
Los periodistas no somos de acero, nos entran las balas y lamentablemente ninguna autoridad tiene la paciencia ni el interés de blindar a cada reportero que trabaja en Guerrero, en Michoacán y también en Tamaulipas en estas últimas horas.
En marzo de 2004 fue asesinado Roberto Mora, entonces director de El Mañana de Nuevo Laredo, uno de los diarios con mayor prestigio del país y reconocido miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
A Mora lo conocí personalmente cuando trabajamos juntos en Monterrey entre 1984 y 1996; lo frecuenté más que al tan sonado días atrás en los medios como director editorial de El Mañana de Matamoros, Enrique Juárez.
Cuando el miércoles 4 de febrero supe de que tres hombres entraron a las instalaciones del periódico matamorense para golpear a Juárez y secuestrarlo unas horas, me recordó aquellos lamentables días de 2004, cuando el periodismo de Nuevo León fue enlutado por la muerte de Mora.
Egresado del Tecnológico de Monterrey y con una carrera brillante en El Norte y El Diario, Mora se convirtió en una de las primeras víctimas del periodismo del vecino Estado, tan violento en las últimas semanas.
A sus funerales fueron casi todos, desde su director en El Norte, Ramón Alberto Garza; Federico Arreola, entonces directivo de Milenio, hasta amigos, colegas y jóvenes reporteros que fueron su hechura en la prensa de Nuevo León.
Desde 1998 trabajo en Reynosa como director editorial de Hora Cero y desde que pisé ese terreno supe las reglas para poder sobrevivir y proteger a mis reporteros y editores: sé qué publicar y qué no publicar.
Pero fue a partir de febrero de 2010 cuando se debía andar con mayor cuidado, cuando el divorcio entre dos grupos del crimen organizado en Tamaulipas, que tuvo ecos violentos en Nuevo León, puso en medio, como un sándwich, a los medios de comunicación.
Y no me avergüenza admitir que a través de una llamada a mi celular recibo indicaciones; no me puedo equivocar porque las consecuencias serían lamentables para todos. Así se trabaja en la mayoría de las ciudades de Tamaulipas en estos tiempos.
El pasado jueves 5 de febrero no podía creer al ver declaraciones del director de El Mañana de Matamoros dando pormenores del hecho que se registró en su oficina, de donde fue sacado a la fuerza por civiles mal encarados ante la vista de sus reporteros y otros empleados.
En Tamaulipas la situación es muy difícil para la prensa desde hace cinco años: han muerto, mutilado y desaparecido a reporteros de la nota roja y de redes sociales; se han arrojado granadas a instalaciones de televisoras; detonado carros con explosivos en periódicos, y lo menos grave han sido actos de intimidación.
Jamás he sido un cobarde pero creo saber qué hacer en casos cuando es preferible el silencio. De no dar detalles de un hecho aunque vaya en contra de la libertad de expresión, porque no se trata de acaparar los reflectores de la prensa nacional e internacional. No vale la pena.
Sé que Juárez fue sacado de Matamoros para ponerlo a salvo, pero me hubiera gustado saber que está en un lugar seguro sin haber aparecido su foto en la portada de un diario de Reynosa dando pormenores de lo sucedido.
Y no se trata de ser cobardes o paleros; de trabajar bajo falsas sospechas de la prensa nacional de servir al crimen y recibir dinero. ¡No! Porque somos muchos periodistas, como el caso de Hora Cero, que estamos ajenos a eso. Y lo escribo con plena seguridad.
Es simplemente instinto de sobrevivencia, porque con todo y la autocensura sobre temas del narcotráfico, Tamaulipas es un Estado donde se puede hacer periodismo de gran nivel, reconocido a nivel mundial con premios.
En estos momentos me solidarizo con mis colegas que no pueden contar y publicar la realidad, porque es preferible el silencio… a darle tentaciones a la muerte.