Es increíble el daño que causa a una sociedad un partido político que se perpetúa en el poder a la mala, es decir sin el aval del pueblo como en toda democracia de a de veras. El autoritarismo y la corrupción durante tanto tiempo terminan por socavar los valores prístinos de toda convivencia humana y arrasa con la sensibilidad de los gobernantes para atender las necesidades de los más pobres por la voracidad y el insaciable apetito de dinero, bienes materiales y honores.
Un partido político así, cimentado en la fuerza y la manipulación, lejos de ayudar a los miserables y desposeídos, los utiliza como carne de cañón y busca aumentar su número para alimentar su plan corrupto de no dejar el “hueso”, dándoles una educación de poca calidad y maniatando su libertad a base de un asistencialismo pernicioso mediante dádivas, acarreos, falsas promesas o amenazas, para que en las elecciones sigan votando por las mismas divisas.
Por eso andamos hoy en los niveles de descrédito moral en que nos tienen en todo el mundo. Por un partido corrupto y corruptor que se sirvió con la cuchara grande del presupuesto oficial con toda impunidad, desde su nacimiento en 1929. Fue tanto el descaro con que los políticos empezaron a actuar, que su cinismo contagió a la caterva de malos servidores públicos que vieron en el erario una fuente inmensa de recursos para su propio enriquecimiento. Y ni el cambio de siglas sirvió para mejorar en la honestidad. De Partido Nacional Revolucionario pasó a Partido de la Revolución Mexicana y finalmente a Partido Revolucionario Institucional, sin un cambio sustantivo en el respeto a su lema y a su espíritu de servir al pueblo.
Por manoseo de los grupos económicamente significativos o de los poderes ocultos de México, el PRI se acomodó a los intereses de quienes influyen en muchas etapas decisivas y sus miembros más destacados hicieron de las suyas, al no tener un contrapeso de altura ni una vigilancia seria de sus actos. Y por eso terminó por corromper a sus sucesores en el tinglado político. Es decir, de nada valió que llegaran otras siglas al escenario político ni que las nuevas generaciones recibieran el aval de la esperanza para acabar con la rapiña, el contubernio, los sobornos, el abuso de poder y la injusticia.
Gonzalo N. Santos, un peligroso cacique de San Luis Potosí, es sólo uno de esos fetiches que dan vergüenza al revisar sus memorias y releer sus 900 páginas para darnos cuenta del descaro con que define uno de los principios básicos de todo político profesional: “La moral es un árbol que da moras”, y también para enterarnos de su falta de escrúpulos en la reconstrucción de los asesinatos que cometió, las urnas que se robó y los saqueos a que llegó, tal como el hoy famoso exfiscal Edgard Veytia, de Nayarit quien, por sus pistolas, encarceló a inocentes y despojó de tierras y propiedades al que se le puso enfrente. Menos al “Layín”, porque ese “roba poquito”. Le da una rasuradita nada más al presupuesto.
Por eso no nos asombra ya ni la cacareada “Casa Blanca” de la esposa de Enrique Peña Nieto ni los más de mil 200 millones de pesos que se le reclaman a uno de sus mejores amigos, Javier Duarte de Ochoa, que él puso como alto ejemplo del “Nuevo PRI” que prometía, lo mismo que a otro de sus cuates también preso ya en Panamá por tantas fechorías, Roberto Borge.
Lástima que lo corrupto no solamente lo lleve en sus entrañas, sino que también corrompa a los más vulnerables en su honestidad y fragilidad humana de otros partidos políticos. Y por eso no terminamos de inventar eslogans para acabar con este cáncer, sin que veamos resultados apetecibles. Imagínese usted que José López Portillo en 1976 fue uno de esos falsos redentores que quiso poner fin a las sinvergüenzadas de su partido, y lo que hizo fue heredarle a Miguel de la Madrid, en 1982, un paquetón de miedo para que volviera a reforzar la promesa de que ahora sí iba a reinar la decencia en México.
Y lástima también que esa inmoralidad generalizada y corrupción rampante haya escalado las esferas sociales de los más ricos, haciendo negocios sucios en su entorno o coludiéndose con los gobiernos a través de sus empresas y constructoras. De ahí que hoy, para poner fin a esa pandemia (como la llama Gustavo A. de Hoyos, presidente de la Coparmex), volvemos a enrolarnos en una campaña que ojalá nos convenza de ser lo que debemos ser: #Vamos Por Más. Pero ojalá el PRI y los demás partidos eduquen a sus seguidores para que interpreten bien su significado y no se lancen con todo sobre el dinero ajeno, como si los estuvieran invitando a ello. v