
El entrenador brasileño André Jardine no tardó mucho tiempo en ajustarse a las costumbres del América: luego del tricampeonato se puso en modo mamón.
Arrogante como todo lo que es el americanismo se presentó a la final del torneo Clausura 2025. Inesperadamente, Toluca los atropelló, para coronarse. Las Águilas evidenciaron un desempeño pobrísimo. Por inoperantes, estaban irreconocibles. Al finalizar el juego de vuelta, deportivamente el estratega carioca aceptó el resultado y felicitó a su contrincante Tony Mohamed.
Se viene la revancha para equipo y afición, ahora en la repesca para ir al Mundial de Clubes. Los millonetas quieren subirse en el último vagón del tren, con un boleto injustamente regalado. Van ganando por un gol, tienen el partido en la bolsa y cuando faltan dos minutos LAFC les empata. En tiempo extra los gringos los aniquilan y los eliminan.
El mes pasado, antes de estas dos derrotas, Cruz Azul los echó en cuartos de final de la liguilla de la Concachampions.
Jardine se ve sombrío. Ya ha dejado ese gesto de suficiencia que lo acompañó durante un año. No hace mucho, andaba por todas las canchas de México levantando tres dedos, para embarrarle a sus malquerientes sus Ligas seguidas. Era chocante verlo faroleando un éxito parecido a la hazaña. Si bien es difícil ser bicampeón, el tri convierte a cualquiera en leyenda. Gústele o no a los anti americanistas, los aguiluchos y su entrenador ya son un equipo de época.
Pero nadie supondría el desplome repentino. El equipo de Coapa se fue en blanco en el presente semestre, después de haber incendiado la Liga a finales del año pasado.
¿Qué ocurrió? ¿Deficiente gestión de grupo? ¿Falta de refuerzos? ¿Cansancio crónico? ¿Mala suerte? Quién sabe. Lo cierto es que la grandeza que exhibieron ayer, quedó borrada hoy de pronto, con actuaciones muy por debajo de su nivel. Diablos los bailó en los dos juegos, e hizo desaparecer ese once arrogante, que se asumía como el inventor del tiqui taca, la naranja mecánica azteca, los merengues mexicanos.
De un fin de semana a otro, después de ser el equipo maravilla, América ha entrado a una crisis institucional. Su otrora afrentosa directiva ahora se ha replegado hacia un rincón húmedo y oscuro para restañarse las heridas. Deben hacer evaluación de daños y reconsiderar sus metas y prioridades. En el primer escalón para volver a andar lo recorrido está el cuestionamiento sobre la continuidad del director técnico, sobre quien caen los éxitos, pero también los fracasos. El dueño del equipo, Emilio Azcárraga, siempre cerca de los seguidores, lanzó veladas amenazas en redes y la promesa de reconstrucción la grandeza.
Seguramente ha hecho buena plata el técnico sudamericano como estratega del equipo mexicano. Sería necio no reconocer que con él, las Águilas han tomado grandes vuelos. Pero parece ahora extraviado. Tal vez se cicló en su técnica para el parado del equipo o los rivales ya le conocen sus diagramas, como se vio en los partidos definitorios recientes.
Parece ser momento de reflexión para los emplumados. Primero deberán reconsiderar su predisposición a ladrar presuntuosos los logros, pues muchas veces pueden provocar resultados adversos: un equipo asaeteado en el orgullo es doblemente peligroso.
En realidad, no creo que le bajen a su arrogancia. El América fue diseñado para ser chocante. En su composición genética hay moléculas de jactancia. Por ahora, independientemente de los cambios a los que se someta, los aficionados de todo el balompié celebran que, finalmente, alguien detuvo su ascenso aparentemente imparable, y les puso un tafetán para cerrar su enorme bocaza.