Me duele que muchos colegas se queden sin trabajo por la caída en las ventas de publicidad de los medios tradicionales o por el cierre definitivo de algunos de ellos. Pero no podemos atribuir sus crisis a la reducción de la inversión del gobierno de López Obrador, sino a la falta de visión de los empresarios para diversificar sus ingresos y no depender en exceso de las fuentes oficiales.
Me duele enterarme que Margarita Vega fue una de las despedidas mientras ayudaba a redactar el guión de uno de los noticieros de la tarde de El Financiero Bloomberg TV. “Me pidieron sin más que abandonara la redacción. Y nunca olvidaré cómo mi conductora lloraba”, platicó esta reportera de la ciudad de México, preocupada por la falta de oportunidades en el nuevo escenario que vive el periodismo mexicano.
Me duele que la crisis de la prensa se ensañe con los impresos más vulnerables y haga tremendamente dolorosa la ola de despidos y el cese de proyectos ya de por sí atacados por los efectos del auge de los medios digitales, que está haciendo estragos en la industria periodística que desde hace siglos basó su materia prima en el papel.
Me duele que sigue creciendo el sector de los medios atenido a cocinar sus noticias sin muchos reporteros porque le sobra y basta con lo que aportan las redes sociales y las “mañaneras” de López Obrador o los boletines de las áreas de prensa, más los “refritos” que facilitan la radio y la televisión. Y más me duele el abuso cometido con los columnistas cuando no se les paga lo justo por sus colaboraciones o solamente se les agradece y en ocasiones hasta se les restrega el espacio donde exponen sus ideas.
Me duele también la mala imagen que reflejan las últimas encuestas sobre los medios, pues 62 por ciento de los mexicanos opina que difunden mucha violencia; el 72 por ciento considera que son amarillistas y el 73 por ciento piensa que el periodismo está muy anclado en el concepto de negocio y no de servicio público, de manera que sus dueños solo buscan vender y no les importa la calidad de la información ni de la ética. Por tanto, el nivel de confianza en la TV, la radio y los diarios es de apenas 42 por ciento.
Me duele que los empresarios, directivos y los periodistas no veamos como algo más grave esta visión que la sociedad tiene de nosotros que la falta de recursos que en México está regateándonos el gobierno de López Obrador con su plan de combate a la corrupción (“chayote”) y de austeridad republicana, que han puesto contra la cuerdas las finanzas inclusive de las poderosas televisiones nacionales como Grupo Imagen, Televisa y TV Azteca. La realidad está ahí: se conjuga la desconfianza de la mayoría de los mexicanos en los medios tradicionales con la reducción de la inversión publicitaria del gobierno federal que entre enero y agosto destinó 88 millones de pesos a gastos de comunicación social, es decir, apenas un 3.6 por ciento del monto desembolsado en el mismo lapso de 2018 por la administración de Enrique Peña Nieto, quien en su sexenio asignó unos 2 mil 500 millones de dólares en publicidad, con destino mayoritario a Televisa, TV Azteca y los portales digitales de sus amigos.
Me duele que la crisis del dinero en los medios trate de ser más estudiada que la crisis de credibilidad de las empresas que deben tener como prioridad el servicio a la comunidad con su trabajo diario al investigar, informar, interpretar y enjuiciar los hechos públicos con absoluta honestidad y verdad.
Me duele aterrizar en el 2019 con temores de que un solo hombre pueda destruir a México con sus arriesgados programas y decisiones gubernamentales. Y, en cambio, nada más nos quedamos pasmados sin hacer nada frente a cierto periodismo, realizado muchas veces en forma anónima, en las redes sociales que atacan como un enjambre de abejas africanas cuando se proponen destruir a personas, instituciones, obras humanas de alto valor, principios sociales y morales, etc.
Me duele que lleguemos al 2020 con el pesimismo como bandera en nuestra profesión, cuando toda crisis es una oportunidad de creatividad e innovación, a pesar de las circunstancias adversas y la falta de dinero a veces para lo más indispensable. Si hay verdadera vocación y espíritu aventurero, algo deberá suceder para no desfallecer y seguir aspirando a un sano desarrollo y superación para seguir haciendo lo que más amamos y para lo que estamos seguros que nacimos. v