Hace semanas escribí unos párrafos en mi perfil de Facebook preocupado por dónde terminarán prestando sus servicios los miles de policías federales que se negarán a pertenecer a la Guardia Nacional, basado en una realidad de cuando los buenos pasan al bando de los malos.
Por años viví y trabajé en la frontera mexicana en el vecino Estado de Tamaulipas y tuve amigos de la adolescencia que tomaron un camino diferente al mío. Unos se hicieron policías municipales, estatales y los más afortunados se enrolaron en la extinta Policía Judicial Federal.
Sin su permiso, sabiendo que no me reclamará por esa añeja amistad, quiero contar algunos pasajes de su vida que él mismo me relató hace unos diez años, pasada la peor etapa cuando de agente federal se involucró en actividades del crimen organizado.
Hojeando un suplemento deportivo de El Porvenir hace unos meses, vi su rostro en una fotografía, de cuando pertenecía a la Policía Judicial Federal y, metralleta en mano, participaba en un operativo de seguridad de las selecciones que vinieron al Mundial de Futbol México 86.
Jorge, cuyo nombre no es el verdadero por razones obvias, dejó truncos sus estudios de preparatoria. Pudo llegar lejos como deportista de alto rendimiento, pero desconozco qué pasó en el camino, pues llegó a participar en selectivos nacionales en pruebas atléticas de velocidad.
Un día de 1991, caminando por la zona de Polanco en la Ciudad de México, me lo volví a encontrar y nos saludamos con mucho afecto. Me preguntó en qué trabajaba y le respondí que en la agencia de noticias Notimex, y que me estaba capacitando para irme de corresponsal a Roma, Italia.
Lo mismo le cuestioné. Y escuetamente me dijo que trabajaba para “unas personas”. La verdad no me ganó la curiosidad, ni tampoco tenía sospechas de que Jorge anduviera en malos pasos. Simplemente le había perdido huella diez años atrás de ese encuentro.
En 1981, a mis casi 18 años de edad, salí de Matamoros con rumbo a Monterrey para estudiar periodismo en la Universidad Autónoma de Nuevo León, y en esa ciudad se quedaron recuerdos de la etapa de adolescente y mis mejores e inseparables amigos, entre ellos Jorge.
Como durante esos cuatro años volvía poco a la casa de mis padres y por breves lapsos, empecé a perder contacto con ellos. Sabía que unos se habían casado, otros trabajaban, algunos vivían en Brownsville y pocos emigraron a residir en otros Estados por razones de estudio, como San Luis Potosí, Coahuila y Nuevo León.
Pasaron los años. Tuvo que haber sido entre 1991 y 1995, cuando supe que Jorge había sido detenido en Brownsville con un cargamento importante de cocaína y por largos siete años estuvo preso en una cárcel cercana a Houston. Y antes salvó su vida tras ser balaceado afuera de su casa. Cuando volví de Italia, una vez nos encontramos por coincidencia en unas canchas de basquetbol de la colonia donde, de adolescentes, jugábamos con los otros amigos hasta la medianoche sin sentir el cansancio, terminando empapadas las playeras con nuestro sudor.
Esa vez me compartió detalles de sus años posteriores a cuando nos vimos en Polanco y me dejó literalmente con la boca abierta. Jorge dejó la Policía Judicial Federal y brincó de bando para trabajar para la delincuencia organizada; vivía por largos periodos en la selva guatemalteca cuidado el aterrizaje de las avionetas cargadas de cocaína provenientes de Colombia.
No una, sino varias veces, sintió rozar las balas vomitadas por los helicópteros del Ejército de Guatemala en coordinación con la DEA (la agencia antidrogas de Estados Unidos), cuando el radar detectaba un aparato que había penetrado el espacio aéreo sin autorización y tenía que ser derribado.
Cuando salió de la cárcel Jorge se dedicó a su familia. Tiene tres hijos, vive en Matamoros. Batalló para encontrar un trabajo honesto por falta de estudios y se enroló en el negocio de un hermano. Está limpio, como se dice. Y puedo afirmar que no mató a nadie, me lo contó, le creí y le sigo creyendo.
Soy un periodista que está en contra de la narcoliteratura porque la mayoría de sus autores buscan solamente reflectores y pasar como efímeros héroes. Tampoco consumo series sobre narcos porque creo que con lo que vimos los mexicanos desde hace una década es suficiente.
Pero si un día caigo en esa tentación quiero contar la historia de Jorge a detalle. Desmenuzarla, deshilarla como una madeja de estambre. Porque estaré seguro de que cada palabra que escuche de su boca será verdad, no ficción.
Mientras tanto, me preocupa qué sucederá con casi 30 mil agentes de la desaparecida Policía Federal que se rebelaron al presidente Andrés Manuel López Obrador y rechazan ser elementos de la Guardia Nacional.
Pues la historia de Jorge se puede repetir por tantas tentaciones y de vivir una vida holgada que ofrecen los cárteles… aunque sea por pocos años de vida.
twitter: @hhjimenez