Lo he dicho en alguna otra ocasión: odio el tráfico y, por ello, cuando decidí mudarme con mi familia a la capital de Nuevo León me decidí por una motocicleta como una forma de sortear los estacionamientos que se convierten las principales vialidades de Monterrey en los llamados “horarios pico”.
Sin embargo, debo de ser sincero; en ocasiones moverse en motocicleta no es la mejor opción, especialmente cuando llueve.
Quienes como yo viven estas condiciones han optado por los servicios como Uber, Cabify y Didi que, en mi caso, reconozco como una valiosa alternativa de vialidad, especialmente cuando voy de prisa.
Pero, en términos generales, debo decir que cuando no puedo moverme en la motocicleta mi primera opción es el transporte público pues, a diferencia de lo que viví en Tamaulipas, donde moverse en pesera es la condena a un suplicio interminable, en la zona metropolitana de Monterrey existen más alternativas para llegar a un destino determinado.
Puedo tomar un camión en la esquina de mi casa, bajar, caminar alrededor de ocho cuadras (un poco de ejercicio nunca ha matado a nadie) y estar en la oficina con un trayecto que, en el peor de los escenarios, dura media hora.
Cuando quiero regresar a mi casa las cosas son más sencillas: camino cuatro cuadras, espero el camión y me bajo en la esquina, a unos pasos de mi puerta.
Nada de esto podía hacerlo en Reynosa, es más, la única opción de transporte público de donde solía vivir a mi trabajo era equiparable que irme caminando, es por ello que vivía condenado al automóvil… o en mi caso una hermosa camioneta 1974 que me dolió en el alma vender.
Lo que me sorprende del tema del transporte en la capital de Nuevo León es que la gente sigue aferrada a utilizar el automóvil cuando podría hacerlo en opciones más sencillas y solidarias con la ciudad.
Me queda claro que en Monterrey la movilidad y el desprecio al transporte público responde a un tema cultural más que económico.
Ya lo he dicho: tener auto equivale a subir en la escala social. Andar en camión es de jodidos.
Nuevo León sigue inmerso en una enorme discusión que habla sobre la calidad del transporte público, el precio que tendrán que pagar por él los ciudadanos y la posibilidad de que sea el Estado quien tome las riendas de este servicio.
Si algo nos ha mostrado la historia, es que cuando el Estado se mete a administrar algo como el transporte público las consecuencias son funestas. Basta recordar el caos en que está convertida la Ecovía y el desastre que puede venirse en el Metro si no se toman decisiones urgentes.
Todo eso sucede porque para el gobierno, los empresarios del ramo y hasta algún sector de los usuarios, el transporte público no es prioridad, sigue siendo algo para la clase jodida.
Después de todo ¿Por qué habrían de buscar una mejora cuando ellos se mueven en automóvil?
Cuando el transporte sea tomado como una verdadera prioridad de movilidad, cuando se vuelva más importante bajar al regiomontano del auto que seguir alentando a que siga en él, entonces vamos a tener un diálogo sensato sobre el transporte público.
Mientras tanto, todo seguirá siendo una discusión vacía.