
Nunca he tenido mucho respeto por las redes sociales.
O sea, sí las uso para compartir memes, links de mis columnas y canciones, además de una que otra fotografía, cartón humorístico o cualquier otra tontería que se me ocurra.
Al final, para mí, las redes son solamente eso: la vía perfecta para compartir con el mundo zonceras.
Por eso no comparto la opinión de quienes aseguran que las redes son un válido canal de comunicación, una democratización de los medios, la enorme aldea global donde todos estamos ultracomunicados.
Lo he dicho antes y lo digo otra vez: mi opinión es más cercana a lo que Umberto Eco le dijo al diario La Stampa en 2015 y que cito:
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas” (me pongo de pie mientras aplaudo).
El asunto viene a colación pues siempre me ha llamado la atención cómo, en las últimas dos elecciones, los residentes de Nuevo León decidieron darle su voto a personajes cuya única cualidad es que son buenísimos para manejar las redes sociales… una decisión que la gente terminó lamentando monumentalmente.
En el caso del actual gobernador, este venía en combo, pues su éxito en las redes está profundamente ligado con la habilidad de su esposa, Mariana, de compartir contenido con sus seguidores.
Durante años, los miles y miles de “chavacanos” celebraban las historias de Mariana, disfrutaban sus consejos de moda, giveaways, videos de sus paradisíacas vacaciones.
Siempre creí que el fenómeno respondía a la muy natural respuesta de un importante sector de la sociedad (especialmente los jóvenes) de seguir este contenido por un motivo aspiracional, de alimentar su sueño de vivir lo que ven en la pantalla.
Para estas personas, admirar a personajes como Mariana es muy sencillo, pues les muestran una vida que desean tener, donde no hay carencias, todo es lujo, vacaciones eternas y felicidad.
Sin embargo, de unos días a la fecha, las redes han mostrado su rostro caprichoso e impredecible, y tras algunas crisis en el estado de Nuevo León, parece que el deseo aspiracional que blindaba a la esposa del mandatario se ha gastado, dando paso a (no encuentro mejor palabra) el odio.
Y conste que eso no lo apruebo: se necesita estar muy podrido por dentro para desearle a alguien que su hija se muera de una enfermedad o advertirle que “una bala se va a alojar en su cabeza muy pronto”.
Lo que no se puede negar es que lo que antes eran halagos y admiración por el estilo de vida de Mariana, hoy son reclamos, insultos y agresiones.
¿En qué momento la aspiración se convirtió en odio? ¿Qué botones se presionan para que un usuario de Instagram, quien ayer disfrutaba mucho ver a “la chavacana mayor” descansar en una playa paradisíaca, ahora se ofenda por su estilo de vida?
Afortunadamente, las redes no son la realidad, y lo que pasa en la pantalla es muy distinto a la vida diaria. Así que cualquier persona con dos dedos de inteligencia solo tiene que apagar el teléfono o desinstalar la aplicación, y problema solucionado.
El asunto es que, para muchos, lo que pasa en las redes ES la realidad, y toda su vida y decisiones se basan en lo que esa masa amorfa y caprichosa les dicta en sus comentarios y likes.
Es por ello que hoy no hay políticas públicas congruentes que atiendan los problemas de fondo; todo son soluciones chiquitas, inmediatas, que satisfagan a la chusma que solo anda buscando el escándalo de la semana.