La pobreza en México se volvió asfixiante para el 60 por ciento de la población. Una hostigada clase media intenta mantenerse a flote, mientras la elite sigue agenciándose la riqueza nacional. A la par nuestro vecino, el país más poderoso del mundo, ve disminuido su nivel de vida. Diferentes pero parecidos. No sólo comparten frontera, sino la idea de que el mundo se divide en clases sociales, determinadas por la raza, el color de la piel, el género, el nivel socioeconómico. La exclusión es su forma de vida, la discriminación su lenguaje.
La clase del privilegio -ciertos empresarios y ciertos políticos- en México, es inmune a las desigualdades. Impávidos ante el hambre de los otros, creen que ser ricos es su derecho. Si lo fuera, la pobreza del resto del país, sería el suyo. Derecho de rico, derecho de pobre, suena desigual e injusto. En todo caso, la riqueza funciona como derecho y la pobreza, como condena; eso sí, ambos a perpetuidad. No es posible dar por buena esa versión del derecho a ser rico, sin asumir la condena a ser pobre. Se necesitaría mucha mezquindad.
Como país desarrollado, Estados Unidos presenta menos desigualdad, pero sus problemas no están resueltos. Su población ha sido golpeada por el alza de los combustibles. No tienen garantizado el derecho de salud como sucede en muchos países europeos y falta impulso para acceder al estado de bienestar de otras economías.
Se puede gobernar para todos o para un sector. En México hace tiempo se eligió gobernar para los pocos. A las mayorías se les desprecia por ser la masa, la multitud, gente sin rostro, anónimos que a nadie le importan. En otra medida, ocurre también en la Unión Americana.
Es extraño que cuando hay elecciones para cambiar de gobierno o refrendar al mismo, más allá de la franquicia, los electores votan por lo mismo. El México de 2006 votó por el cambio, pero la diferencia fue por tenue, insuficiente para cambiar el estado de las cosas, abriendo la rendija del fraude. Un resultado parejo no alcanza para cambios radicales.
El ejemplo de Estados Unidos por cercano, es poderoso. El pueblo norteamericano llega a sus elecciones con su economía destrozada, el hartazgo de la guerra contra Irak, una política exterior con su peor cara. Son razones para esperar que los demócratas tendrían en las encuestas cómodo margen, ante los republicanos. No es así. Los últimos sondeos colocan a la fórmula demócrata de Barack Obama y Joseph Biden cuatro puntos por debajo de los republicanos John Mc Cain y Sarah Palin. Ya se asume que el senador por Pensilvania, tendrá que cambiar de estrategia, si no quiere ser una segunda versión de su compañero de partido John Kerry, en las anteriores elecciones.
México no es un país culto, tampoco su vecino. Pero por menos que se lea, en el primer caso el hambre manda. En el segundo, al menos debería mandar la caída en su nivel de vida. Economías distantes, pero reacciones electorales similares. ¿Por qué los pueblos de un país pobre y de uno rico, vuelven a votar por lo mismo que ya han conocido? Porque ambos son mayoritariamente conservadores. Sus clases medias era de esperar, pero sorprendentemente sus pobres, también.
El cambio les provoca un miedo inmenso. Los mexicanos se aferran al “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Lo asumen hasta los que no tienen nada. Cuando el PRI mató a su candidato en 1994, los mexicanos votaron copiosamente ¡por el PRI! Compete a la sociología determinar por qué los electores votaron por el partido que ordenó aniquilar a su candidato, en lugar de haber votado por cualquier otro.
En Estados Unidos George Bush Jr dio suficiente evidencia a los norteamericanos del error que fue elegirlo un primer periodo. Los demócratas debieron ganar con John Kerry. Pero los votantes ignoraron el mal desempeño de su gobernante, hicieron añicos la ventaja demócrata y le dieron a Bush el beneficio de la duda. Votaron por la certeza de lo malo. Lograron juntos que esa Presidencia, pasara como el peor mandato en la historia de la Unión Americana.
La lógica indica que en las elecciones del próximo 4 de noviembre los demócratas están a un paso de la Casa Blanca. Pero esta caída en las preferencias electorales de Obama frente a Mc Cain perfila otras posibilidades. ¿Si Bush fue un mal presidente, destrozó la economía, metió al país en la impopular guerra de Irak y los republicanos ofrecen más, de todo lo anterior con Mc Cain ¿Por qué Obama va detrás de Mc Cain?
Ahí se cruzan las semejanzas entre ambos pueblos. Los vecinos padecen el mismo terror al cambio. A cierto cambio. Obama es muchos cambios, comenzando por su negrura. Inteligente y preparado, su discurso privilegia la economía, el estado de bienestar, el aumento de impuestos a los ricos, la seguridad social, pero es negro. Su raza determina que es de otra clase de norteamericano, una clase que puede estudiar en Harvard, acceder al Senado, pero no está invitada al convite en la Casa Blanca. Sólo los demócratas, mucho más liberales que los conservadores republicanos, pudieron jugársela al apostar que su país querría llevar a un político negro a la Presidencia de Estados Unidos.
En México, para explicar por qué está bien que no todos los mexicanos tengan los mismos derechos, cierta gente con mucho orgullo, aclara: es que hay clases. Al que se oponga a esa premisa le van a contestar que se lleve a un pobre a vivir a su casa. No es sólo la pobreza. También está la raza. Los indios son discriminados; el color: no es lo mismo gûeritos que morenos, ni qué decir de los auténticamente prietos; el género, las mujeres son vistas inferiores; y hasta la edad, es motivo para ser objeto de desprecio.
Con todo su desarrollo económico, Estados Unidos también se mueve por las clases sociales. La clase es cuestión de raza y color. Es mejor el blanco de la candidata a vicepresidenta Sarah Palin que el negro del candidato presidencial Obama. La blancura de candidato vicepresidencial demócrata Biden no alcanza, para despintar lo negro de Obama. Sumados, Mc Cain y Palin son la pureza: blanco y blanco. ¿Sus posturas? Son lo de menos. ¿A quién le importan cuando lo que determina a la opinión pública es tan castrante y rígido como la clase social? Suena bien lo de haber ascendido en la escala socioeconómica, se aplaude, pero el origen sigue siendo un sello que no permite que se borre la indeleble huella de la cuna y de la raza en que se nació.
Es irrelevante que Mc Cain como Palin, voten por no controlar la venta de armas, pero sí por controlar los úteros de las norteamericanas, oponiéndose al aborto. Cada semana ocurre una matanza en alguna escuela estadounidense porque se le venden armas a cualquiera, pero esto no ha horrorizado a la sociedad, para modificarlo. En cambio les asusta que se imparta educación sexual en las escuelas, y pelean porque la abstinencia sexual sustituya a los anticonceptivos. El embarazo de la hija soltera de Palin de 17 años, no es motivo para repensar si convendrá incluir educación sexual en las escuelas. Sino de poner fecha de la boda, con un niño de 18.
Si lo anterior no es suficiente, el tema religioso es de gran utilidad. Es de lo más común que en la política, se inscriba a Dios en el partido político del que lo invoca. A Bush “Dios” lo mandó a la guerra de Irak y a Sarah Palin, “Dios” le ordenó hacer un gasoducto hacia el estado que gobernaba, Alaska, en detrimento de la ecología. Es el nebuloso pasado religioso mexicano el que le impide a Felipe Calderón decir que la orientación de su gobierno hacia más armamento, en vez de a más empleos, es por mandato divino. Que a los pobres se los lleve el diablo. Las políticas públicas pierden sentido ante la religión, arma poderosa de quien ostenta el poder. Aunque ¿Qué clase de religión o de Dios no se preocuparía por las clases vulnerables y desposeídas?
Está claro que en las elecciones, y en los gobiernos, no existe discusión de ideas o propuestas. No hay evolución posible en los pueblos, si su raza, color de piel, género, edad, o clase social es la que abre el acceso a los derechos ciudadanos. México y Estados Unidos comparten además de frontera, su retrógrado racismo y discriminación.