos. “Mejor mañana no pude tener, pese a los malos augurios de algunos amigos”, pensé.
Cuando regresaba me preocupaba que el cajero automático me había dado puros billetes de cien pesos y no tendría para darle su propina a don José, cuyo nombre supe hasta una segunda vuelta a su punto de trabajo horas más tarde.
Sin necesidad de bolear mis zapatos, lo hice para tratar de conseguir feria y recompensar al cuidador de carros o franelero, como se les conoce a estos personajes que ejercen ese oficio bajo la lluvia o, peor, castigados por el infernal calor en tiempos de canícula.
Minutos después, y tras escuchar parte de la divertida vida del ilustrador de calzado en un puesto sobre la banqueta de Colón -la verdad sí me interesó parte de ella, sobre todo que no quiere ir al doctor porque ya sabe lo que le van a recomendar: que baje de peso-, ahora sí en mi bolsa tenía un billete de 20 pesos.
Primero no veía a don José. Hacía demasiado calor y pensé que se había ido y me había dejado con una multa pegada al parabrisas. Esas hojas amarillas que a cualquiera le suben la presión de un coraje. Lo bueno es que el IMSS está cerca.
“¡Oiga amigo, ¿me cuidó bien mi carro?”, le pregunté y quise ser bromista: “Se me hace que me multaron, usted no se dio cuenta y no me quiere decir, y trae la multa dentro de la bolsa del pantalón”.
Y pese a que don José batalla para escuchar me respondió: “Cómo cree, soy muy responsable y aquí todos me conocen”.
Paso siguiente, me metí a mi auto que ardía; él se puso atrás y empezó a mover la franela para hacerme señas de salir o quedarme en el cajón de estacionamiento ante el tráfico veloz que circula por Colón.
Cuando me iba le puse en su mano un billete y, con ojos de asombro, me dijo: “Es mucho dinero”. Aceleré con un nudo en la garganta y mis ojos se humedecieron.
Bien pudo tomar la propina, metérsela a su desgastado pantalón y mi respuesta iba a ser: “Gracias”. Pero su honestidad en cinco palabras me entró al corazón. Cuando llegué a mi oficina conté mi reciente experiencia pero, siendo sincero, la reacción de mis compañeros no fue la esperada.
Había que estar, escuchar esas palabras, para entenderme mejor, razoné para justificarlos.
Antes de las dos de la tarde de ese mismo día, después de otra cita en Guadalupe, circulaba de nuevo por Colón y decidí ir al Banorte a ver si lo encontraba porque no sabía su nombre, ni su edad ni dónde vivía. Pensé: “Es una historia para Hora Cero y creo que podemos hacer algo a través de las redes sociales y mi grupo de WhatsApp”.
Cuando me despedía me salió del corazón decirle: “Aunque sea por unos días, le aseguro que su vida cambiará”. Y de nuevo me desaparecí de su nublada vista.
Dos días después, al mediodía, un reportero y una fotógrafa de Hora Cero lo acompañaron hasta su modesto refugio. Tras viajar hora y media en dos rutas urbanas llegaron a un cuarto sin ventanas y sin abanico eléctrico; con un techo a punto de caerse y una puerta metálica con varios candados. Les dijo que ya lo han robado varias veces.
Su historia completa está publicada en esta edición y el movimiento para apoyarlo fue titulado #20PesosEsMuchoDinero, sus palabras honestas cuando recibió mi propina.
Hasta el cierre de esta edición, unas 50 personas -amigos todos- unos con más o menos posibilidades económicas han cambiado su vida, como se lo prometí. Personalmente le han llevado dinero, o se lo han depositado en su tarjeta Banorte 4915668314663741, a nombre de José María Betancourt.
A ellos mi eterno agradecimiento. Por cierto: ¿quién más se anota? Y cierto es: lo que para pocos 20 pesos no es mucho dinero, para más de 60 millones de mexicanos es el ingreso de un día. Si bien les va.
twitter: @hhjimenez