Puedo entender la orgásmica felicidad que sienten en estos momentos todos aquellos que no soportan al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quienes están extasiados destrozándolo por su evidente torpeza al demandarle una disculpa a la Corona Española y al Vaticano por las atrocidades cometidas durante la Conquista, hace 500 años.
Apenas se supo de la carta que el mandatario mexicano envió -hace un mes- a los titulares de España y la Iglesia Católica, las redes sociales estallaron con burlas, condenas, reclamos y los infaltables memes.
De inmediato, todos aquellos a quienes aún se les tuerce el hígado por la contundente victoria del tabasqueño aprovecharon el momento para lanzar una ofensiva que, ahora sí, está prendiendo entre la sociedad mexicana, que considera que esto de la disculpa no es más que la ocurrencia de un anciano enfermo de poder.
Para estos grupos el momento es ahora. Hay que enfilar las baterías a la imagen de un presidente que traía una aprobación del 80 por ciento de la población gracias a que en 100 días ha hecho mucho más que tres sexenios del PRI y el PAN.
En lo personal y aunque nadie me pregunte, estoy de acuerdo en que eso de la disculpa es un error, pero no por el hecho de demandarla, sino por el momento en que la ha hecho.
Qué importa que se cumplan 500 años de la Conquista, México tiene problemas que requieren la completa atención de quienes están en las posiciones de gobierno.
Es cierto, Alemania pidió perdón por el holocausto, Japón por los agravios contra China, Estados Unidos por el genocidio contra los pueblos originales, pero no podemos compararnos con estas naciones.
Alemania, Japón y hasta los norteamericanos, tienen más o menos solucionados problemas básicos como combate a la pobreza, vivienda para sus habitantes, justicia social, sistema educativo de calidad.
Al no tener problemas de urgente solución en el presente, pueden darse el lujo de voltear al pasado.
México no necesita una disculpa de España y El Vaticano para “cerrar heridas” y construir una relación conjunta. El perdón entre estas naciones ya se dio hace muchísimos años.
Dos ejemplos: durante el gobierno del presidente Juárez, cuando las armadas de España, Inglaterra y Francia llegaron a las costas de Veracruz para exigir el pago de la deuda, fueron los ibéricos quienes aceptaron renegociar el adeudo y retirarse de costas nacionales, además de que reconocieron al gobierno de México, un ejemplo que los ingleses siguieron. Sólo los franceses se quedaron y ya sabemos qué pasó.
Y el ejemplo más reciente: durante la Guerra Civil Española, miles de ibéricos se refugiaron en nuestro país invitados por el presidente Lázaro Cárdenas, quien en ningún momento tuvo en mente el recuerdo de las atrocidades de la Conquista.
Otra cosa que no toman en cuenta los que se envuelven en el petate y le encienden ópalo a Quetzalcóatl, es que la caída de Tenochtitlán fue gracias a que muchos pueblos indígenas se aliaron con los españoles, hartos del yugo de los aztecas. Entonces: ¿los descendientes de los Tlaxcaltecas también deberían disculparse?
Y aquí es donde viene el argumento, para mi gusto, más poderoso de quienes defienden la posición del presidente de la República: la disculpa es por los agravios cometidos contra los pueblos indígenas.
El problema de esta posición es que, si se trata de pedir perdón por estas faltas, no sólo la Corona Española debería estarse excusando, sino que millones de mexicanos tendríamos que ponernos de rodillas y peregrinar hasta la Basílica buscando redención por los siglos de abusos, discriminación, violencia, robos y agresiones hacia los indígenas.
México es un país racista donde no soportamos que alguien de piel morena sobresalga (¿ya olvidaron las estupideces que escribieron en redes sociales contra Yalitzia?) y muchos no tenemos la calidad moral para ponernos todos nacionalistas y gritar: “que mueran los gachupines”.
Nosotros mismos hemos cometido demasiados agravios contra los pueblos originales y no tenemos ni la menor intención de pedir perdón por ello.
Es muy fácil burlarse de un presidente que lanza una idea que llega en un muy mal momento, pues tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos.
¿En verdad López Obrador quiere voltear al pasado? Que lo haga al presente inmediato y de justicia a millones de mexicanos agraviados por la corrupción que prevaleció en los sexenios del PRI y el PAN, que dejaron al país en las condiciones en las que se encuentra.
Cuando todas las ratas que han saqueado al país reciban el castigo que merece, entonces sí, México aplaudirá sus ocurrencias.