Por extraño que parezca hay muchas cosas que no se de mi papá; la vida, terceros, su carácter y mi inmadurez crearon una muralla que lamentablemente cayó hasta que ya no estaba entre nosotros.
Quizás fue él quien sembró en mí el gusto por el periodismo, pues el periódico no podía faltar diariamente sobre la mesa y el día que no estaba ardía Troya.
Quizás sus debates no correspondidos tras leer las notas me dieron la capacidad analítica que se necesita en esta profesión y quizás él ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, porque cuando le informé lo que quería estudiar dijo que no, que yo debía ser abogada, “te encanta pelear, eres bien alegona y peleonera” y sí, pero no era eso a lo que quería dedicarme.
También ahora me doy cuenta que tenía muchas cosas qué decir y que sus vivencias y anécdotas no eran pretenciosas, eran oro molido que no supe aprovechar, porque era joven y se me hacía fácil, “como dice la chaviza”.
¿A quién le interesaba la política, la economía, el medio ambiente, los deportes o cualquier otro tema de interés del momento? por lo menos a mí no, así de estúpida estaba.
Recuerdo que cada año cuando se conmemoraba el movimiento estudiantil del 68 veía las imágenes en la televisión y el periódico, y su rostro cambiaba.
Un buen día algo me platicó, no lo recuerdo bien, porque yo estúpidamente me bloqueaba cada que quería contarme.
“Siéntate ahí”, me decía mientras apuntaba una silla del comedor y empezaba la plática, pero en la primera oportunidad me levantaba y me iba.
Me dijo que vivió ese negro capítulo en la historia de México, que estaba junto a mucho jóvenes, incluido uno de sus hermanos mayores, cuando de repente se escucharon disparos.
Su hermano lo jaló y empezaron a correr “lo más fuerte que podíamos”, decía y hacía movimientos con los brazos como si corriera en ese momento.
“Ibamos en chinga corre y corre y al lado de nosotros veíamos como caían algunos donde les tiraban, muchos iban hechos madre, pero aún así los alcanzaban”, su voz se entrecortó y creo que apretó bastante antes de que pudiera seguir controlando las lágrimas.
Así, un hombre que medía, yo creo, más de 1.80, de complexión robusta, casi siempre con el ceño fruncido, de voz gruesa y expresión rígida, se había quebrado y mostraba el dolor en su rostro, sin duda fue algo que los años no lograron que pudiera olvidar.
La plática se puso más difícil y mencionó que se escondieron, no recuerdo más detalles, pero dijo que solo escuchaban gritos, golpes, disparos y cómo sacaban a algunos jóvenes de sus escondites.
Es un muy feo ejemplo para exponer la importancia de escuchar, no solo a nuestros padres, abuelos, o a cualquiera que desee contarnos algo, porque además de que para ellos es un desahogo, para nosotros son tesoros heredados contados por testigos de la historia.
Además de cruda, pero valiosa información, contada desde el fondo del estómago y el corazón, me privé de muchas otras cosas con él.
Te exhorto y te exijo que no permitas que te pase lo mismo, deja a un lado tu celular, tu desinterés y tu egoísmo, y atiende a esa persona que quiere hablarte, porque no eres tu el que le hace un favor al escucharlo, es él quien te favorece al regalarte capítulos, quizás ocultos, guardados o inéditos de su vida.