A estas alturas a la mayoría de los mexicanos no les interesa si la batalla contra el crimen organizado es responsabilidad única del presidente Felipe Calderón Hinojosa y de las fuerzas armadas, pues dentro de cada hogar hay una historia que contar de alguien – amigo, compañero de trabajo, vecino o familiar–, que ha escuchado las ráfagas de ametralladora, la detonación de granadas; que está secuestrado o estuvo a punto de morir.
Vaya, hasta los más afortunados: aquellos civiles que fueron atemorizados por personas con fusiles o pistolas en mano y despojados de sus vehículos cuando en calles y avenidas de una ciudad o metrópoli hubo bloqueos… y que vivieron para contarlo.
Este es el ambiente prenavideño de 2010, algo que seguramente pocos se imaginaron que sucedería en plenos festejos del bicentenario de la gesta de Independencia, y del centenario de la Revolución.
Pero también está el otro lado de la moneda: el de miles de mexicanos que de la noche a la mañana pierden la memoria; esos que cada año realizan la travesía hacia la frontera para cruzar a Estados Unidos y para olvidar todas las penas y los miedos comprando en los centros comerciales.
Pasó el fin de semana del puente del 15 de noviembre y, con seguridad, se repitió el “viernes negro” por las fiestas del Día de Acción de Gracias en Laredo, McAllen y Brownsville, Texas.
Si bien la creciente inseguridad ha afectado al sector empresarial de Nuevo León y Tamaulipas, durante los recientes días de asueto en suelo nacional los comercios del Valle de Texas registraron aumentos en sus ventas de un 25 por ciento, en comparación con el año anterior.
Cientos, miles de automovilistas, atiborraron los puentes internacionales y soportaron filas de hasta cinco horas, desafiando los riesgos que implicaba salir a carretera de Monterrey hacia, Laredo, Reynosa y Matamoros.
Un regiomontano comentó algo que parece poco creíble: “Escuchamos decir al gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz, que se incrementaría la seguridad en las carreteras y autopistas, y por eso me animé ir a McAllen con mi esposa y mis hijos”.
Extraña forma de convencimiento de una autoridad a sus gobernados, en especial de Medina de la Cruz, uno de los gobernadores con peor índice de credibilidad, porque si en estos momentos hay un Estado donde han muerto más civiles por la violencia en México, ese es Nuevo León.
Como nunca en los últimos trece años, confirmó un empleado de Caminos y Puentes Federales (Capufe), se registró un flujo vehicular poco visto en la carretera de cuota Monterrey-Reynosa. Y eso que días antes la Marina había desplegado casi 300 elementos en un operativo en Matamoros.
Antes se decía que ir al “shopping” (de compras) era el mejor antídoto para combatir el estrés y el aburrimiento. Ahora hay que agregar que también es la mejor solución para olvidar las penas y los miedos.
Con toda seguridad esas declaraciones de Medina de la Cruz no fueron bien recibidas por los comerciantes de Nuevo León, quienes apostaron a que los hechos violentos en Tamaulipas desalentaría a las familias a viajar al Valle de Texas.
Fue en ese fin de semana de “shopping” –del 13 y 14 de noviembre–, cuando a 300 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, en un rancho de Padilla, Tamaulipas, don Alejo Garza Tamez se convirtió en el primer héroe de un país sometido por la lucha entre bandas del crimen organizado.
Cuántos, cuántos más habitantes de Nuevo León y Tamaulipas, quisieran hacer lo mismo que don Alejo, porque sufren en carne propia el secuestro de un familiar; o la muerte inocente de un padre, de hermano o de un hijo.
La historia del empresario maderero, de 77 años, que antes de caer abatido por las balas mató a cuatro hombres armados que querían despojarlo de su rancho, se hizo pública, indignó y, sobre todo, conmovió a la opinión pública.
¿Pero cuántos más han pensado hacer lo mismo? Eso debería preocupar bastante a las autoridades… “de don Alejo en adelante”.