
Cómo le quisiéramos cantar al maldito Covid-19 la sola frase de la canción “Amarga Navidad” de José Alfredo Jiménez: “Diciembre me gustó p’a que te vayas…” Pero parece que no se va a ir tan fácil la pandemia que nos azota desde marzo y, por esa razón, en broma ya se ha prohibido la canción de Luis Aguilé “Ven a mi casa esta navidad” y dicen también que este 31 de diciembre habremos de cantar a grito abierto el tema interpretado por Celia Cruz: “Yo no olvido el año viejo”, porque, en efecto, han sido unos meses tremendos que dejarán huella en la historia de todo el mundo como para no recordar al paso del tiempo el número de contagiados y fallecidos, además de la secuela desastrosa con que el virus ha marcado a la economía, el desempleo, la violencia intrafamiliar, los problemas emocionales por el encierro prolongado y la falta de contacto físico con los familiares y amigos.
“Diciembre me gustó p’a que te vayas” debemos decir con toda la fuerza de nuestro ánimo. Sin embargo, no hay que sucumbir ante la situación inusual que viviremos en estas hermosas fechas. No debemos hundirnos psicológicamente por las medidas restrictivas que nos impiden llevar a cabo las tradicionales fiestas que son propias de nuestra fe religiosa y de nuestras costumbres sociales. Por el contrario, con mucha inteligencia tendremos que adaptarnos a las circunstancias y no dejar de echar al vuelo nuestros sentimientos de alegría y hacer más fuerte nuestra caparazón de resiliencia.
Es el tiempo de medir nuestra capacidad de seres humanos pensantes para borrar todo dejo de pesimismo e incertidumbre, a fin de no trastornar el ambiente sano de nuestra familia y del entorno en general. Sí se puede dar paso a la nostalgia, pero sin perturbar la fuente del optimismo que nos da la certeza de que aún estamos vivos y mucho más si tenemos salud. Hay que atender las recomendaciones y exigencias de las autoridades sanitarias porque no se debe ser tan irresponsable como para no darnos cuenta del poderío del enemigo invisible que ha tenido en vilo a todo el mundo desde antes de terminar el 2019. No es posible ignorar la facilidad con que el Covid-19 se propaga y comportarse como unos insensatos sin conciencia de lo que está pasando a nuestro alrededor.
En este contexto es fácil derrumbarse y caer en pensamientos pesimistas que producen un alto incremento de estrés y ansiedad. Porque los días pesados y de tanta prohibición tienden a nublarnos el cerebro y a hacernos creer que no es posible ver la luz al final del túnel o que solamente a nosotros nos pesa esta terrible epidemia.
Es el momento de recurrir a los que saben sanar el espíritu y pueden ayudarnos a aplicar la resiliencia. Y para las personas de una firme creencia religiosa es la oportunidad de estar más cerca de Dios y de la meditación trascendente o de la creatividad artística, sacándole partido a los retos difíciles. Después de todo la navidad no pierde su sentido estricto porque nos lleva al recuerdo de aquel suceso que partió en dos el tiempo que es cabalmente lo que quiere decir tal hermosa palabra: Nacimiento. Y por más que el ánimo se resista a colocar el pinito de siempre en los hogares y llenar de foquitos de colores nuestros espacios, hay que sacar fuerzas de flaqueza y pensar que tenemos un gran motivo por el cual recordamos esta fecha, no importa que el festejo familiar y social sea austero.
Como nos enseña un autor para estos tiempos, Martin E. P. Seligman, el optimismo libera y nos ayuda a aprender a modificar la forma de pensar derrotista, pues no hay como hacer de la vida una experiencia gratificante, a pesar de los pesares, pues mi familia da testimonio de la fuerza que se adquiere cuando se modifican los pensamientos negativos en trances sumamente dolorosos, pues en la primera navidad sin nuestro hijo Juan Luis, a cuatro meses de su partida terrena, mi esposa promovió la reunión en casa con todos los adornos y cánticos de la celebración de siempre y, a pesar de flaquear al ver una silla vacía, la unión nos impulsó a seguir adelante y a tenerlo cada vez más presente, en un recuerdo perenne, sin negar que extrañamos su contacto físico.
Así es que sí se puede superar la amargura externa de una fiesta navideña como la que nos espera con una reivindicación de su significado espiritual. Y aunque haya que dar abrazos por Zoom o felicitar y decir frases de amor por WhatsApp o FaceTime e intercambiar regalos por paquetería, todo saldrá bien si en medio sigue floreciendo el amor y el cultivo de la fe en el futuro.